o dijo bien Milan Kundera: La lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido
. Es imprescindible que las sociedades guarden memoria de los hitos históricos que abrieron sendas libertarias, caminos que los intereses dominantes quisieron mantener cerrados permanentemente.
Ayer de nueva cuenta una consigna se alzó con toda la vitalidad que tienen las nuevas generaciones para expresar su lugar en la historia del país: 2 de octubre no se olvida
. No olvidar, sino potenciar el poder subversivo de la memoria. Ésta no es lo mismo que nostalgia. La memoria es un ejercicio de continuidad con lo recordado, es hacer presente aquí y ahora la gesta que se invoca, es reivindicar una lid con la que hay identificación intelectual, política y ética.
En los días, semanas y pocos años siguientes a la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, era extremadamente difícil afirmar que el movimiento estudiantil de aquel año había obtenido una victoria al enfrentar el autoritarismo del régimen encabezado por Gustavo Díaz Ordaz. El panorama era ominoso: los líderes estaban encarcelados o exiliados, la maquinaria del PRI quedó inamovible y bien aceitada para impedir la organización de los opositores, había cerrazón prácticamente absoluta de los medios informativos a cualquier crítica al modo priísta de gobernar.
Con el paso de los años, con la empecinada persistencia de la memoria que cada 2 de octubre se negaba a relegar lo sucedido aquel día, con la organización social y política de quienes fueron desafiando al granítico PRI; la derrota en la Plaza de las Tres Culturas se fue convirtiendo en una victoria que construyó un nuevo piso para todos en la nación mexicana. El piso de una creciente pluralización de la sociedad, de una diversificación que el conservadurismo quiso acotar, pero no pudo contenerla por la fuerza de la corriente que se inició en 1968.
¿Quién ganó y quién cargó con la derrota aquella noche en Tlatelolco? Hoy los neopriístas voltean para otro lado el 2 de octubre, que inexorablemente llega cada 12 meses. Nadie de ellos y ellas tendría el desatino de referirse de alguna manera a Gustavo Díaz Ordaz y su encono contra los estudiantes. Más bien buscan invisibilizar al personaje que es incómodo para la presentación de un nuevo PRI, supuestamente ajeno a los modos autoritarios y antidemocráticos.
La continuidad de la memoria es lo que vivifica un legado, una herencia que los enemigos de ella quisieran desaparecida. Al hacer vigentes hechos históricos como los de Tlatelolco, acontece lo que Stefan Zweig escribió sobre otro caso: Incluso como vencidos, los derrotados, los que con sus ideales intemporales se adelantaron a su época, cumplieron con su misión, pues una idea está viva en la tierra con sólo ganar testigos y adeptos que vivan y mueran por ella. Desde el punto de vista del espíritu, las palabras victoria y derrota adquieren un significado distinto
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En nuestros días los herederos políticos del régimen que salvajemente reprimió al movimiento estudiantil fomentan la desmemoria, pero el recordatorio del suceso que no pudo quedarse encerrado en los límites de la Plaza de las Tres Culturas evita la intentona y hace presente una noche aciaga, una noche que originalmente dejó muchos muertos, pero que después inyectó vida en los hijos e hijas ideológicos de los estudiantes masacrados.
La obstinada persistencia de la memoria requiere también de estrategias para ahondar los ideales originales. El contexto de entonces, el de 1968, y el de ahora son distintos, pero todavía existen muchos espacios en la sociedad mexicana por ser democratizados. Son múltiples los espacios por abrir, en los cuales urge disipar la nubosidad que solamente privilegia intereses de élites políticas y económicas.
Los márgenes de libertad que tenemos en México no han sido dádivas del poder. En 1968 se inicia un proceso en el que paulatinamente la sociedad organizada en múltiples frentes va ganando terreno al autoritarismo. No hubo, como no habrá, concesiones graciosas de los poderes políticos y económicos a la ciudadanía. Hay que continuar la lid por una legalidad cada vez más cercana a la justicia. Cada modelo político construye una legalidad que expresa el modelo de sociedad al que aspira. Recordemos, por ejemplo, que la legalidad diazordacista en 1968 acusó a los estudiantes del delito de disolución social, figura legal creada ex profeso años antes para criminalizar a los activistas sociales.
Fortalecer la memoria, no dejar que se debilite, impedir que se transforme en anécdota inofensiva, es tarea cotidiana frente a los que luchan por que se apodere de todos nosotros el olvido. Prefieren una sociedad amnésica. La lección de la consigna 2 de octubre no se olvida
nos recuerda que hay muchos otros asuntos que no debemos olvidar. Hay realidades lacerantes que lastiman profundamente a millones en el país. Esas realidades tienen responsables, no se construyeron solas, y los arquitectos no pueden quedar impunes. Hay que seguir en el cultivo de la memoria.