a saben cómo va la cosa. Una familia ingenua ocupa una casa antigua en Nueva Inglaterra suponiendo que, tras unas reparaciones, será el nido ideal. Sin embargo, pronto las tablas crujen demasiado, las puertas se cierran solas, se oyen golpeteos; los niños muestran una especial sensibilidad a la presencia de algo anormal. Los fenómenos van in crescendo hasta volverse peligrosos para la salud de los ocupantes. No va a quedar de otra que llamar a unos profesionales para que exorcicen la casa de sus malos espíritus.
Esa es la fórmula que ha funcionado a lo largo de una tradición que ha encontrado su exponente más divertido en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) y sus ejemplos más torpes en las diversas variantes de la casa de Amityville. El director de origen malasio James Wan ya había probado ser apto para este tipo de películas con su anterior La noche del demonio (Insidious, 2011). Ahora ha vuelto a la cargada con El conjuro que tiene la diferencia de ser adaptada –libremente, uno supone– de un caso real.
La película abre con un prólogo en que una muñeca diabólica –una especie de hermana horripilante de Chucky– es neutralizada por los Warren, una pareja que históricamente se ha dedicado a practicar exorcismos (ellos son, de hecho, quienes intervinieron en el caso verídico de Amityville). Lorraine (Vera Farmiga) es clarividente mientras su esposo Ed (Patrick Wilson) la hace de demonólogo y exorcista amateur. Ellos son los convocados para auxiliar a la familia protagónica, los Perron, formada por la madre Carolyn (Lili Taylor), el padre Roger (Ron Livingston) y cinco hijas que van desde una adolescente casi adulta a una nena.
Después de ser sometidos a los sustos de rigor –Carolyn, en especial, sufre de debilidad mientras misteriosos moretones empiezan a cubrir su cuerpo; y a una de las niñas literalmente le jalan las patas por la noche– los Perron deciden buscar ayuda, pues su economía de clase obrera no alcanza para buscarse otra casa y mudarse. Los Warren comienzan a hacer su exploración del lugar apoyados por un asistente (Shannon Cook) y un escéptico policía (John Brotherton), acción que, desde luego, exacerba a las fuerzas del mal.
Wan ya había demostrado en La noche del demonio ser un sutil artesano en un género que, por lo general, ha recurrido al exceso (la violencia gore, por ejemplo) y la estridencia desde los años 70. Si bien no se salva de ejercer el efectismo para que el espectador brinque en su asiento, el cineasta demuestra una gran habilidad para crear una atmósfera de tensión con el sinuoso movimiento de una cámara que sigue, en tomas largas, a los personajes a lo largo de pasillos y sótanos. La pista sonora también es empleada con sabiduría para ese mismo efecto.
También el casting ayuda a la convicción de El conjuro, sobre todo en los papeles femeninos. Farmiga, una actriz dotada de una mirada de neurosis inteligente, interpreta a una Lorraine especialmente compasiva con el sufrimiento de la madre; ésta a su vez, en la encarnación de Taylor, expresa la desesperación de un ama de casa poco a poco poseída por un espíritu maligno (sin necesidad de que su cabeza dé vueltas de 360 grados).
Todo es rutinario, si se quiere, pero eficaz. Por más que uno permanezca escéptico ante esas manifestaciones cinematográficas de lo paranormal, uno descubrirá, al final de El conjuro, que sus manos no han dejado de sudar. Y que algunas imágenes perturbadoras se quedarán en la mente como un chicle pegado en el zapato
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El conjuro
(The Conjuring)
D: James Wan/ G: Chad Hayes y Carey W. Hayes, basado en las experiencias de Ed y Lorraine Warren/ F. en C: John R. Leonetti/ M: Joseph Bishara/ Ed: Kirk Morri/ Con: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Lili Taylor, Ron Livingston, Shanley Caswell/ P: The Safran Company, Evergreen Media Group. EU, 2013.
Twitter: @walyder