ezbolá fue alguna vez la resistencia
libanesa, el duro valeroso y abnegado ejército guerrillero que sacó de Líbano a los soldados de ocupación israelíes hace 12 años.
Hoy su aspecto más bien es el de otra institución árabe de seguridad
–o de inseguridad–, que envía drones a sobrevolar Israel y continúa apoyando al régimen sirio del presidente Bashar Assad, pese a la condena de muchos libaneses.
Walid Jumblatt, el líder druso –famoso por sus vuelcos entre Siria y sus opositores–, es uno de varios políticos libaneses que se preguntan por qué Hezbolá no da su apoyo a la resistencia
siria en vez de al régimen.
Contra lo que afirma el Departamento de Estado, Hezbolá no combate al lado de los hombres de Assad, sino que ha asumido funciones de seguridad
del lado sirio de la frontera libanesa –con lo cual mantiene la frontera sirio-libanesa fuera del alcance de los rebeldes– y utiliza sus formidables servicios de inteligencia a favor del régimen. Por lo menos cuatro mártires
de Hezbolá han sido devueltos de Siria para ser sepultados en Líbano.
Nadie duda del poder de fuego ni de la tenacidad del más eficiente de los movimientos guerrilleros. Si no ganó la guerra contra Israel en 2006 –más de mil civiles muertos no casan con la divina victoria
que clamó su líder, Sayed Hassad Nasrallah–, el hecho es que Israel la perdió, retirándose a su frontera luego de fieros combates cara a cara con combatientes de Hezbolá. Israel, junto con Estados Unidos, por lo regular se refiere a Hezbolá como un movimiento terrorista
, pero soldados israelíes que han enfrentado a sus guerrilleros hablan de ellos con algo parecido al respeto. Hezbolá no huye.
Sin embargo, esta organización siempre ha adolecido de dos fallas esenciales: en esencia es un grupo musulmán chiíta –y por tanto sectario por naturaleza– y es financiado por millones de dólares anuales enviados desde Irán. Su continuo apoyo a Assad, quien es alauita, es decir, chiíta, vuelve aún más sectaria su perspectiva, en tanto su financiamiento iraní lo distancia de los musulmanes sunitas libaneses y de la mayoría de los cristianos.
Que el ex general cristiano Michel Aoun se haya aliado con Hezbolá tiene su propia historia. La más reciente afirmación indignante de Aoun se produjo la semana pasada, cuando dijo que el general Wissam al-Hassan –ex jefe de inteligencia libanés– tuvo la culpa de haber sido asesinado porque su propia seguridad lo abandonó.
De mucha mayor preocupación para el país, y para muchos en el gobierno del que también Hezbolá forma parte, fue el avión no tripulado que el movimiento envió sobre Israel y que fue derribado luego de volar cientos de kilómetros. Hezbolá afirmó que fue construido con partes iraníes ensambladas en Líbano, y que tomó fotografías de Israel antes de su destrucción –lo cual podría ser cierto–, pero el incidente representó un serio agravamiento de tensiones entre Líbano e Israel. El gobierno libanés no puede esperar que Naciones Unidas escuche sus quejas de vuelos diarios israelíes sobre su territorio cuando, sin su permiso, Hezbolá realiza sobrevuelos de inteligencia desde el valle de Bekaa.
Hace más de un año, Hezbolá envió otro drone sobre Galilea y logró regresarlo ileso al Bekaa, luego de hacerlo volar sobre el supuestamente ultrasecreto puesto de escucha israelí en las montañas al este de Haifa. El artefacto más reciente fue un mensaje de Irán: ataquen instalaciones nucleares iraníes y los drones de Hezbolá pueden atacar a Israel.
Los propios isralíes creen que, si estallara otra guerra con Hezbolá, combatientes libaneses buscarían entrar a Israel por la costa y avanzar hacia el sur por territorio soberano israelí, más para obtener una victoria simbólica que como un verdadero intento de liberar a Palestina
.
Pero Hezbolá enfrenta problemas. Ahora que el rial iraní está en caída libre, sus ingresos procedentes de Teherán deben de estar disminuyendo. Cuatro de sus funcionarios de alto nivel han sido acusados por el tribunal internacional de participar en el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri en 2005. Existen serias dudas sobre esas órdenes de aprehensión, pero el líder Nasrallah ha dejado en claro que esos hombres no comparecerán ante la corte, arrogándose facultades gubernamentales de las cuales carece legalmente. De hecho, algunos discursos recientes de Nasrallah han mostrado un tono sospechosamente presidencial.
Desde que los grupos de oposición 14 de Marzo de musulmanes sunitas y cristianos se han reactivado para colaborar en pláticas con el gobierno, a raíz del asesinato del general al-Hassan –quien era buen amigo de Hariri y enemigo de Siria–, sobre la base de que el gobierno libanés prosirio tiene responsabilidad por la muerte del general, casi todas las funciones del Ejecutivo en Beirut se han detenido. Por desgracia para la oposición, su líder principal –Saad, el hijo de Hariri– languidece entre París y Arabia Saudita, temiendo, acaso no sin razón, que pueda terminar tan muerto como el general.
Esto no causa daño a Hezbolá, pero el futuro no le luce favorable. Si el régimen de Assad se derrumba y es remplazado por un poder sunita de estilo islamita en Damasco, entonces Hezbolá quedará solo en Levante, con más de 800 kilómetros de piedra y arena hostiles, sirias e israelíes, entre Líbano y la frontera iraní.
Si el apoyo a los rebeldes sirios es el intento de Occidente de destruir al único aliado árabe de Irán, entonces Hezbolá quedará solo e Israel estará encantado. Al igual que Washington. A menos, claro, que Bashar Assad sobreviva.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya