César debe morir
a ilusión teatral. Los cineastas Paolo y Vittorio Taviani se permiten a sus más de 80 años el lujo que otros grandes colegas veteranos, Alain Resnais, a los 90 años con Ustedes aún no han visto nada o Manoel de Oliveira, a los 104, con Gebo y la sombra, no dejan de reivindicar y disfrutar: hacer del cine un espacio de libertad capaz de difuminar las barreras entre ficción y documental, confundiendo en un solo impulso creador lenguaje teatral y expresión cinematográfica. Los Taviani no se limitan, sin embargo, a la fantasiosa recreación fílmica de una obra teatral ni a presentar con elegancia académica un teatro filmado, sino que saltando las barreras de la representación proponen el registro de la puesta en escena de una tragedia de Shakespeare, Julio César, a cargo de Fabio Cavalli, en el interior del penal de alta seguridad de Rebibbia, en las afueras de Roma, interpretada por un grupo de reos que purgan largas penas por crímenes diversos.
El proceso de selección de los prisioneros es fascinante. Cada uno corresponde por sus características físicas o por su temperamento a alguno de los personajes clave (Brutus, Casius, Octavio, Marco Antonio, y naturalmente Julio César), pero en el momento de las audiciones debe también actuar como el contrario exacto de su personaje. El resultado es un estupendo despliegue humorístico poco común en el cine de los Taviani. El documental César debe morir, propone en su brevedad de 76 minutos dos momentos a color de la escenificación final, y entre esos fragmentos una minuciosa exploración en blanco y negro de los ensayos de los reos. El trabajo de fotografía de Simone Zampagni es magistral. El espectador participa de la vida cotidiana de los prisioneros mientras memorizan sus tiradas en los lugares más inverosímiles del penal, en los pasillos y los patios, y en el interior de sus celdas, confundiendo sus propias vidas y experiencias delictivas con las de los personajes de la tragedia, trasladando así en su imaginario las vivencias de una Roma antigua, donde el complot parricida, las traiciones y el magnicidio buscaban frenar una tentación totalitaria, hasta una actualidad política plagada también de escándalos y abusos autoritarios.
César debe morir es una experiencia muy original, donde los Taviani exploran las posibilidades de la representación escénica y su poder de sugerir niveles diversos de interpretación. Pero es sobre todo una reflexión sobre el poder liberador del arte en una sociedad pasiva y adocenada, avasallada por la publicidad y la mercadotecnia, y la lógica y los imperativos de consumo, que en ocasiones semeja un inmenso penal de alta seguridad, con ciudadanos tan herméticamente confinados en ella como estos improvisados actores de la tragedia shakesperiana. La riqueza del filme de los Taviani radica no sólo en su habilidad para confundir la realidad y la ficción, sino también para sugerir, mediante una sugerencia muy sutil, todo lo que en nuestros días vuelve tan parecido a un mundo presuntamente libre del universo carcelario aquí descrito.
Una vez concluido el tiempo de la representación teatral en el penal de Rebibbia, terminado ese momento de libertad y exaltación bajo la mirada y aplausos de los demás presos, y la aprobación entusiasta de espectadores venidos del exterior, los reos comediantes deben regresar a sus crujías y retomar la existencia de siempre. Es entonces cuando uno de ellos pronuncia la frase que de algún modo resume el propósito crítico de la película: Desde que conocí el arte, esta celda se volvió una prisión
. César debe morir conquistó merecidamente el máximo galardón, Oso de Oro, en el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.