Editorial
Ver día anteriorLunes 5 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Elección anticlimática
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añana los electores estadunidenses deberán hacer frente a una decisión por demás difícil: votar por el actual presidente, el demócrata Barack Obama, o elegir al republicano Mitt Romney. Más allá de los nombres y los colores partidarios, la alternativa real está entre dar continuidad a una administración que carga con el peso del desencanto por las incumplidas promesas de cambio formuladas hace cuatro años por el propio Obama o inclinarse por un cambio sin propuestas, como el que ofrece Romney.

Tras cuatro años de encabezar un gobierno vacilante y en muchos sentidos continuista con respecto a su antecesor republicano, George Walker Bush, Obama no es ya ni la sombra de aquel político joven y fresco que despertó la esperanza de millones en la posibilidad de introducir en la Casa Blanca factores de contención, sensatez y sentido social. Si bien ha conseguido frenar el pavoroso declive económico en que Bush dejó a la superpotencia, no logró, en cambio, poner freno a la voracidad de los grandes conglomerados empresariales –factor principal de la crisis– ni hacer del bienestar social el eje de la recuperación. Más que poner fin a las aventuras colonialistas de Washington en Irak y Afganistán, se limitó a hacer presentable la derrota estadunidense en ambos países, y la política intervencionista, belicista y unilateral de Estados Unidos en el mundo se ha sostenido casi sin variaciones con respecto al cuatrienio anterior. Por otra parte, Obama no ha podido o no ha querido revertir la grave pérdida de libertades individuales y de derechos humanos derivada de la guerra contra el terrorismo que emprendió el gobierno que lo precedió.

Romney, por su parte, ha hecho la parte sustancial de su campaña a partir de críticas a la ineficiencia del gobierno demócrata y, si bien ha insistido afanosamente en distanciarse de su correligionario Bush, su conformación ideológica hace pensar que, en caso de alzarse con el triunfo, llevaría al país por un rumbo muy semejante de injerencismo militar, abierto respaldo a los intereses empresariales en detrimento de las personas, integrismo cristiano y conservadurismo social.

En tal circunstancia, el proceso electoral que deberá culminar mañana se presenta más como una competencia de defectos que de virtudes. Los electores demócratas no necesariamente irán a las urnas porque estén de acuerdo con las propuestas de Obama, sino con el propósito de frenar un retorno de los republicanos a la Casa Blanca; quienes sufraguen por Romney emitirán un voto de castigo al actual mandatario, más que una adhesión a las evanescentes propuestas de su rival.

En el caso de México, la política exterior de Washington ha variado muy poco entre el republicano Bush y el demócrata Obama, y en la elección actual no hay razón para pensar que haya en juego más que matices, salvo por lo que se refiere a la situación de nuestros connacionales en el vecino país, por cuanto en las filas republicanas son más fuertes las tendencias racistas y xenófobas. Tal vez por ello la gran mayoría de los ciudadanos de origen mexicano con derecho a voto se inclinarán, según las encuestas, por otros cuatro años de Obama.