La obra de Ariel Guzik atrae la atención de los asistentes a la 55 Bienal de Venecia
Mecanismo o instrumento, es también experimentación sonora en íntima relación con el espacio y el público
Pudo haber existido antes de las computadoras
, señaló Itala Schmelz, curadora
hacer transitable la nave derecha de la iglesiay realizar un diagnóstico sobre los trabajos que son necesarios, según el director de la oficina de Eliminación de Barreras ArquitectónicasFoto tomada de Internet
Lunes 10 de junio de 2013, p. 5
Venecia, 9 de junio.
Las grandes y pesadas puertas de la iglesia de San Lorenzo se abren nuevamente al visitante para acoger por seis meses el pabellón mexicano en la 55 Bienal de Venecia, la cual le dará la vida que ha perdido con el tiempo.
Su desnuda e incompleta fachada de ladrillo se encaja de manera forzada entre los edificios que la flanquean como en desproporcionada escenografía teatral. Frente a la plaza corre un canal que suaviza los rudos volúmenes geométricos del área, al hidratar las tonalidades ocres dominantes y agraciar su estructura.
San Lorenzo es un espacio significativo para la ciudad; está ubicada en un punto intermedio entre el Arsenal y la plaza de San Marcos. Es un lugar poco frecuentado por turistas, pero también es un área en crecimiento, por estar a 10 minutos del Arsenal. Fue una de las iglesias más antiguas y ricas de Venecia, a cuyo convento, perteneciente a las monjas benedictinas, acudían sólo mujeres de alcurnia. Marco Polo fue enterrado ahí, aunque sus restos están dispersos por los múltiples restauros que el templo ha tenido; ahí también está sepultado Francesco Cavalli (1602–1676), uno de los mayores compositores del siglo XVII, entre otros.
La iglesia hoy aparece en estado de abandono; su declive se inició con las supresiones napoleónicas de 1810, cuando el convento pierde su función religiosa. Durante la primera guerra mundial fue bombardeada, aunque se siguió oficiando misa hasta 1920, fecha de su desacralización y de su cierre definitivo, que la llevó a un lento pero constante degrado, reavivado raramente por esporádicas aperturas, siendo la última en el lejano 1984, con motivo del Festival Internacional de Música Contemporánea de la Bienal, donde se representó la premisa mundial de Prometeo, del compositor Luigi Nono, organizada por la Scala de Milán. Con este espectáculo –que se repitió el año siguiente en una nave industrial en Milán–, Nono subvirtió la lógica de una sala de concierto con la ayuda de Renzo Piano, quien realizó una inmensa estructura de madera de tres pisos, donde se diseminaron orquesta y público, que fueron integrados dentro de éste, como en un laúd; las vibraciones emitidas por la música rebotaban en la madera creando una especie de caja armónica incluyente.
Aunque distinto y sin poder relacionarlo por ser una coincidencia, la pieza de Ariel Guzik es también experimentación sonora en íntima relación con el espacio y el público, aunque en este caso el espacio disponible es una pequeña porción en el extremo derecho, pues el piso en el resto de la iglesia está roto por las excavaciones arqueológicas: debajo se encuentra la antigua iglesia del siglo IX y sus ampliaciones posteriores del año mil y de época gótica.
La iglesia, como se ve hoy, es tardorenacentista, de estructura grandiosa, apantallante; tiene una altura de casi 20 metros, con una peculiar planta cuadrada de 600 metros; es una única nave, sin barreras visuales, sin columnas, perfecta para exposiciones con grandes piezas.
El pabellón fue inaugurado por María Cristina García Cepeda, directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes, quien expresó satisfacción por la participación de México en la Bienal; además estuvo el embajador de México en Italia, Miguel Ruíz-Cabañas Izquierdo.
La belleza del espacio, pero también las limitaciones, fueron determinantes para seleccionar el proyecto, a mitad entre arte y ciencia.
El título es Cordiox, instrumento con un mecanismo complejo, una especie de autómata que captura estímulos imperceptibles por el ser humano, como humedad, movimiento, ruido, variación de temperatura presente en el ambiente, gracias a un cilindro hueco de cuarzo de 1.80 metros –único en el mundo por dimensión– colocado en posición vertical. El cuarzo es un material increíblemente sensible al movimiento, que provoca vibraciones que se transmiten a través de cuerdas sujetadas con enorme tensión puestas a su alrededor y ancladas en una base de madera en forma de estrella de seis picos, que produce un sonido que es modulado por una caja de madera puesta al lado.
Gestación de la exposición
Según comenta la curadora Itala Schmelz para La Jornada, “cuando convocaron a participar a la Bienal, y al ver el lugar, pensé de inmediato en Ariel; él estaba trabajando en un proyecto desde hace tiempo y eso nos favoreció, porque lo tenía muy adelantado. Después empleó con su equipo de trabajo tres meses sin dormir para llevarlo a cabo.
“Armaron el aparato en México y llegando aquí ensamblaron las piezas, hasta que fue capaz de sonar. Es como un instrumento musical que se tiene que afinar. Al tener tal sensibilidad de captación han ubicado pequeños micrófonos y sensores por diferentes lugares, pero sin amplificador ni memoria digital, ni ningún tipo de tecnología; es pura mecánica y electrónica clásica. Es un aparato que pudo haber existido antes de las computadoras; es un trabajo artesanal. Por dentro, la máquina de madera está llena de pequeños cables; es sofisticada, y su construcción requiere una demanda enorme de tiempo. En estas máquinas no hay nada grabado, el sonido está ahí, nunca se acaba.
“Este es un trabajo en equipo. Ariel llegó con seis personas más. Todos sus asistentes tienen distintas especialidades, entre ellas en música, ingeniería y electrónica; es un trabajo interdisciplinario.
Todas sus máquinas empiezan desde hacer dibujos o diagramas. Hay algunos muy complicados, después de mucho trabajar se pasa a la realización.
La obra de Ariel es poesía, transforma aspectos invisibles de actos naturales en realidades tangibles, dota a la naturaleza de voz propia, al transformar, como alquimista, el silencio aparente en sonido armónico; sumerge al espectador en una experiencia sensorial que no es truco evocativo, sino un hecho antes imperceptible, construyendo un puente entre el ser humano y los aspectos mínimos de su entorno. Ariel ha dado voz en proyectos anteriores a cactus, ballenas e incluso nubes y atardeceres.
La obra de Ariel está apoyada por un largo trabajo de investigación, de viajes, de labor de campo. En 1990 fundó y dirige el laboratorio de Investigación en Resonancia y Expresión de la Naturaleza. En algunas máquinas ha tardado hasta 15 años en su realización, como Espejo Plasmaht. Para entender su relación con el arte es útil recordar cómo las máquinas sonoras de Guzik remontan lo fantasioso sin ser científicamente ortodoxas: es en el campo del arte donde despliegan su potencialidad
, puntualiza la curadora en el catálogo.
Rafael Lozano-Hemmer, primer representante del pabellón mexicano, opina respecto de la obra de Ariel: Según Carlos Fuentes, México antes exportaba utopía; ahora exporta apocalipsis. Creo que la obra de Ariel no es ninguna de las dos, rompe ese tipo de expectativas de exotización del arte mexicano, ya sea por su interés por la muerte o por la realidad urbana, o por romantizaciones de nuestra sociedad. Su obra no se sitúa en ninguna de las dos; es un arte de investigación, un arte científico, interdisciplinario
.