odavía el último año de su sexenio el licenciado Calderón hizo alarde de los logros que obtuvo en construcción de viviendas para familias de escasos recursos. Superaba por mucho lo que hizo su antecesor y los gobiernos del PRI. Tenía razón el becario de Harvard, pues durante su mandato el sector privado construyó cientos de miles de viviendas. Aun así, más de 36 millones de habitantes (uno de cada tres mexicanos) no cuentan con un sitio digno para vivir, entendido éste como el que dispone del equipamiento indispensable: desde los servicios de agua potable, drenaje y luz eléctrica, hasta materiales de buena calidad y espacio suficiente y adecuado para la convivencia familiar.
Pero además, casi 2 millones y medio de personas viven hacinadas y, pese a todo lo que se construyó en el sexenio anterior, hace falta edificar por lo menos 9 millones de casas en el país. Para resolver el problema, en febrero pasado el presidente Peña Nieto dio a conocer su programa de vivienda. Contempla desde reducir el rezago en el campo y las ciudades, lograr un crecimiento urbano sustentable y mejorar las viviendas que lo necesiten, hasta lograr una mayor coordinación interinstitucional y de las políticas financieras de fomento. En resumen, ahora sí el gobierno federal ofrecerá vivienda digna a quien no dispone de ella.
El nuevo programa se anunció cuando las grandes inmobiliarias del país se declaraban en grave crisis por deber al sistema bancario cerca de cinco veces sus activos. Las acciones de ARA, Geo, Sare, Ruba, Urbi y Homex se desplomaron estrepitosamente en la Bolsa de Valores por la caída en sus ingresos y no tener con qué cubrir sus adeudos. En contraste, hay más de 100 mil casas abandonadas especialmente en Tamaulipas, Baja California, Jalisco, Chihuahua y el estado de México. Están desocupadas por la inseguridad de los sitios donde se localizan, el desempleo, su lejanía de los centros de trabajo, mala calidad o falta de infraestructura. Ante esta burbuja inmobiliaria a la mexicana, los bancos cancelaron las líneas de crédito a las mayores constructoras. Dos de ellas (Urbi y Geo) captaron más de mil millones de dólares de capital extranjero mediante la venta de bonos en el exterior, pero no pudieron cumplir con los pagos de lo que debían.
Esa burbuja dejó por los suelos la política del PAN de apuntalar el crecimiento económico y mejorar las condiciones de vida de las familias con base en la construcción masiva de viviendas mediante el Infonavit y de conceder diversos subsidios a las constructoras. Y es que durante la docena trágica el Infonavit (que respalda el 75 por ciento de las hipotecas) concedió 4.4 millones de créditos a sus afiliados bajo condiciones muy ventajosas. Suman el doble de los que otorgó desde su fundación en 1972 y hasta 2000. Miles aprovecharon los créditos baratos y obtuvieron préstamos para vivienda sin reparar en su ubicación y calidad y en su posibilidad real de cubrir los adeudos contraídos.
Si las autoridades financieras son responsables en muy buena parte por lo que ha pasado, no menos la tienen las instancias oficiales que autorizaron edificar masivamente unidades habitacionales donde no se debía y de tamaños tan reducidos que atentan contra el sano desenvolvimiento de las familias. Basta ver las de varios estados, donde las altas temperaturas las convierten en verdaderos hornos, imposibles de ocupar si no cuentan con aire acondicionado, lo que aumenta su costo por las elevadas tarifas de electricidad. Además, alejadas de los centros de trabajo, sin transporte público ni los servicios básicos. Los ejemplos se repiten en Campeche, Quintana Roo, Veracruz, Tabasco o Yucatán, pero también en las entidades del norte y centro del país. Como ocurre frecuentemente, los culpables de lo que pasó gozan de impunidad. Algunos se hicieron más ricos gracias a la corrupción oficial y privada, y otros dictan cátedra de rectitud y patriotismo como legisladores.
El gobierno federal asegura que en materia de vivienda no repetirá los errores cometidos durante la docena trágica. Ya anunció sus grandes líneas de trabajo en la materia, pero falta lo principal: cómo hacerlas realidad.