s tan copiosa la producción de películas de superhéroes que, tarde o temprano, uno se resigna a asomarse a uno que otro ejemplar. El estreno correspondiente de la semana, Wolverine: inmortal, fue dirigido por James Mangold, cuya trayectoria ha sido bastante errática tras un breve inicio en el cine independiente.
De la franquicia de los X-Men, el tal Wolverine (siempre encarnado por Hugh Jackman) ha sido uno de los personajes más populares y el único que ha merecido dos películas individuales. (Me permití saltarme la primera, X-Men orígenes: Wolverine, de 2009, por el mal recibimiento que tuvo). Aunque el orden secuencial es un poco inconsistente en relación a las películas colectivas de los X-Men, en esta ocasión el personaje epónimo se ha convertido en una especie de vagabundo montañés en Alaska, donde convive con la naturaleza y padece pesadillas de su pasado.
Hasta allí llega la japonesa Yukio (Rila Fukushima) con la misión de llevarlo a Japón, donde agoniza el poderoso empresario Yashida (Harouhiko Yamanouchi). Según se vio en la secuencia inicial, Wolverine salvó la vida al entonces oficial japonés durante la explosión de la bomba atómica en Nagasaki. Ahora Yashida desea despedirse, pero también pedirle al mutante la transferencia de los poderes que lo hacen inmortal. La película cambia de giro en cuanto se establece que Mariko (la linda Tao Okamoto), nieta de Yashida, va a heredar su emporio.
Así, la joven se vuelve blanco de diversos grupos que intentan secuestrarla –se ignora con qué fines– y Wolverine se vuelve su guarura disminuido, pues una mordida de otra mutante, Viper (Svetlana Khodchenkova) le ha restado su legendaria invulnerabilidad. Los balazos, pues, sí hacen mella en el superhéroe, quien se ve involucrado en una intriga que incluye el enamorarse de Mariko.
Mangold y sus guionistas Mark Bomback y Scott Frank han tenido el acierto de sacar al héroe de un entorno común y situarlo en una exótica tierra extranjera, cuya tradición cinematográfica es referida a través de la presencia de samuráis, ninjas, yákuzas y hasta un personaje, Yukio, directamente extraída del ánime. Eso por lo menos le da una novedad pintoresca al asunto. También se agradece que se haya prescindido de una destructiva persecución automovilística y de explosiones megatónicas. El ruido, comparativamente, es menor.
Una vez que han desaparecido los yákuzas y sus armas de fuego, la mayor parte de la acción consiste en combates cuerpo a cuerpo, en los cuales Wolverine aprovecha sus garras para rebanar a sus contrincantes. Eso da pie, a media película, a una espectacular pelea encima del tren bala, la secuencia mejor resuelta y más memorable de toda la cinta.
Como todo héroe de la casa Marvel, la inagotable veta cinematográfica actual, Wolverine es un neurótico y aquí sufre el dilema de su inmortalidad pues, entre otras cosas, la vida eterna le impide reunirse con su amada Jean Grey (Famke Janssen), quien se le aparece en sueños desde el más allá. No obstante la solvencia de Jackman, el conflicto no alcanza profundidades trágicas (esto no es Hamlet) y el instinto de supervivencia del protagonista acaba por imponerse.
Una breve secuencia, a mitad de los créditos finales, anuncia que la siguiente aventura de Wolverine será con los X-Men, en otra misión para salvar al mundo. Esto no tiene fin.
Wolverine; inmortal (The Wolverine).
D: James Mangold/ G: Mark Bomback, Scott Frank, basado en personajes creados por Stan Lee/ F. en C: Ross Emery/ M: Marco Beltrami/ Ed: Michael McCusker/ Con: Hugh Jackman, Tao Okamoto, Rila Fukushima, Hiroyuki Sanada, Svetlana Khodchenkova/ P: Marvel Entertainment, Dune Entertainment, Donners’ Company, Ingenious Media, Big Screen Productions, Ingenious Film Partners, Dune Entertainment III. EU, 2013.
Twitter: @walyder