n las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) participó 74 por ciento del electorado, cifra menor a la de las PASO del 2011, pero igualmente significativa. El frente oficialista realizó su peor elección desde 2003, aunque sigue siendo la primera fuerza nacional. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner no sólo no podrá seguir diciendo que representa 54 por ciento de los sufragios
, sino que, además, tres de cada cuatro electores (26 contra 74) no votaron sus candidatos. En todos los distritos electorales más importantes (ciudad de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires, provincias de Córdoba, Santa Fe y Mendoza) ganaron distintas oposiciones de derecha, y perdió además en pequeñas provincias que hasta ayer eran sus baluartes o que, como Neuquén, son importantes para sus planes petroleros con la Chevron, pues allí el partido gobernante local estará dirigido por un líder petrolero que se opone a esos acuerdos.
Evidentemente, los resultados de estas PASO no garantizan ni su repetición en las elecciones legislativas de octubre próximo, pues el gobierno puede siempre dar un golpe de timón que le evite una derrota grave o, por el contrario, la oposición puede ser incapaz de sacar ventajas de su éxito actual. Sin embargo, se puede destacar que el giro hacia la derecha de la presidenta y de su partido y su prescindencia de la burocracia sindical que, junto con los alcaldes municipales constituían dos de las tres patas de su aparato (la otra es la dirección del partido y del Estado por Fernández y su equipo), trajo como consecuencia un reforzamiento general de la derecha opositora, tanto peronista como antiperonista. En particular, Clarín y La Nación han declarado ahora que su candidato a la presidencia de la república en 2015 es Sergio Massa, a quien el kirchnerismo había convertido en Jefe de Gabinete, hasta que fue a la embajada estadunidense a contar cuántas pastillas tomaba la presidenta.
Massa, peronista de derecha, tiene de su lado cada vez más alcaldes (hasta ahora más de 20) porque éstos apoyan a quien les ofrece mejor futuro, y ganó votos obreros y de clase media pobre, incluso en sectores claves del conurbano de la provincia de Buenos Aires, como Lanús o Avellaneda. Ahora es el candidato de grandes empresarios, de sectores de la burocracia sindical oficialista (la CGT Caló y la CTA Yasky), de los grandes medios y de la derecha peronista. Para contrarrestar su ascenso, la presidenta está recurriendo cada vez más al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, al cual hasta ahora ninguneaba o insultaba y está debilitado por esos ataques, pese a lo cual sigue apareciendo como el próximo candidato kirchnerista para las presidenciales de 2015.
Todo hace prever que en las legislativas de octubre el kirchnerismo, si los resultados de las PASO se repiten, mantendrá la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados pero difícilmente logrará quórum propio en el Senado, ya que tanto él como sus aliados perderán representantes.
Las PASO muestran también un duro enfrentamiento entre peronistas, como en la provincia de Buenos Aires con la confrontación entre Massa y su Frente Renovador, derechista, y el kirchnerista Frente para la Victoria, sin que ninguno de los dos bloques recuerde el peronismo de los trabajadores y de los sindicatos, ni la cuestión social en el país. Ese peronismo de derecha controla indiscutido las provincias de Córdoba y de San Luis, donde el kirchnerismo pesa muy poco. Ante el hecho de que en la ciudad de Buenos Aires las diversas tribus provenientes de la Unión Cívica Radical (UCR) se unieron y ganaron frente al macrismo, otro peronismo de derecha y ultraliberal, el dirigente de éste, el gobernador de la ciudad Mauricio Macri, probablemente deberá acercarse ahora a Massa, que es el hombre del establishment. Massa tendrá así poder de atracción sobre un sector de alcaldes ahora kirchneristas y sobre un sector del macrismo, pues éste, aunque consiguió algún éxito en Santa Fe y Córdoba, probablemente comenzará a desinflarse. La transformación del centro-centroizquierda (Proyecto Sur, de Pino Solanas) en centroderecha, reforzó a la ultraliberal derechista Lilita Carrió y reflotó a los radicales que comienzan a juntar sus grupos provinciales muy diferentes entre sí para constituir una galaxia que sea el eje de una oposición al kirchnerismo más independiente de los grandes empresarios que el eje que propone Massa. El país se divide así, grosso modo, entre tres sectores conservadores (el kirchnerismo, con sus gobernadores del Opus Dei o cavernícolas en muchas provincias, el panradicalismo y la derecha peronista ligada a los empresarios).
En un periodo sin grandes luchas generales obreras y populares, la izquierda aumentó su caudal y, si se sumasen todos sus integrantes, representaría, por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires, cerca de 10 por ciento. Su principal componente, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), obtuvo 50 por ciento más de votos que en el 2011 (pasando de poco más de 3 a 4.5 por ciento, a escala nacional, con presencia en 19 provincias) y podría lograr quizás un diputado nacional por la provincia de Buenos Aires y algún otro en otro distrito. Sobre todo, con su casi millón de sufragios sobre 30 millones de votantes, ejercerá una gran atracción sobre otros sectores de la izquierda anticapitalista (los trotskistas del MAS, que no superaron la barrera de 1.5 por ciento, los de Nueva Izquierda y quizás antiguos sectores autonomistas que no lograron lo que esperaban de su incursión electoral), si sus dirigentes fuesen capaces de construir un Frente Amplio de Izquierdas que pueda dar un punto de apoyo a los trabajadores ante la próxima ofensiva de la derecha y la crisis del debilitado kirchnerismo.