a discontinua marcha del país se ha interrumpido para dar cabida a un caótico intervalo electoral. Como si fueran piezas del viejo museo, ahora recién visitado, retornan imágenes de urnas violentadas, autoridades entrometidas, carros completos, violencia intermitente, candidatos en trifulcas varias y votantes anonadados. Los triunfadores, por su propio decir, gesticulan en las pantallas y vociferan en alocados micrófonos de la radio. Las cuartillas de los columneros se atiborran de fingidos escándalos en ciernes que, sin penar, apenas llegan a los mismos mentideros de siempre. Las voces, salidas de los retocados perfiles de dirigentes partidistas, se escuchan sólo para ensanchar el desconcierto informativo, ya muy acentuado por el vocinglerío de los medios.
Este episodio será, qué duda, un pleito adicional por un poder público disminuido que poco alterará la vida de los ciudadanos. Y, si lo hace, será, tal y como prueba la triste experiencia, para su colectivo o personal perjuicio. Una actualidad poco alentadora del presente nacional y un motivo adicional para el regodeo de los críticos irredentos que, como aquí se puede notar, concitarán tópicos por demás trillados. Ni modo, el deseado avance democrático tendrá que esperar para mejores tiempos u ocasión pospuesta. Y qué otra cosa se puede esperar de la victoria del candidato del PAN, o, forzando recuentos, la del PRI, en la disputada gubernatura de Baja California. ¿Será que ahí, en ese caótico territorio fronterizo se dirime la grandeza nacional? Menos todavía se sacará de provecho si el PRI se lleva, con la furia que lo caracteriza en este tipo de disputas, una carretada de puestos de menor calado: alcaldías subastadas al por mayor y abrumadores cantidades de diputaciones locales que aseguren controles a modo de gobernadores ambiciosos. El costo, de todas maneras, será cargado a la abultada cuenta de los haberes públicos. Recursos que fueron, y serán, desperdiciados en similares ocasiones por venir. Pocos se atreverán a plantear razonamientos para alentar las urgentes esperanzas fundadas por un futuro halagüeño.
Pasado el vendaval de los votos no contados, las caídas de los PREP privatizados (con todo el patriótico costo atado) y las ventajas otorgadas por los sondeos bajo contrato, el recuento final irá, sin retobos adicionales, al archivo de los actos y los deseos quebrantados. Un verdadero arsenal, de perversa reputación, que se acumula allá en la trastienda de las desconfianzas acendradas. La poca valoración que los mexicanos expresan hacia sus instituciones y procesos democráticos, seguirá un curso que, en alguna ocasión no lejana, colisionará con la endeble normalidad que hoy rige. Mientras, bien se puede seguir la fiesta de los discursos interminables que afirman el merecido ascenso de la República. Se incidirá en reiterar la máxima de aceptar el dictado de las urnas sólo para volver, de inmediato, para torcerlo a voluntad. Se dirá, con engolada voz, que fue un duro y esforzado cabalgar entre las tormentas externas que acosan a otras sociedades. Aquí, como dijo el prócer de antaño revisitado, hay timonel, barcaza y rumbo, nada qué temer. ¡Ah las certezas imperecederas! aunque después se descubran plagadas de inseguridades, torpezas y delirios.
Los acuerdos de gobernanza, intocados por los muchos retobos electivos, seguirán, según los interesados, la hoja de ruta trazada. Visionarios dirigentes pondrán lo necesario para brincar cuantos escollos sean levantados por el desvarío de algunos necios. Las intenciones renovadoras prevalecerán a toda costa, la unidad y el futuro de la nación así lo demanda y estos valores serán esculpidos en monumentos verbales. Variaciones como las expresadas arriba serán difundidas por doquier tan pronto se asiente la maraña de las pendencias y las ambiciones queden satisfechas, al menos por el momento. La vena interna, ya bien cimentada por avatares sin fin –y aceptada por buena parte de la sociedad– afirma, contra viento y marea, que no hay substituto para el triunfo. La derrota equivale a la ignominia de los tontos. La cínica aceptación, elevada a grado de fe que dicta de manera inapelable: todo se vale en la contienda. Un corrosivo ingrediente de mentes e instituciones prevaleciente. El famoso haiga sido como haiga sido como supremo valor de la ética personal y partidista.
Mientras, la economía, un pendiente interrumpido por la barahúnda electoral, volverá para recordar a las desprevenidas audiencias que su marcha, contrariamente a lo predicho, está flaqueando. Un desliz consistente la aqueja, y los instrumentos para insuflarle aliento se esconden tras la ineficiencia del funcionariado de alto nivel. Los pronósticos que aspiren a una tajada de realismo, deberán situar el crecimiento del PIB nacional alrededor de 2 por ciento (para arriba o abajo) en este año inicial de las transformaciones prometidas. El empleo generado en todo el año no pasará de uno a tres cientos de miles de nuevos puestos de trabajo. Y eso si se consideran los creados en la informalidad o en la precaria contraparte formal. La concentración del ingreso y la riqueza seguirá su ruta, acelerada y certificada por el peso del sistema organizado que la protege por sobre cualquier alternativa. Y, allá, en la corta lontananza, se alcanzan a distinguir los barruntos de las anunciadas reformas, reiteradamente catalogadas como estructurales: la energética y la fiscal. Una azarosa tentativa que, de proseguir, pondrá en riesgo la frágil convivencia.