e todos los éxitos de la diplomacia francesa, uno de los mayores es, acaso, si no el menos imaginable, el más inesperado. Sin recurrir a las astucias de Talleyrand, sin necesidad de las audacias de Charles de Gaulle, pues se trata de una simple competencia ciclista: el Tour de France encarna hoy la representación diplomática más exitosa de la República Francesa en un mundo y una época actuales donde el triunfo se mide por los resultados en los medios de comunicación.
El Tour de France dura tres semanas. Numerosos equipos de corredores ciclistas, venidos de diversos países del mundo, participan en la competencia, transmitida por innumerables cadenas de televisión internacionales.
Cierto, desde el punto de vista deportivo, la prueba es una de las más temibles que pueda ser imaginada. Las etapas en planicies suceden a etapas en la montaña, permitiendo a los campeones expresar cada uno su particular talento. Los escaladores en montaña, los sprinters en planicie. Sin embargo, la competencia deportiva está lejos de ser el único atractivo del acto.Para muchos, el deporte no es sino un pretexto para hacer circular otro mensaje, de un interés quizá superior. La inteligencia de los organizadores es haber dado prioridad a la diversidad de paisajes para poner en escena un espectáculo excepcional.
Gracias a la televisión, los espectadores de buena parte del planeta pueden dar también la vuelta de Francia. Como de etapa en etapa, de provincia en provincia, el paisaje cambia cada día, sin dejar su confortable sillón, el televidente puede dar ese paseo por las más diversas regiones de este país limitándose al simple acto de encender su televisor.
Ninguna campaña publicitaria, incluso pagada con millares de euros, no podría hacer tanto por el atractivo de Francia como esta campaña cotidiana que dura, como quiera que sea, tres semanas. Esto deja tiempo para descubrir una parte del país: el viaje es incluso más largo que el de muchos turistas, quienes deben satisfacerse de una semana en París, apenas el tiempo de fotografiarse ante la torre Eiffel o el Sagrado Corazón de Montmartre.
Mientras el Tour de France permite descubrir planicies, montañas, castillos, iglesias, pueblos, puertos, en fin todas las maravillas naturales o arquitectónicas de un país donde, el espectador puede reconocerlo, abundan. Excelentes comentadores explican, a medida que desfilan las imágenes, las circunstancias históricas de tal monumento, las características agrícolas, las estrategias marítimas, en fin la historia del país, a veces mejor que en la realidad, pues las técnicas actuales, vistas aéreas, ofrecen una vista excepcional.
Este año, por ejemplo, el Tour comenzó por vez primera en Córcega, lo cual además llenó de orgullo a sus habitantes y serenó las inclinaciones separatistas. Isla de belleza, según su apodo, el espectador pudo descubrir sus magníficos paisajes, sus pueblitos, sus bahías, su comida.
Los ciclistas volvieron a Francia continental: los Pirineos, Bretaña, Normandía, con una etapa que culminó en el monte Saint-Michel, joya arquitectónica del Patrimonio de la Humanidad.
Siguieron los castillos de la Loira. Hoy fue una de las etapas más duras: la subida a la cima del despiadado monte Ventoux, cuya ascensión es tan dura que, hace unos años, un ciclista inglés, Simpson, murió de agotamiento. El Tour es un espectáculo completo: tiene su parte de tragedia.
El héroe de este 14 de julio fue un joven colombiano, Nairo Quintana, excelente escalador, quien llegó a la cumbre justo atrás de Chris Froome, portador del maillot amarillo del por el momento campeón.Este día de fiesta nacional, fecha de la toma de la Bastilla, tuvo lugar el tradicional desfile militar en los Champs Elysées, un rito inmutable de perfecta coreografía.
En la misma avenida, dominada por el Arco del Triunfo, el próximo domingo, terminará el Tour de France con la llegada de los supervivientes. Muchos habrán quedado en camino, héroes del ciclismo.