Carlos Arruza I
n no pocas ocasiones hemos comentado que Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa Armillita chico y Carlos Arruza han sido Los tres grandes
del toreo mexicano y no sólo aquí, ya que también supieron serlo en España, Portugal, Francia y en todos aquellos países de América donde la fiesta brava alcanzó una reconocida gran importancia.
Nos hemos referido a los dos primeros de la relación y ahora toca turno
a Carlos, cuya familia y la familia Bitar fueron muy cercanas, amistad que, desgraciadamente, poco a poco se fue diluyendo tras la muerte del gran lidiador y gran amigo.
Por la confianza y la amistad que nos tuvimos durante tantos años, pese a la diferencia de edades, ya que él vino al mundo en 1920 y quien esto escribe 16 años más tarde, el no haber citado su apellido el amable lector pueda haberlo tomado como una falta de respeto a tan célebre matador y tan significado amigo, pero eso sí que no, de ninguna manera.
Nunca olvidado.
Como tampoco hemos olvidado a su señora madre, doña Cristina, a quien conocí de muy pequeño, ya que ella tenía una tienda de ropa para niñas que importaba de España en la avenida 5 de Mayo, junto al desaparecido cine Palacio, donde mi madre ajuareaba
a mi hermana Elisa.
Señora aquella, nacida en España, al igual que su esposo –a quien no conocí–, dotada de una gran personalidad, de una sonora voz y de contagiosa risa y con la que solía yo platicar con gran deleite, respetuoso siempre.
Maravillosa que fue.
+ + +
Carlos Ruiz Camino (Arruza fue el segundo apellido de su padre), fue un mediano estudiante y su primera ilusión, según me contó durante uno de los tantos viajes que hicimos, fue ser futbolista y hasta llegó a ser portero del equipo del colegio Williams, sueño que poco duró, ya que fue remplazado por su afán de ser maquinista de ferrocarril y, poco antes de cumplir los 13 años de edad, sucedió algo que cambiaría su vida para siempre.
Fue un despertar.
Su padre, por cierto famoso y destacado sastre, era un gran aficionado a los toros, así que llevó a Carlos y a Manolo, a una corrida en El Toreo de La Condesa y en la que alternaban, mano a mano, Domingo Ortega y Fermín Espinosa Armillita.
Y ahí fue todo.
Como antaño se decía en el argot
taurino, le picó la araña
con todo lo que sólo la fiesta pude dar: luz, colorido, música, exclamaciones, emociones, explosiones en los tendidos, lo majestuoso del vestir de los matadores, banderilleros, picadores y banderilleros y los capotes, muletas, y estoques, la bravura y acometida de los toros, así como el estruendo de los olés y la gritería de los vendedores; todo eso y más, se le metió en la sangre a Carlos y al salir de la plaza, no tenía ya más pensamiento que ser torero. Confidente, le dijo a su hermano de las emociones recibidas y de su decisión de vestir de luces y se asombró al enterarse que lo mismo le había sucedido a Manolo, quien también deseaba despuntar en el Arte de Cúchares.
Y vino el complot.
Que no compló…
+ + +
Manolo, era un muchacho muy estudioso y constantemente lo premiaban, en tanto que su fratelo
a medias tintas andaba y si algo los unió aún más fue la decisión de hacerse toreros, por lo que acordaron abandonar el colegio Cervantes al que los habían inscrito para dar comienzo a la secundaria.
A los tres meses tuvieron que abandonar el plantel por ingobernables, lo que les costó una severa paliza y, con sobrados bríos taurinos, hablaron con su padre a quien le dijeron que se olvidara de matricularlos en otra escuela, porque también harían lo imposible para que los pusieran en la calle, ya que lo que ellos querían era ser toreros.
Y nueva palicita.
El señor Ruiz Arruza nada quiso saber de excusas y pretextos y los matriculó en la Secundaria número 1, sólo que ellos no pensaban en romper su fraternal pacto, así que a los dos meses estaban otra vez de patitas en la vía pública
.
El papá de las dos criaturas
debió pensar en otra fórmula para que Manolo y Carlos no fueran a ser un par de burros
, así que los llamó para hacerles una propuesta...
+ + +
Otra vez la “pesadilla.
Tenemos que cortar
, así que...
(Continuaremos)
(AAB)