onforme se acerca el 2 de octubre, me vuelvo a preguntar la razón de que los dramaturgos se hayan preocupado tan poco por tratar la matanza de Tlatelolco y en general el movimiento estudiantil de 1968. Años atrás hice un recuento que publicó la revista Tramoya y me parece que desde entonces no ha surgido un texto acerca del tema, si exceptuamos la aberrante adaptación que hizo Fernando Bonilla de la obra del dramaturgo español David Desola, Siglo XX que estás en los cielos y que se ofrece con cierta frecuencia al público juvenil. Los y las jóvenes sin duda tienen como referencia esa versión, porque a nadie se le ha ocurrido escenificar para ellos textos como la conmovedora adaptación de una obra de teatro Noh, Conmemorantes, que escribiera Emilio Carballido y que se puede montar junto con la graciosa y también breve Únete pueblo del mismo autor. Esta simple sugerencia o cualquier otra, y a lo mejor ninguna, valgan en lugar de la versión de Bonilla.
En el original español, la muchacha que se encuentra en el limbo esperando desaparecer es víctima de una sobredosis de droga durante el llamado destape
postfranquista y el muchacho un combatiente anarquista durante la Guerra Civil que espera hacer la revolución, con lo que se contrasta el idealismo del luchador con el hedonismo de la generación X. Bonilla los cambia por una asesinada en Ciudad Juárez y, lo peor, al muchacho con un estudiante muerto en la masacre de Tlatelolco que se despierta preguntando –y el adaptador exagera las veces– si ya triunfó la revolución. Puede ser que haya existido algún extremista en el movimiento, pero la mayoría de los estudiantes y de los profesores que los acompañábamos éramos más modestos en nuestros reclamos. Si la versión del adaptador fuera correcta, Gustavo Díaz Ordaz habría defendido su gobierno ante un movimiento armado, lo que no lo justificaría pero haría más comprensibles su actitud y los sucesos todos de esos funestos meses.
Con las adaptaciones de textos dramáticos se puede jugar de diferentes maneras, desde cambiar los propósitos del autor hasta ganar unos pesos en Sogem como adaptador, tal y como se hacía en los buenos tiempos en que los Campos Elíseos de una obra francesa se convertían en el Paseo de la Reforma en su adaptación a México. Ahora las adaptaciones varían en sus propósitos, aunque algo de eso queda. Si se trata de teatro comercial, lo más común es suprimir algún o algunos personajes secundarios para disminuir los costos de la nómina, o cambiar el final, aunque se deforme la personalidad del protagonista como hizo Pedro Ortiz de Pinedo con Panorama desde el puente de Arthur Miller. Pero existen posibilidades mucho más positivas, como las apropiaciones de los clásicos de los Siglos de Oro que en su momento hicieron Héctor Mendoza y Luis de Tavira para dotarlos de un significado contemporáneo o por lo menos inducirnos a su lectura o relectura. Y se pueden mencionar otras más.
En algunas ocasiones la adaptación se hace como experimento en el texto o en el escenario. Ejemplos de esto se darían con dos montajes de Macbeth de William Shakespeare. En el caso del dirigido hace poco por Marta Luna y en versión de Fernando Castaños, los personajes se reducen al mínimo y la trama logra darse. En el segundo caso, la obra completa se da a dos voces, la de Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, que alternan a todos los personajes. Como ejemplo reciente y tomado casi al pie de la letra el texto de El tío Vania de Chejov, en su escenificación subyace muy explícito el subtexto ecologista gracias a la escenografía. También existen adaptaciones de narrativa, probablemente la más conocida sea Otra vuelta de tuerca, la aterradora por ambigua noveleta de Henry James que adaptó Jeffrey Hatcher como monólogo teatral. El cine también ha dado lugar para adaptaciones teatrales, a contracorriente de las adaptaciones de textos dramáticos para la pantalla. En México hemos visto Persona de Ingmar Bergman con Laura Almela y Mariana Giménez y bajo la dirección de Daniel Giménez Cacho y Un día muy especial, propuesta al alimón de Daniel Giménez Cacho y Laura Almela. O dramaturgos como Flavio González Mello que con Temporal subvierte un tanto La tempestad shakespereana.Y se podría seguir con muchos otros ejemplos si hubiera espacio para mí y tiempo para mis posibles lectores.