Caminito de la escuela
or fin parece que, oficialmente, el ejercicio de las artes es un importante paliativo educativo y recreativo en la formación de las nuevas generaciones.
No es sorpresa observar a quienes en el pasado no hacían caso de esos proyectos y postulados, y actualmente, a voz en cuello, destacan la importancia de los factores artístico y cultural en la formación y desarrollo de los niños y jóvenes y como elemento para combatir la violencia, el crimen, el desorden, el descontento y hasta la rabia que produce en la población la pobreza, la carestía la falta de empleos, la injusticia y la diferencia de clases y sueldos, cada vez más escandalosa.
El obsceno descaro de transas y prebendas para despojar a la gente de sus magros salarios en favor de negocios con extranjeros, que despluman libremente a los mexicanos no tiene un hasta aquí, claro y contundente, de quienes cobran por defender al país.
En el gremio de las artes, en este caso el de la danza, en el que la gente está acostumbrada a trabajar durísimo, sin remuneración alguna o de apenas unas monedas con tal de bailar o merecer el cobijo del presupuesto, urge una planeación inteligente para aprovechar recursos humanos y distribuir las ganancias, el capital social del desarrollo humano adecuado a las necesidades de la población.
Sin embargo, parece que el pastel se repartió de antemano, como en otros rubros, entre parientes, amigos y negocios que eternizan un imperio invisible de gente trepada en el poder por generaciones e incapaz de sacar al país del hoyo.
Difícilmente planes y programas de estudio logran salir airosos de tanta corrupción. Los que se salvan se eternizan en sus torres de marfil, en las que se apolillan, arrastrando a generaciones que no tardan en sentirse atrasadas y fuera de contexto, sin encontrar jamás la forma de avanzar.
Hay otro problema: dónde y cómo obtener maestros preparados, honestos y valientes, conscientes de lo que los chicos necesitan y de cómo explicárselo.
Por más buena voluntad que se tenga, el cuerpo humano habla, y simplemente de pie, en un escenario, cuenta su historia, su entrenamiento, su capacidad o torpeza, su anhelo y su impotencia. Cuál es la línea que separa la recreación del arte y la distracción del profesionalismo. Se necesitan cuerpos y movimientos en los que se trasluzcan las ideas, las penas, la alegría y la mentira; se requiere saber cómo y qué enseñar: el qué, en una danza de función social, sin ser baile de salón.
Parece urgente aterrizar en un proyecto armado de conciencia, conocimiento, medios, vocación, fortaleza, imaginación y organización... Basta de aprender echando a perder o acertar por error. De donde se desprende la vulnerabilidad en que nos encontramos y la falta de preparación.
¿Acaso harán falta las misiones culturales del cardenismo?, maestros héroes de la patria... ¿de dónde saldrá el presupuesto si ya debemos hasta los calcetines y se nos meten al país fariseos de cualquier parte del mundo? ¿Saldrá acaso, en parte, de los sueldos estratosféricos de los elegidos, encargados de la nación? ¿Reducirán sus gastos o habrá que crear nuevos impuestos? ¿Cobrarán la atención a los enfermos en hospitales del Estado o los libros a los estudiantes, los paseos dominicales, la risa o el aire que respiran?… ¿Qué dice usted?
Caminito de la escuela, vamos todos a bailar...