ntes que la alcaldesa de Monterrey, como documentan Astillero y los corresponsales de La Jornada (11/06/13), hubo gobernadores (los de Chihuahua y de Veracruz) y alcaldes (de Ensenada, Baja California, y de Guadalupe y Benito Juárez, ambos de Nuevo León) que entregaron sus estados y municipios a Dios y a Jesucristo. Unos del PAN y otros del PRI, sin distinción, no sólo consagraron las entidades que gobiernan a Dios y a Jesucristo, sino que cedieron la autoridad que obtuvieron en las urnas a dichas figuras religiosas.
El incidente más publicitado y controvertido de todos ha sido el de Margarita Arellanes Cervantes, alcaldesa de Monterrey, Nuevo León. Me centraré en ella. Siendo católica accedió, como Pelayo Torres (alcalde de Ensenada), a participar en un acto de cristianos organizado por la Alianza de Pastores el pasado sábado 8 de junio (véase El Porvenir.mx, 10/06/13).
La panista, de 36 años de edad, le abrió las puertas de Monterrey a Dios y la entregó explícitamente a Jesucristo, a pesar de que en su toma de protesta como presidenta municipal había dicho que no permitiría ningún acto por encima de la ley. ¿Y el laicismo de la República establecido en el artículo 40 constitucional? Letra muerta para ella y también para algunos de sus homólogos.
La abogada Arellanes sabe, entonces, que al entregar la ciudad a una figura religiosa (Jesucristo) no sólo está pasando por encima de la ley sino que contradice el principio de tolerancia y respeto a todas las creencias religiosas que sin duda profesan los miembros de la sociedad plural de esa ciudad. ¿Los judíos y los musulmanes, sólo para poner dos ejemplos, estarán de acuerdo en que la ciudad pertenezca ahora a un símbolo del cristianismo?
La panista no entregó las llaves de la ciudad a un visitante extranjero y distinguido, como cortesía diplomática. No. La señora Arellanes le entregó públicamente la ciudad (no las llaves) a una entidad religiosa y, añadió, como para evitar dudas, que le entregaba la ciudad a Jesucristo para que su reino sea establecido y que le abría las puertas a Dios como ¡la máxima autoridad! en Monterrey. Lo mismo había declarado el priísta César Garza, alcalde de Guadalupe, Nuevo León, el 8 de diciembre pasado. En ambos municipios, en otros y en los estados mencionados, la máxima autoridad es Dios, como se ve –valga la ironía–, en perfecta armonía con la República laica.
La postura de la señora Arellanes no es anecdótica. Nunca antes, ni en tiempos de Fox, un gobernante había usado su voto popular para cederle la máxima autoridad, la suya como gobernador o presidente municipal, a una deidad de clara connotación religiosa. Ni Dios ni Jesucristo, como podrá demostrarlo la autoridad electoral, figuraron en las boletas electorales. No se votó por ellos, por lo que la alcaldesa no está en condiciones legales para cambiar la voluntad popular por un capricho religioso, por más que su religión sea su más íntima convicción. Dicho sea de paso, su convicción es respetable en la lógica de la tolerancia y de la libertad de creencias, pero no nos confundamos: no la puede convertir en política de gobierno. ¿Religión municipal ya que no puede ser religión de Estado?
La única religión que constitucionalmente puede tener el Estado mexicano es la no religión: el laicismo, y con éste la absoluta libertad de creencias para todos y cada uno de sus ciudadanos. Lo que está haciendo la alcaldesa es imponer a todos una corriente religiosa (ambigua, por cierto) y cederle el poder a su dios sin tomar en cuenta la libertad de creencias e incluso la ausencia de éstas.
De permitirse estos excesos, equivalentes –guardando las proporciones debidas– a un Estado cuya Constitución está basada en un texto religioso (como el Corán en algunos países musulmanes), no será difícil pensar que la alcaldesa pugne por volver religiosa la educación pública en su municipio (ahora municipio de Dios), incluir el creacionismo o el catecismo en la enseñanza, o prohibir el aborto bajo cualquier circunstancia y sin las salvedades que establece el Código Penal de Nuevo León (artículo 331).
La alcaldesa regiomontana se sabe más o menos protegida por los poderes fácticos de esa ciudad capital que, tradicionalmente, pertenecen o han pertenecido a grupos religiosos, principalmente al Opus Dei y a los Caballeros de Colón. El famoso Grupo Monterrey, muy poderoso económicamente, es y ha sido desde hace décadas muy conservador, por no decir reaccionario. Pero si bien ellos dominan en la ciudad. no quiere decir que todos sean sus empleados o, peor, sus correligionarios incondicionales. Ella, en las elecciones estatales, obtuvo sólo 51.7 por ciento de la votación total (276 mil votos), y su partido (el PAN), en elecciones del Congreso local, logró 20 diputados (15 de mayoría y cinco de representación proporcional) en tanto que la oposición en conjunto colocó a 22 diputados.
Aceptemos que tiene la legitimidad de las urnas (dado nuestro imperfecto sistema electoral) y que es la primera mujer en ocupar ese cargo en la Sultana del Norte. Pero ninguna de estas ventajas le da derecho a violentar y derivar la voluntad ciudadana a una figura religiosa que no estaba inscrita como candidata ni apoyada por partido alguno, ni siquiera por el PAN.
Esta película ya la hemos visto en la década de los 20 del siglo pasado y también hace tres años, cuando los jerarcas católicos llamaron a obedecer la supuesta ley de Dios
por encima de las leyes de los mexicanos. En 1925, el arzobispo primado de México, José Mora y del Río, llamó a sus feligreses no sólo a desconocer varios artículos constitucionales sino a combatirlos, pues se consideraban contrarios a su fe y a su religión. Al año siguiente estalló la guerra cristera. Y en enero de 2010, el cardenal Rivera dijo que los católicos sólo debían obedecer a Dios y que toda ley humana que se le contraponga será inmoral y perversa. Creíamos que no había logrado eco, pero estamos viendo que sí, incluso entre gobernantes priístas.
Si se deja pasar lo dicho por la señora Arellanes en Monterrey y sus homólogos en otras entidades, puede ocurrir que el ejemplo se multiplique, que los grupos religiosos (católicos y cristianos) tomen nuevos bríos y que se nos escurra entre los dedos la República laica que no fue fácil conseguir.