as posiciones más sociales del papa Francisco en Brasil han despertado diversos comentarios entre analistas y observadores de la Iglesia sobre qué esperar del nuevo pontífice. Sobre todo, qué rumbo va a tomar la Iglesia que, como todos sabemos, vive convulsionada. Esta crisis es el telón de fondo de Francisco. Algunos proclaman ya rupturas de Bergoglio con sus predecesores inmediatos y un acercamiento a la Teología de la Liberación latinoamericana. Otros, con desconfianza, ven el evangelio social de Bergoglio como cortina de humo para evitar enfrentar temas como el castigo a la pederastia clerical y las corrientes de corrupción en el Vaticano.
En todo caso, el estilo del papa Francisco ha sido más pastoral y de contacto, que marca diferencias notables ante los refinados estilos de Benedicto XVI, quien sabía comunicarse con mayor agudeza mediante la palabra escrita. El pontífice jesuita argentino, en cambio, ha puesto el acento en mostrar una Iglesia humilde, de servicio, en mayor contacto con la gente en general y con los pobres en especial. Pero más allá de los estilos y las formas, lo que cuenta es preguntarse sobre los futuros ejes que asumirá Francisco para fortalecer una Iglesia dividida y debilitada. Recordemos que el principal desafío de la Iglesia no ha sido ni la renuncia de Benedicto XVI ni las guerras intestinas del lobby gay. Además de la pérdida de autoridad moral en el mundo y de los escándalos de pedofilia, la principal preocupación de la Iglesia católica es el descenso de sacerdotes, religiosos/religiosas y en particular de creyentes. En Europa las tendencias fortalecen al ateísmo y el agnosticismo, mientras en América Latina es la pérdida de creyentes que emigran a otras iglesias, en un contexto de mercados religiosos cada vez más competitivos y diversificados, en el cual los fieles católicos carecen de herramientas y no encuentran qué posturas sostener. Tampoco la jerarquía detenta ascendencia ni un liderazgo claro. Hay que resaltar la pérdida de centralidad institucional; las encuestas muestran que los católicos escuchan cada vez menos a sus obispos. Por tanto, el catolicismo latinoamericano –México quizás a la cabeza– corre el riesgo de mimetizarse con las clases dominantes para incidir e incrustar sus intereses en el espacio público. Este vínculo tiende a fortalecerse en diversos países de la región, a diferencia de Europa y Estados Unidos. Los gestos y los símbolos con que inició Francisco en Roma son importantes en las sociedades mediáticas. Pero ni han resuelto la crisis de la curia romana ni definen una política de gobierno. Son apreciados los cambios introducidos por este Papa: sencillez, humildad y austeridad, pero en un mundo globalizado donde los focos sobre la institución están puestos en los escándalos, Francisco ha representado, a lo sumo, una tregua y hasta ha conquistado simpatías. Pero no alcanza. No hay aun decisiones estratégicas. Las comisiones nombradas por el Papa tampoco representan nuevos programas de gobierno, ni nuevos revulsivos teológicos o pastorales. Por ello, la importancia de su visita a Brasil, nos permite observar un posicionamiento que va más allá del gesto. Muchos analistas, sobre todo argentinos, conocen bien a Mario Bergoglio, como el sociólogo Fortunato Mallimaci, quien señala que el programa de Francisco será conservador. Asimismo, hace más de 50 años así era catalogado Juan XXIII y resultó un gran reformador, y convocó al Concilio Vaticano II. Juan XXIII tuvo, como ahora Bergoglio, la urgencia de impulsar algo que sacudiera la armazón monárquica y pesada de la Iglesia. La tarea no es sencilla por las reticencias. Ambos enfrentaron una curia adversa, especialmente los núcleos más conservadores. Ambos son portadores de un aggiornamento que busca sacar a flote a la Iglesia.
El núcleo conservador que se impuso después del concilio asciende al poder eclesiástico porque acusaba al progresismo católico de llevar al caos la Iglesia por una apertura indiscriminada a la modernidad y por la pérdida de identidad. Sin embargo, estos mismos sectores la han sumido no sólo en una crisis de identidad, sino en estrepitosos escándalos sexuales de corrupción. Por ello creo que Francisco no va echar por la borda la insistencia de una agenda moral. No creo que Bergoglio vaya a modificar las posiciones conservadoras de la Iglesia ante temas como el celibato obligatorio o el uso de contraceptivos; la moral sexual; los católicos divorciados; el papel de la mujer en la Iglesia, su ordenación, y tantas otras. No creo que Bergoglio revolucione dicha agenda, pero tampoco creo que la absolutice. En Brasil apenas ha tocado estos temas, que eran recurrentes en Ratzinger y en la última etapa del papa Wojtyla. En cambio, Francisco ha venido introduciendo otra agenda social que enfatiza la Iglesia pobre para los pobres, los derechos humanos y la justicia social. Una experiencia más marcada por su experiencia en el tercer mundo. De hecho, antes de llegar a Brasil, el 8 de julio en Lampedusa, en su primer viaje fuera de Roma –en la isla italiana punto entre África y Europa–, el planteamiento de Francisco fue duro y directo: condenó la indiferencia frente a la muerte de cientos de inmigrantes que intentan cruzar cada año. El evangelio social de Francisco puede ser una apuesta destinada a fortalecer las pastorales de las iglesias del sur y tener como sujetos a los jóvenes, con todos los riesgos que conlleva el posicionamiento político de la Iglesia, es decir, un clericalismo progresista cuya tentación sea de politizar lo religioso y catolizar lo político.
La Iglesia tiene mucha experiencia y sabiduría en sus cambios y transiciones internas. Nunca corren con prisa. Ahí quedan las experiencias entre los pontificados del antimoderno Pío IX (1846-1878) y el reformador León XIII (1878-1903) que lanzan al catolicismo a conquistar la modernidad con sus propias herramientas. Aparentemente, no hay rupturas sino cambios progresivos; no hay golpes de timón, sino reformas que se inician con suavidad. Francisco no tiene muchas alternativas que no estén en el marco de las reformas; un nuevo estado de ánimo y un espíritu sólo podrá encontrarlo en el Concilio o de plano: convocar uno nuevo.