Opinión
Ver día anteriorMartes 6 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ciudad Perdida

PRD, piedra en el zapato de Ebrard

Desprestigio infligido por tribus

Reforma partidista necesaria

M

arcelo Ebrard sabe, el oficio político así se lo demanda, que la puerta de entrada a la próxima elección presidencial, que trae en la cabeza, es el PRD. Pero también debe tener por cierto que navegar en ese bote, en las condiciones actuales, sería naufragar apenas después de zarpar.

El poder que muestra ese partido en el DF nada tiene que ver con lo que pasa en el resto del país, y es de considerarse que aquí, en la capital, la votación por cualquier candidato identificado con Nueva Izquierda (chuchismo) o con René Bejarano, incluyéndolo a él, iría al fracaso. Por eso ninguna de estas fuerzas se atrevió en serio a postular a un sucesor a la jefatura de Gobierno, aunque ambos entraron a la pelea más con la intención de entablar negociaciones beneficiosas que con la idea de ganar la postulación.

La mejor muestra es Miguel Ángel Mancera. Sí, fue el candidato del PRD, pero sin pertenecer a ese partido, y aparentemente sin mayores compromisos con las tribus dominantes, lo que prometía al elector la posibilidad de que el nuevo jefe de Gobierno saneara la burocracia que hoy pesa a su próxima administración. Esa fue parte de la magia.

Por su parte, Marcelo Ebrard es un perredista que nunca se ha integrado totalmente a esa organización, y no tanto por lo que él quisiera, sino porque los grupos internos se lo han impedido. De todas formas han tratado de colocarlo bajo el mando de alguno de los líderes, y si bien Ebrard ha ido de una tribu a otra, sin comprometerse por completo ni con Nueva Izquierda ni con IDN, sí ha buscado penetrar el partido con un grupo propio, sin éxito completo, aunque hay que advertir que ya existe una corriente que obedece a Marcelo, pero que hoy no pesa al momento de tomar decisiones en el PRD.

Los intentos del jefe de Gobierno se han centrado, particularmente, en la instancia local, es decir, el PRD del Distrito Federal, donde ha buscado el manejo de la organización con diferentes personajes, entre ellos Alejandro Rojas –hoy lejos del grupo MEC–, quien transitó por ese instituto político sin lograr el control ni consolidar al grupo marcelista.

Hay quien asegura que Marcelo decidió dividir sus esfuerzos entre las dos tribus hegemónicas. Mientras acordaba con IDN en términos del rumbo partidista local, dejaba hacer a los chuchos en lo nacional, siempre como aliado pero nunca sumado a esas corrientes. Hoy Ebrard se convierte en una preocupación seria y cierta para los jefes tribales. Si Marcelo llega a la presidencia del partido, la reforma al PRD –urgente por donde se vea– podría marcar el declive de las estructuras perredistas, como se les conoce hasta ahora.

Y eso, la reforma, sería tal vez la única posibilidad de que el PRD se salve de una muerte anunciada, cuya agonía se ha prolongado y sólo suma desprestigio a la institución partidista. Desprestigio que Ebrard no estaría dispuesto a cargar, y que tampoco le promete resultados bondadosos para su futuro político. Es más que sabido que rumbo a 2018 las posibilidades de las izquierdas para alcanzar el poder tendrían que lograr un acuerdo de unidad que ahora, con la dirigencia nacional en manos de Nueva Izquierda, sería imposible.

Morena, por decisión propia, jamás iría en unidad con el PRD actual. Caso contrario, denunciaría como inútil la separación que se dio después de la mitad de este año, y sólo con una reforma en la que Marcelo limpiara el organismo se podría dar esa alianza. Así que está en manos del todavía jefe de Gobierno del DF el rumbo que se trace en ese partido que aún puede salvarse.

De pasadita

La reforma política del Distrito Federal que ahora propone el jefe de Gobierno electo, Miguel Ángel Mancera, tiene antecedentes muy importantes, entre ellos, que se estableció en 2010, cuando todos los partidos representados en la Asamblea Legislativa, encabezada por la hoy senadora Alejandra Barrales, votaron por la reforma, que murió en las playas de la legislación nacional. La pregunta ahora salta: ¿cuál sería la diferencia entre aquella y la que ahora se propone? Tal vez la única sea que los legisladores de hoy no son los mismos de ayer. ¿O sí?