El fugaz y memorable paso de Manolete por ruedos mexicanos
Merecido reconocimiento
os genios no requieren longevidades ni estadísticas abultadas. ¿Sabe usted cuántas temporadas vino Manuel Rodríguez Manolete a México? Acertó: ¡dos! Luego de su presentación en El Toreo de la Condesa, el 9 de diciembre de 1945, tras haber bordado a Gitano, de Torrecilla, y recibido una cornada en el muslo izquierdo de Cachorro, su segundo, la tarde en que le confirmó Silverio Pérez, quien bordó a Cantaclaro, regresó tres tardes más a ese histórico escenario (16, 20 y 30 de enero de 1946), que celebró su última corrida el 19 de mayo de ese año, antes de ser demolido para posteriormente levantar allí un almacén.
¿Cuántas corridas toreó en el país El Monstruo de Córdoba esas temporadas de 45-46 y 46-47? Volvió a acertar: ¡37 y dos festivales! Tal cantidad le bastó para convertirse en ídolo de la afición mexicana, no sólo por su personalidad y estilo incopiable, sino sobre todo por su entrega y honradez en cualquier plaza, fuese en la ciudad de México o en Torreón. Cobraba mucho, pero complacía más, a sí mismo, a conocedores, a villamelones y al gran público que abarrotaba las plazas, no se diga a las empresas.
Asombra asimismo comprobar que de esas 37 tardes en ruedos mexicanos, Manolete toreó 16 corridas en el Distrito Federal: cuatro tardes en El Toreo de la Condesa, donde alternó tres veces con Silverio y dos con Armillita, 12 en la recién inaugurada Plaza México y 21 en plazas de provincia: tres ocasiones en Guadalajara, Puebla e Irapuato; dos en Mérida, Orizaba y Torreón, y una en San Luis Potosí, Aguascalientes, Nuevo Laredo, Tijuana, Monterrey y Jerez, así como dos festivales, uno en la Plaza México, donde actuó como picador al lado de Cantinflas, y otro en León.
En su efímero contacto con la fiesta de México el diestro más mitificado, famoso, poemizado y plasmado de la historia moderna del toreo estimuló el celo y competitividad de los matadores mexicanos y contó con la bravura, estilo y fuerza del toro criado en estas tierras, cuando aún no prevalecía el torito de la ilusión, de entra y sal, el que pasa y pasa sin que pase nada, pues carece de transmisión de peligro aunque tenga recorrido.
Revelador también que la mitad –18– del total de los encierros mexicanos que lidió aquí Manuel Rodríguez fueran de la ganadería de La Punta, de los hermanos Madrazo, uno de los hierros más encastados, por no decir duros, que existían en esa época; toros para toreros, pues, y otro de Matancillas, de la misma simiente punteña. También triunfó con tres corridas de San Mateo y Torrecilla, dos de Coaxamaluca y Xajay, y una de Piedras Negras, Pastejé, La Laguna, Carlos Cuevas, Sinkehuel, Peñuelas y Palomeque. Haber hecho caso Manolete y Arruza a sus respectivos apoderados de nunca alternar en plazas mexicanas, sería la única desconsideración cometida aquí por ambos colosos, que no tuvieron inconveniente en actuar juntos en Colombia, Venezuela y Perú.
A reserva de ocuparnos más delante de la contundente respuesta del crítico francés André Viard al matador Julián López El Juli y sus criterios para justificar el estado actual de la fiesta me entero, si no de su propósito de enmienda sí de una premiación más acertada por parte de la agrupación Bibliófilos Taurinos de México, AC.
Tras el petardo de haber declarado al Juli triunfador de la pasada temporada grande por su apoteósico numerito del 5 de febrero ante dos mesas con cuernos de Xajay, con achuchón, rotura de taleguilla, rayón en el muslo izquierdo y cuatro orejas de plaza de trancas incluidos, y desestimando la hazaña del joven mexicano Arturo Saldívar en el festejo inaugural de cortar cuatro orejas y un rabo, alternando con Enrique Ponce, los bibliófilos otorgaron en días pasados el premio Eleuterio Martínez, correspondiente al año 2012, a Julio Téllez García, director-fundador del programa Toros y Toreros, que hace casi cuatro décadas transmite semanalmente el Canal Once del Instituto Politécnico Nacional.
Durante la ceremonia, el presidente de Bibliófilos Taurinos, Jorge Espinosa de los Monteros, destacó la importancia que ha tenido para la fiesta brava mexicana esta emisión televisiva, así como el hecho de que Téllez también haya sido fundador y coautor intelectual de esa agrupación, ya con 28 años de existencia. Abundó que el premio lleva el nombre de Eleuterio Martínez en honor de un ilustre bibliófilo taurino mexicano, quien realizó una acuciosa catalogación de su amplia biblioteca, lo que constituyó una magna obra en beneficio de la bibliofilia taurina, tan poco fomentada y difundida, habría que añadir.