Opinión
Ver día anteriorDomingo 21 de octubre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La sucia y feroz águila de cabeza bifurcada
L

os capitalistas de Estados Unidos, que se sienten ungidos por un Dios que crearon a su imagen y semejanza y consideran que deben devorar el resto del mundo, son un establishment único, un ave rapaz con cabeza bifurcada. Sus divergencias internas residen sólo en si el planeta debe ser comido semicrudo o lentamente hervido y con el pegajoso aderezo de la retórica democrática. Nosotros, los participantes en el festín pero en calidad de alimentos potenciales, no tenemos muchos motivos para optar por ninguno de los dos métodos ni por sus cocineros canibalescos…

Por ejemplo, el premio Nobel de la Paz Barack Obama –que comparte ese premio con otras joyitas, como Theodore Roosevelt (el de la guerra de Cuba y Filipinas), Chamberlain (el de Munich), Kissinger (el del golpe de Pinochet, entre tantas fechorías), Begin, Rabin y Shimon Peres (asesinos de palestinos), y la Unión Europea (participante en la destrucción de Yugoslavia y las matanzas en Libia)– sigue bombardeando diariamente blancos civiles en Pakistán y Afganistán sin que se le mueva ni un pelo. Por su parte, el gobernador Mitt Romney, nieto de un mormón emigrado a México con todas sus mujeres a causa de la persecución religiosa, propone sin inmutarse una política de rechazo más activo a los inmigrantes, un fundamentalismo religioso de cruzado y una política internacional aún más agresiva.

Las dos alas del capitalismo estadunidense coinciden totalmente en lo estratégico, aunque tengan diferencias tácticas. La del Partido Demócrata, que defiende al gran capital financiero pero trata, al mismo tiempo, de mantener mediante algunos subsidios el mercado interno, se enfrenta a la otra, la del Partido Republicano, que rechaza hasta la evolución de las especies, aunque es darwinista en lo social, pero ambas defienden a muerte el sistema capitalista y el imperialismo estadunidense, su punta de lanza.

Por eso en el debate (por llamarlo así) entre los candidatos de ambos partidos los dos hablaron sólo de la clase media (eufemismo con el que se refieren a un sistema que ellos suponen que está compuesto sólo por gatos grises donde los oscuros gatos de albañal –los trabajadores– ni en sueños se opondrían a los finos y blancos gatos de angora –los grandes capitalistas–). Por eso también no hablaron de cómo acabar con la desocupación, no dijeron qué se podría hacer con las cárceles atestadas casi exclusivamente de negros y, en menor proporción, de latinos, ni dijeron una palabra sobre los contenidos reaccionarios de la educación, ni sobre la alimentación, en un país de obesos y de diabéticos por mala nutrición y escaso nivel cultural, ni sobre la libre venta de armas de guerra y el comercio de droga más vastos del mundo, financiado históricamente por la CIA, como en Asia, Sicilia, la guerra en Nicaragua. Ninguno de ellos mencionó tampoco los cientos de miles de muertos provocados por las guerras imperialistas, como las de Irak, Yugoslavia, Afganistán. Ninguno se refirió a la crisis mundial provocada por el sistema capitalista, pero que pagan centenares de millones de trabajadores; ni a los bancos y grandes empresas que se hacen sostener con el dinero de los contribuyentes, ni ofreció un plan para aliviar en Estados Unidos el desempleo y la pobreza que afectan gravemente a millones de ciudadanos.

En escala mundial no faltaron las almas cándidas que, cuando Obama fue elegido, creyeron que disminuiría el racismo y que Estados Unidos sería más democrático en el plano interno y se retiraría de sus aventuras externas, donde ha sido derrotado. Se olvidaron entonces de que el gobierno de Estados Unidos, así como los dos partidos que se alternan en la Casa Blanca y en el control del Parlamento, están dirigidos por grandes grupos capitalistas con intereses en escala mundial y comparten la misma visión y misión imperialista. En efecto, el premio Nobel de la Paz Theodore Roosevelt invadió Marruecos o Cuba cuando le dio la gana, mientras que su descendiente, el demócrata Franklin Delano Roosevelt, dejó que los japoneses hundieran la flota del Pacífico en Pearl Harbour para obligar a los ciudadanos a participar en una guerra mundial de la que esperaba sacar provecho imperialista y con la que esperaba transformar a su país en la primera potencia económica mundial mediante una pax americana lograda con muertos europeos y asiáticos, y el también demócrata Harry Truman barrió sin vacilar con bombas nucleares toda la población de Hiroshima y de Nagasaki y sentó así las bases del orden de posguerra que conocemos y padecemos.

Las víctimas del águila de cabeza bifurcada tenemos, por lo tanto, no sólo interés en evitar las estúpidas ilusiones de muchos sobre Obama o las esperanzas de que en las elecciones estadunidenses triunfe un supuesto mal menor porque, si el presidente es relegido, la situación económico-social y los esfuerzos por sostener el régimen capitalista en crisis podrían llevarlo a recurrir a los métodos extremos que propone su oponente y, viceversa, si éste ganase, tendría que tener en cuenta lo que pasará en la sociedad estadunidense y, por lo tanto, modificar parcialmente su política.

Las elecciones en Yanquilandia son en realidad una prueba más de que la concentración de la riqueza ha eliminado las bases incluso de la democracia formal en el mundo y sobre todo en un país donde desde hace más de un siglo no hay una izquierda anticapitalista importante. Por consiguiente, lo fundamental es tratar de ayudar por todos los medios a los trabajadores y oprimidos de Estados Unidos para que rompan con sus ilusiones sobre el capitalismo y asuman una posición política independiente, dando forma política al rechazo de los indignados y de todas las víctimas del sistema. Nuestra lucha contra los magnates de Wall Street no sólo es fundamental para nuestra liberación sino que también es indispensable para esta tarea, que podría cambiar la relación de fuerzas sociales en el mundo.