medida que pasan los días, crece la generación de expectativas en el poco estrecho círculo de jugadores de la nueva política. Ésta, se ha presentado sin mayor argumentación como la encarnada por el presidente electo quien, a su vez, daría cuerpo al conjunto de lo que también insiste en llamarse el nuevo PRI. Así, se impone como petición de principio inapelable que los dichos del licenciado Peña Nieto son y serán de aquí en adelante los componentes de un discurso renovador cuyas iniciativas darán, ¡por fin!, sentido al mantra neoliberal de las reformas que tanto necesitamos
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Al darse el ¡arranquen!, con el apoyo irrestricto del presidente electo a la reforma laboral que el presidente Calderón presentó como una parte de su pliego de mortaja, así como su prueba a título de suficiencia para ser galardonado por el ITAM, se ha desatado una oleada interminable de reconocimientos y autoelogios al gobierno entrante y al saliente, a los empresarios que concedieron en la regulación de la subcontratación y, no se diga más, a los diputados y senadores quienes, cual niños héroes de la mágica reforma, pusieron en su lugar a los levantiscos abogados laborales que se oponían a la simulación y a los sindicalistas que advertían sobre el agravio mayor a la tradición constitucional que implica la reforma.
Todos, reagrupados en una curiosa réplica de la familia feliz de otros tiempos, partidos y dirigentes obreros postizos, columnistas y aspirantes a prefectos de la opinión nacional dictaminaron, premiaron y se designaron los lores protectores de la República que emerge de las cenizas del obsoleto corporativismo y del no menos vetusto presidencialismo. En su lugar, nada menos, que Joaquín Gamboa el eterno y, por encima, el nuevo sol que a todos alumbra, pero también puede calcinar. Nada que ver, como debe imaginarse, con las excrecencias de aquel tan temido sistema. La celebración no da para tanto.
El presidente Peña entra en funciones sin pedirle permiso a nadie. Sin chistar, reúne a sus correligionarios para que le reiteren su apoyo y den el visto bueno a lo que se quiere presentar como una reforma administrativa de grandes ambiciones. Por su parte, y sin la menor duda, los legisladores priístas se aprestan a convertir en iniciativas suyas las de Peña Nieto, pero no se escucha por lado alguno la mínima justificación de la, desde ya, celebrada reforma.
No comparto las especies que hablan de una restauración, como si el tiempo no pasara, y porque no veo las condiciones mínimas para que eso ocurra. Lo que sin duda se ha puesto en movimiento es un gran desvarío de difusión y manipulación de lo que no puede llamarse opinión, sino confusión bien orquestada, basada en la universalización del analfabetismo político y económico.
Por lo pronto, al día de hoy, jueves 16, se lleva las palmas de oro la secretaria del Trabajo quien, imperturbable, nos revela que con la reforma se crearán doscientos mil puestos de trabajo, ¡por cada punto de crecimiento del PIB! Seguramente, la profecía de la funcionaria tiene sustento en el enésimo modelo econométrico que los panistas compraran para darle robustez a sus deshilachados argumentos en favor de la reforma que tanto necesitábamos
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El nuevo gobierno no está excusado de explicar sus propuestas. El hecho de que hoy no tenga atribuciones para iniciar ante el Congreso y se vea obligado a disfrazarlas de atentas sugerencias a sus subordinados en las cámaras, no lo exime de la obligación de argumentarlas a fondo. No sólo porque son ya propuestas políticas, que afectan el interés público, sino porque debería estar claro que el mandato ciudadano para que mande es, como debe ser, un mandato condicionado por el mero hecho de que dos tercios de la ciudadanía que fue a votar lo hizo por otras opciones políticas y partidarias.
El respeto claro e irrestricto a las minorías y a su condición constitucional es un principio elemental de todo Estado democrático, aunque sus dirigentes prefieran soñar en el pasado feliz de un tiempo ido que, en realidad nunca lo fue tanto. No sólo de pan viven el hombre y las sociedades, pero no hay que exagerar.
Reinventar el viejo mundo y tratar de volverlo presente y futuro puede salirnos, a ellos y a los demás, más costoso que la feria de vanidades desatada por la obsecuencia mediática de estos días. Gobierno eficaz nos ha prometido el PRI, pero eso poco o nada tiene que ver con la negación de la realidad y la imposición de espejismos de pantalla. De aquí en adelante, pasando por el primero de diciembre, lo que nos y les espera son tiempos duros. Para atravesarlos no hay recetas ni pensamientos únicos; menos aun fantasías edulcoradas que sólo desorganizan la visión y el razonamiento.