e vive un fin de año colmado de presagios globales negativos para la economía (recesión o lento crecimiento, con alto desempleo), el comercio (políticas proteccionistas y a costa del vecino) y las finanzas (sostenida insuficiencia de crédito a actividades productivas y resurgimiento de las prácticas especulativas que provocaron la crisis). En medio de este horizonte sombrío, con un optimismo derivado de la temporada festiva, destaco un elemento de signo diferente. En la primera mitad de diciembre –mientras que en Estados Unidos menudeaban las admoniciones sobre los riesgos del acantilado fiscal
(a los que se hizo referencia en este espacio el 6 de diciembre) y en Europa continuaban los inconclusivos debates sobre el futuro del euro, al tiempo que se esperó al último minuto para proporcionar a Grecia el auxilio financiero que evitará por unos meses más el default–, de manera simultánea, aunque en apariencia no concertada, los bancos centrales, por así decirlo, salieron al rescate. Por una parte, el Sistema de la Reserva Federal, al que por lo general se alude como la Fed, hizo un anuncio de política a favor de la expansión de la actividad económica y el empleo notable por la claridad de sus planteamientos, la extensión prevista para su implementación y el uso de parámetros cuantitativos, relacionados con objetivos en materia de empleo, que hasta hace poco tiempo hubieran sido considerados anatema. Hubo ecos importantes en el Banco Central de Canadá. Por otra, el Banco Central Europeo se manifestó dispuesto a instrumentar las medidas favorables a la reactivación económica y el empleo anunciadas en meses pasados (véase El eurohéroe
, La Jornada, 13/sept/2012). Ambas instituciones, para recurrir a la manida metáfora de que corresponde a los banqueros centrales retirar la ponchera cuando va a empezar la fiesta, decidieron que, dado que ni siquiera se vislumbra el inicio de la fiesta, hay que dejar la ponchera en el centro de la mesa y preocuparse de que esté bien abastecida.
El anuncio de la Fed fue divulgado el 12 de diciembre mediante un comunicado de prensa del Comité Federal de Operaciones de Mercado Abierto, que anuncia también la continuidad y fortalecimiento de las operaciones de facilitación de liquidez (conocidas como quantitative easing). Sin embargo, su señalamiento central, que ha sido reproducido repetidas veces en numerosas lenguas, es del siguiente tenor: “Para apoyar la continuidad del avance hacia el máximo empleo y la estabilidad de precios, el comité espera que la política monetaria extraordinariamente expansiva seguirá siendo adecuada por un tiempo considerable después […] de que la recuperación económica se fortalezca. En concreto, el comité decidió mantener la tasa de fondos federales en el rango de 0 a _ por ciento y actualmente espera que este rango excepcionalmente bajo seguirá siendo apropiado por todo el tiempo en que la tasa de desempleo permanezca por encima de 6 por ciento. [Ahora es de 7.7 por ciento.] La inflación en los siguientes uno o dos años se proyecta en no más de medio punto porcentual por encima del objetivo de largo plazo de 2 por ciento establecido por el comité, al tiempo que las expectativas inflacionarias a más largo plazo se encuentran ancladas con firmeza” (énfasis añadido).
El presidente del Banco Central canadiense, Mark Carney –quien ya ha sido designado gobernador del Banco de Inglaterra, cargo que asumirá en julio próximo–, en una plática informal también el 12 de diciembre, parece haber dado inicio, en palabras del ministro de Finanzas británico George Osborne, a un debate internacional innovador
sobre los nuevos objetivos que, más allá de las metas de inflación, puden asumir los bancos centrales. Carney sugirió la adopción de un objetivo de tasa de crecimiento nominal o de ampliación de la dimensión real de la economía, en lugar de la meta de inflación, como medio de subrayar la prioridad que la política monetaria, como parte del conjunto de la política económica, debe asignar a la expansión de la actividad y el empleo. Carney señaló que “… cuando las tasas de interés líderes son próximas a cero [como ocurre ahora en varias de las principales economías], puede resultar más favorable establecer objetivos relacionados con el producto interno bruto nominal [que con los niveles de inflación]. La naturaleza excepcional de la situación y la magnitud de las brechas existentes hacen de esta una política más creíble y más fácil de comprender” (Financial Times, 12/dic/2012).
Es difícil exagerar la importancia, para el actual debate global sobre la orientación de la política económica, de señalamientos como los de Bernanke y Carey. Habría que destacar, cuando menos, cuestiones como las siguientes: a) Es bien conocido el mandato dual que rige al Sistema de la Reserva Federal: asegurar la estabilidad de precios y promover los máximos niveles asequibles de empleo. Empero, en el pasado reciente –que se extiende al menos por tres decenios– no se había registrado una manifestación de prioridad tan clara a favor de la ocupación: la Fed habla de mantener las políticas monetarias expansivas el tiempo que sea necesario mientras el desempleo se sitúe por encima de cierta cota (6 por ciento) y acepta explícitamente que ello puede llevar a rebasar, en alrededor de medio punto porcentual, el objetivo inflacionario de 2 por ciento, considerado largo tiempo como sacrosanto. b) Queda claro, por otra parte, que el temor de un brote inflacionario en las economías centrales está por completo divorciado de la realidad. c) Al explorar la eventual sustitución de las metas de inflación por objetivos de crecimiento del producto nominal o de expansión del tamaño real de la economía, la prioridad se desplaza de los objetivos de equilibrios financieros a los relacionados con la economía real; con la producción de bienes y servicios, no con el velo monetario.
Sobre este trasfondo resulta muy difícil comprender que la propuesta de programa económico para México en 2013 establezca como principal objetivo la estabilidad macroeconómica. Al tiempo que se minimizan los riesgos recesivos presentes en la economía global y se reconoce que la mexicana se desaceleró en el tercer trimestre de 2012, se reitera el mandamiento de deficit presupuestal cero, anulando la posibilidad de instrumentar políticas anticíclicas que podrían tornarse necesarias en el curso del año. El Banco de México no prevé cambio alguno de política monetaria a menos que se comprometa la convergencia de la inflación al objetivo permanente de 3 por ciento
. El crecimiento y el empleo aparecen como subproductos de circunstancias internas o externas sobre las que es imposible no digamos influir, sino incluso reaccionar de manera suficiente y oportuna.