Hoy votaría por la presidenta 36% del electorado brasileño, según encuestas
Marina Silva, ecologista sin partido, la única que lograría pasar a una segunda vuelta
Lunes 12 de agosto de 2013, p. 26
Río de Janiero, 11 de agosto.
Luego de la sacudida que representaron las multitudinarias marchas populares de protesta de junio y julio, el gobierno de Brasil busca rencontrarse y detectar hasta qué punto cambió el escenario político. El resultado de esa primera búsqueda es una serie de interrogantes.
Del vendaval de manifestaciones que colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas en junio y que, de una forma u de otra se extendieron durante julio, quedó en evidencia que la relección de la presidenta Dilma Rousseff en 2014 enfrenta un riesgo concreto y sonoro.
Si hasta mayo ella contaba con aplastante apoyo de la mayor parte de la opinión pública, tan pronto ocurrió la gran oleada de protestas por todo el país su aprobación se desplomó 30 puntos. Sus estrategas confiaron que podría revertir ese cuadro. Ahora, parece que ese proceso empezó.
El pasado fin de semana se difundieron los resultados de las primeras encuestas luego del ventarrón y todo indica que Rousseff empieza a remontar. La aprobación, que había bajado de 57 a 30 por ciento, subió a 36 por ciento. Todavía muy por debajo –casi 20 puntos– de lo que estaba, pero no deja de ser un repunte consistente.
Si antes de la marea de manifestaciones Rousseff era franca favorita para ganar en la primera vuelta, ahora se consolida lo que se observó en los sondeos y encuestas de los meses más agitados del escenario brasileño en décadas, o sea, junio y julio: seguramente habría una segunda vuelta si las elecciones fuesen hoy. Pero pese a todo, Dilma ganaría.
Hoy por hoy, el único nombre capaz de decidir las elecciones en una primera vuelta sería Luiz Inacio Lula da Silva, quien insiste en que no será candidato.
Para la oposición, los datos son más bien preocupantes. El postulante del PSDB, del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, el actual senador y ex gobernador de Minas Gerais –segundo mayor colegio electoral de Brasil– Aécio Neves, no logró crecer casi nada. El gobernador de Pernambuco, en el noreste brasileño, Eduardo Campos, tampoco.
El único nombre que salió reforzado es el de Marina Silva, una rara mezcla de ambientalista y pastora fundamentalista de una de esas sectas neo pentecostales electrónicas, que ni siquiera tiene partido tiene (rompió con el Partido de los Trabajadores luego de que Lula eligiera a Rousseff como su sucesora).
José Serra, ex ministro de Salud de Cardoso, ex alcalde de la ciudad de Sao Paulo y ex gobernador del estado de Sao Paulo, dos veces candidato a presidente y dos veces derrotado (por Lula en 2002, por Dilma en 2010), surge como el nombre más viable del PSDB. Pero no llegaría a una segunda vuelta frente a Rousseff: cedería ese espacio para Marina Silva.
Es verdad que los sondeos no son más que una fotografía del momento. Pero es igualmente verdad que esa fotografía, unida a las anteriores y analizada bajo la óptica de hoy, indica una tendencia. Queda claro que en Brasil, luego de diez años y medio de administración del PT –ocho de las dos presidencias de Lula da Silva, más dos y medio de Dilma Rousseff–, hay fuertes, sonoros y preocupantes reclamos de la sociedad.
Las multitudinarias marchas de protesta de junio y la primera mitad de julio, que ahora derivaron en actos puntuales de menor expresión, son claras muestras de una insatisfacción que se extiende por el país.
Queda igualmente claro que los partidos de oposición se mostraron incapaces de presentarse como alternativa viable. Además de no lograr movilizar parcelas significativas de la sociedad, no supieron proponer un plan consistente de cambio.
En el principal partido de oposición, el PSDB, ni el dos veces derrotado José Serra y menos aún Aécio Neves lograron convencer al electorado mayoritario de que serían capaces de cambiar el escenario. El primero, por rencoroso. El segundo, por inconsistente.
Se ha dicho una y mil veces que en escenarios de convulsión popular sin dirección o rumbo claros, el resultado es la apertura de espacio para líderes mesiánicos, escudados en una nube de promesa de cambio frente a todo lo que está ahí.
En Brasil ese escenario se muestra favorable a Marina Silva. Los recientes sondeos muestran que el único nombre capaz de decidir una disputa presidencial en la primera vuelta sería el de Lula da Silva. Considerando que Dilma Rousseff sigue siendo el nombre del PT para 2014, tendría que enfrentarse a Marina Silva.
Dicen las encuestas que en una segunda vuelta Rousseff ganaría. De ser así, Silva sería la principal dirigente de oposición.
Y ahí surgen las dudas muchas. Primero: actualmente, Marina Silva no tiene partido, le quedan dos meses para intentar crear uno. Segundo: de lograr, y ser candidata el año que viene, y realmente ir a una segunda vuelta, aunque sin tener un partido sólido, ¿cuál sería su papel en la oposición parlamentaria?
Frente a esas dudas, no queda otra salida que observar la recuperación de Dilma Rousseff y el efecto de sus respuestas a las demandas populares.
De momento, y aunque esas respuestas no se hayan materializado, parece que le ha ido bien.