Cómo montar al tigre y no acabar dentro de él
e veía venir el desmoronamiento de los integrantes del pacto. No del pacto. Se apareció un oidor panista al más puro estilo de la derecha conservadora, de la gente decente de cuello almidonado: Luis Felipe Bravo Mena volvió al palenque para declarar su disgusto con la conversión de los rezanderos de la brega de eternidad en tribus salvajes dispersas, confrontadas por la ambición del poder por el poder mismo. ¡Ave María Purísima!
En orden de antigüedad. Los del PRI se refugiaron en el poder de la dispersión misma. Después de todo, Enrique Peña Nieto llegó a candidato y a titular del Poder Ejecutivo porque vio a tiempo la inclinación de la balanza, el peso del federalismo que se hizo factor del poder real al hacerse efectiva la división de poderes, los pesos y contrapesos del Ejecutivo y el Legislativo. Sin necesidad de entender a Montesquieu y a los Papeles del Federalista, los de la orfandad toparon con la realidad cruda de la política mexicana. El dinero, los recursos para vivir del presupuesto y no vivir en el error
, se distribuyó en Los Pinos, en las cámaras de Diputados y Senadores, en cada una de las entidades de la Federación. Hoy, veintiuno de los treinta y dos estados son gobernados por priístas.
Cuando se desmoronaba el poder y se desangraba el país en la guerra de Calderón, el gobernador del estado de México, el de más votantes y mayores recursos, encabezó una coalición de gobernadores tricolores; titubeantes algunos, indecisos o temerosos por haber cedido al canto de Elba Esther Gordillo y dejado en el aire a Roberto Madrazo, atendieron el llamado de Peña Nieto. Está en su naturaleza. Y, además, el mexiquense acudió en auxilio de los aspirantes en estados gobernados por el PAN que los sacó de Los Pinos, o por los de la izquierda aferrada al destino manifiesto de Andrés Manuel López Obrador. Apoyos económicos y de operadores políticos. Hagan sus cuentas. La coalición se impuso y el que la encabezó llegó a la Presidencia de la República. Disperso el poder, en transición que paralizó la reforma política y no pudo, no supo lograr el cambio de régimen, bastó el amago de las redes sociales para modificar el proyecto de reducir el número de diputados, ajustar la representación proporcional, alcanzar la mayoría en el Congreso y dejar de ser un gobierno débil
.
Para fortalecer la Presidencia se necesitaba hacer política, acordar con los otros dos partidos grandes
, concertar una agenda legislativa en la que el partido en el poder, el del presidente de la República, no impusiera la mayoría democrática sino incluyera, diera paso y primacía a los proyectos, a las iniciativas del PAN y el PRD. En el camino se acomodaron las calabazas. Pero llegaron a la reforma dual que todos sabían ahondaría las fracturas en las estructuras internas de los tres pactantes: la reforma energética y la hacendaria. Imposible la una sin la otra. Pemex es, lo hemos convertido en el sostén fiscal, el que aporta más de cuarenta por ciento del ingreso, en consecuencia, del gasto público. Y el petróleo nacionalizado, la propiedad soberana de los hidrocarburos y otras riquezas del subsuelo, no son un tabú, sino hecho histórico, del proceso y de la conciencia colectiva mexicana.
Los teóricos del poder apabullante del capitalismo como religión, del hábito de emular al poderoso, por extraño, por ajeno que nos sea, no parecieran saber que nada cambia las manchas de un tigre y que ese trazo no se repite jamás en los de la especie. Es hora de reformar. Y demandan ver el buen éxito de Noruega, de su empresa nacional petrolera. Se asocia con empresas y capitales foráneos, dicen. Y añaden que los noruegos gozan muy alto nivel de vida y muy elevado ingreso per cápita. Nada dicen de la reducida población de la tierra de los vikingos. Y menos del formidable volumen del gasto público aplicado a lo social, a la educación, la salud, los salarios y el seguro de desempleo, las jubilaciones y la certeza de que los hijos tendrán acceso a la educación media y superior. Gratuita, por cierto, como lo exigen los estudiantes chilenos; laica, como debiéramos exigirla los mexicanos para cumplir con la norma constitucional.
En Aguascalientes debiera haber obispas. Obligada digresión. Pero del miedo a acabar dentro del tigre en que se han montado los que entre nosotros aspiran al liderazgo nacional, o al menos a coordinadores
de los militantes de sus respectivos partidos políticos. Los del PRI van a seguir la línea dictada por el Presidente de la República. Está en su naturaleza: pero son también un grifo de mil cabezas, cuando menos; un partido que se empeñó en hacerse híbrido para dar cabida a todos, vinieran de donde vinieran. Ya ni se acuerdan que alguna vez debatieron Rodolfo González Guevara y Enrique Ramírez y Ramírez si el suyo debiera ser partido de los trabajadores, de clase o de clases. Todos caben. Y en las alturas se acomodaron los dueños del dinero y sus mozos de estribo.
Dirán que a eso obedece la longevidad de un partido plural, organizado, disciplinado hasta la sumisión. Pero cambió la realidad del ámbito político, de las fuentes del poder. Todo, menos las manchas de origen. Nunca hubo un cacique
nacional. Ni cuando “Dios era omnipotente y el señor don Porfirio presidente; ni en el vuelco magnicida que dio lugar a la leyenda del Jefe Máximo: Aquí vive el Presidente. El que manda vive enfrente
. Pero siempre hubo un cacique ebrio de poder y bacanora
; siempre hubo rebeldías y opositores de veras y nunca hubo dictadura de partido, ya no digamos dictadura perfecta
. En la hora de la política, Peña Nieto tiene que conciliar y reconciliar las desorganizadas corrientes internas y los duros intereses confrontados en lo que han dado en llamar el nuevo PRI
,
Sobre todo en las iniciativas de reformas energética y hacendaria. Lo del petróleo marea. Hay quienes insisten en el modelo de Petrobras; expresan admiración por los logros de Lula en la asociación para explorar y explotar el petróleo. Se les olvida o fingen olvidar que Brasil nunca expropió, nunca nacionalizó el petróleo. Y sin embargo, habrá acuerdo en ambas cámaras y en toda la República. Hay que volver a expropiar a Pemex. No del sindicato, como sentencian los falsos solones de la corrupción en el ojo ajeno, sino del dominio del fisco que lo desangra, que impide la inversión indispensable en exploración y explotación.
De ahí que el PRD sea la pieza clave. No porque Jesús Zambrano cite al tuxpeño Reyes Heroles y siembre el miedo al México bárbaro
desatado si se impusieran los tontos que insisten en privatizar Pemex, aunque saben que es imposible. La izquierda, fracturada, confrontada consigo misma, envilecida por el apetito de dinero público, dispuesta a incluir a todos, a quien sea, sabe el valor geopolítico del petróleo y de lo que representa como insumo generador de divisas y de la energía que efectivamente hará andar a México.
No hay iniciativa alguna. Pero Cuauhtémoc Cárdenas expone las limitaciones y equívocos del proyecto panista; nos recuerda que la apertura no garantiza flujos de inversión, que la petroquímica se estancó; que en el mundo hay exceso de capacidad instalada en refinación; que urge atender a la exploración, aumentar nuestras reservas. Y que no dicen si se aplicará a las concesiones propuestas el mismo régimen fiscal aplicado a Pemex.
Que le pregunten a Francisco Gil Díaz o acudan a José María Córdoba, asesor de Luis Téllez. Lo cierto es que habrá acuerdo en el pacto. Y que los médicos darán de alta a Enrique Peña Nieto a tiempo para recetarnos la misma medicina a la misma hora.