uy querido Chema*:
Nos haces falta a muchos por distintas razones. Sí, por supuesto, tu presencia física, bastante contundente que siempre parecía decir en voz alta
que tenías una opinión sobre el tema a discutir. Y, en efecto, la tenías siempre ponderada y con suficientes matices para que no se escuchara nunca como una imposición o una sentencia inapelable. Tal fue seguramente una de tus virtudes intelectuales más apreciadas: tu capacidad para emitir juicios claros pero permitiendo la voz de quien tuviera una reflexión, un matiz, una gradación que añadir, el respeto por las diferencias. Esto precisamente añadía autoridad a tu autoridad, y respeto al intelectual que sólo hablaba contundentemente cuando tenía algo importante que decir, ¡lo que ocurría con gran frecuencia, en vista de la amplitud de tus conocimientos y reflexiones sobre lo humano y lo divino!
Pero por un momento dejemos este modo de ser tuyo que se convirtió en permanente y una fuente de admiración, enseñanza y placer para quienes apreciábamos al intelectual que había recorrido tantos caminos desconocidos para muchos de nosotros.
Como contactos personales tengo al menos tres muy presentes a lo largo de nuestras vidas. Uno, muy al final, fue aquella de los encuentros en la pequeña piscina de Coyoacán donde tu y yo hacíamos ejercicios varias veces a la semana con la ilusión de desarrollar los movimientos de dos incapacitados que, al final de cuentas, resultó muy positiva para nuestra salud y que se originó en un encuentro bastante insólito e inesperado. ¡Otra gran oportunidad de conocerte, querido Chema, y de conocer la finura y elegancia de tus pliegues internos, de tu alma!
Encuentro este extraño de la piscina que en cierta forma culminó una serie de reuniones semanales o quincenales, en tu casa de Coyoacán, que habíamos tenido con un buen número de amigos, siempre bajo la sombra protectora de los Pérez Gay, en este caso, en el caso de tu hogar, sobre todo de Lilia que cada vez, con un estilo casi invisible, hacía las veces de anfitriona excepcional porque cada visita de tus amigos a tu casa se convertía en una fiesta de compañerismo, de amistad y de inteligencia, en aquellas ocasiones aplicada a discutir las posibilidades o no de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República. Recuerdo entonces bien que la idea del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) surgió, al menos en su primer perfil y versión de aquellas reuniones que se proponían privilegiar las iniciativas originales sobre las ideas facilonas a la vuelta de la esquina. En todo caso, oportunidad privilegiada en aquellas reuniones, para escuchar la voz equilibrada de José María Pérez Gay, y las voces eventualmente más batalladoras de Carlos Monsiváis y de Bolívar Echeverría!
Encuentros afortunados que se unen en mi memoria a la muy anterior de Francfort, a una de sus Ferias del Libro (tal vez en 1976), que recorrimos en compañía del embajador en Francia Carlos Fuentes y del atachée cultural de México en Alemania, José María Pérez Gay. Ocasión cumbre de mutuo conocimiento y convicción por mi parte de que había encontrado a un intelectual de excepción, que por supuesto había hecho su trayecto académico en las universidades, sobre todo en la Libre de Berlín. Pero lo más emocionante no resultaba sólo la formación propiamente académica del joven funcionario mexicano del servicio exterior, sino su cultura general, y sobre todo precisamente sobre el mundo y la cultura germánica, que era evidente que conocía como nadie o como muy pocos.
Pero sí, sí tenía antecedentes de mi nuevo y joven amigo, porque lo había conocido como muy brillante estudiante universitario en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y porque me había hablado largamente de él un filósofo mexicano que, por esos azares que impone la burocracia y la disciplina, quedó sin la resonancia y la influencia que debió tener entre los jóvenes mexicanos en el sentido más amplio, pero que sí fue decisivo en José María Pérez Gay y en un servidor: me refiero a Manuel Cabrera Maciá, quien a su vez, aparte de su calidad intelectual y de su cultura sobre el mundo europeo pero sobre todo del mundo intelectual mexicano y su conocimiento de algunos autores excepcionales de nuestro país: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso, Vicente Lombardo Toledano, José María Luis Mora, y muchos etcéteras que deben seguir. Al mismo tiempo, Manuel Cabrera fue un discípulo cercano de José Gaos, que lo remitió, como no era difícil esperar, a Edmund Husserl y a Martín Heidegger. En el plano europeo, en su tiempo, fue además gran lector de Jean Paul Sartre, de Martin Heidegger, de Sóren Kirgegard, de Husserl por supuesto, y por añadidura de la literatura más relevante enconces al menos en francés y en alemán.
Como es fácil entenderlo, estas afinidades nos permitieron a Chema y a un servidor prolongar casi indefinidamente nuestras conversaciones.
Con una precisión que hago con muncho gusto: desde luego en el plano de la cultura germánica, filosofía y literatura (por ejemplo, Robert Musil, Karl Krauss, Wittgestein, Joseph Rott), el maestro fue siempre Chema Pérez Gay y un servidor apenas un discípulo, eso sí ávido de escuchar las finezas que contenía la gran cultura germánica de Pérez Gay. Y, por supuesto, de leer con entusiasmo apasionado los principales libros de Chema, que eran prácticamente todos los publicados: y que recogían de manera más directa o indirecta su vida y aventuras alemanas, tal vez especialmente su estancia en la universidad Libre de Berlín en la que seguía viviendo con toda la nostalgia del apasionado.
Sin embargo, tal vez su obra más impresionante, que es una suerte de suma de la formación germánica de Pérez Gay, la encontramos en el Imperio Perdido, que contiene espléndidos estudios precisamente sobre Hermann Broch, Robert Musil, Karl Kraus, Joseph Roth y Elias Canetti. En esos ensayos es posible apreciar el conocimiento profundo de Pérez Gay sobre tales temas.
Y la frecuencia de sus vivencias profundas en sus novelas de ese tiempo escritas durante su estancia en Alemania, como Tu nombre es el silencio. Y, por supuesto, una multitud de escritos sobre hechos políticos contemporáneos en que siempre están frente a frente y en extrema tensión la bondad y la maldad, la inteligencia y la estupidez, la audacia de vida y el riesgo y la parálisis a que lleva necesariamente la indefinición.
Querido Chema, no puedo terminar estas líneas aun cuando sea mencionando de paso la gran tarea que llevaste a cabo en el Canal 22 de Televisión, que pusiste a una altura muy difícil de superar e inclusive de igualar. Muchos recuerdos también por esa circunstancia, que también nos acercó en la vida.
Sabes también, querido Chema, que líneas como éstas se pueden prolongar indefinidamente. En primer lugar por mi admiración y cariño hacia ti y por tus calidades inigualables en tantos aspectos de la vida. Debemos, sin embargo, llegar a su punto final, a ese momento exacto en donde se suspende el discurso y aparece la necesidad de enviarte otra vez, como siempre lo supiste y sentiste, he de repetirlo, mi admiración y gran cariño. Hasta siempre, que será la próxima vez.
*Texto leído en la mesa redonda, en la casa Lamn, el lunes 5 de agosto, en memoria de José María Pérez Gay