Opinión
Ver día anteriorSábado 29 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Hecho en México?
P

refacio-lamento: tuve que sufrir la exhibición de la película Hecho en México (Duncan Bridgeman, 2012) en uno de los changarros (que no salas de cine) de esa abusiva e impresentable empresa exhibidora que es Cinemex. The horror, the horror…

Para ser un filme que tiene como uno de sus cimientos principales el tema de la identidad, Hecho en México tiene el severo problema de que carece de identidad alguna. Intenta ser tantas cosas que acaba por no ser ninguna. Trata de abarcar tanto territorio que termina por no aterrizar nada.

El espectador que después de ver la cinta se pregunta retóricamente: ¿Qué es esto que acabo de ver?, tiene a la mano varias respuestas posibles. Un superficial documental antropológico, un minimelodrama del canal Bandamax, un promocional antiguo de Fonatur, una imitación de los noticiarios que se exhibían en el cine hace medio siglo, cien minutos de videoclip. O, en el peor de los casos, una iteración más de aquellas cápsulas televisivas que pregonaban la versión antigua de Desde la hermosa provincia mexicana, el Canal de las Estrellas te saluda, pero con mucha música.

Sí, Hecho en México tiene una fuerte dosis de pintoresquismo folclórico, y me parece que ese es uno de sus principales defectos. Por otra parte, a pesar de la inclusión de numerosos músicos en modo plugged, así como de algunos intérpretes más o menos actualizados, la impresión general que deja la continuidad musical de la película es de una propuesta retro, premoderna y anclada básicamente en una visión folclorizante, paternalista y condescendiente del director.

La acumulación de lugares comunes visuales y culturales no alcanza a ser paliada con la intención de proponer un lenguaje cinematográfico con aspiraciones de posmodernidad; lo que queda, en todo caso, es el ya superado estilo narrativo conocido como si no los divertimos, por lo menos los mareamos.

No está de más mencionar el evidente plagio de algunas ideas visuales de la trilogía Qatsi, de Godfrey Reggio, que a estas alturas son también historia vieja.

Lo que derrota cabalmente las intenciones falsamente contestatarias de Hecho en México son los testimonios metidos ahí con calzador y que son, salvo muy escasas y honrosas excepciones, de una aterradora y complaciente chabacanería. Algunos de esos testimonios son simple y sencillamente tonterías, y aquellos que pretenden ser críticos son de una tibieza tal que no niegan la paternidad de Televisa en la producción del filme.

En efecto, Hecho en México tiene muchos de los vicios de la televisión y pocas de las virtudes del cine. Para más señas, el atroz (pero pintoresco, eso sí) intercambio de albures light entre Brozo y Ponchito.

Si se omite, en aras del análisis, la muy pobre parte testimonial de Hecho en México, lo que queda es, finalmente, una continuidad musical muy variada y ciertamente interesante, a pesar de que está sustentada en un abanico limitado de músicas de origen popular.

La música mexicana contemporánea de concierto, por ejemplo, está apenas fugazmente aludida y termina por perderse en el contexto de lo que la rodea. Así, el acierto principal de la película está en su cuidada producción musical, que ha logrado algunos momentos de síntesis (¿sinergia, sincretismo?) realmente atractivos que permiten, por ejemplo, que jaraneros, raperos y roqueros se vuelvan un vehículo musical único, pero multifacético, para la interpretación de una canción, o que unos DJs y unos gruperos se fundan a la distancia en una sola entidad musical.

El mayor atractivo del filme está en estas bien logradas hibridaciones genéricas, y es por ellas, y no por otra cosa, que vale la pena ver Hecho en México.

Por otra parte, es para consternar a cualquiera el hecho de que Duncan Bridgeman ha armado toda su continuidad musical y testimonial para llevar su película a la contundente conclusión de que todos somos guadalupanos y de que esa es la esencia vital de México y de los mexicanos.

Además de falaz y discutible, es una conclusión que abona al aura de premodernidad que caracteriza a la totalidad de este proyecto, un producto que habrá de funcionar mucho mejor como soundtrack que como película. Vaya, lector, a verla y escucharla por su música, y olvídese de lo demás.