La reforma educativa
¿Por qué la dilación?
Protesta magisterial nacional
a pregunta que aún no tiene respuesta sin tientes demagógicos, sin ese tufo inconfundible de engaño, convincente, diríamos, es: ¿Por qué no se aprobó la llamada reforma educativa completa el 30 de agosto, en el centro Banamex, si ya todo estaba preparado, si ya se tenían los votos? ¿Qué se buscó con la dilación?
Aquella noche, la del día 30, nada impedía, como no impidió, que se aprobara la iniciativa. Era una orden que el independiente Poder Legislativo tenía que cumplir, y entonces ¿por qué no la aprobaron?
Más allá de la explicaciones falaces, buenas sólo para llenar el expediente mediático, ¿existió algún otro interés del gobierno federal, oculto en supuestas pinceladas de comprensión, para, por ejemplo, tensar aún más el conflicto con el fin de que estallara la violencia, principalmente en el Distrito Federal, y con ello culpar a su gobierno?
La especulación no parece descabellada. En cada uno de los espacios de gobierno se sabía, con toda claridad, que los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación no aceptarían, de ninguna manera, el maquillaje que estaba listo para poner una mascara a la reforma, pero le apostaba a que se diera el suficiente ruido para que se justificara, ¿qué?, ¿la intervención de las fuerzas policiacas?
Había, o hay, si nos atenemos sólo a las presiones mediáticas, una enorme, desmesurada presión sobre el gobierno de Miguel Ángel Mancera, para que ordenara la intervención de la policía –no hay que olvidar que, por ley, el jefe supremo de esas fuerzas es el mismo Presidente de la República–, pero la idea era que desde el GDF se diera la orden.
Mal negocio para Mancera. Si no lanzaba a los granaderos en contra de los maestros sería culpado de todo lo que se imaginen, y si ordenaba la represión, sin duda, mancharía sus manos, y la historia no lo perdonaría; pero lo que es peor, en caso de ceder a las presiones que le urgían macanas y gases, cuando menos, más tarde esos que lo apremiaban serían los primeros en condenarlo, y ¡claro!, desecharlo en lo que a la política toca, al final.
La postura del jefe de Gobierno permeó. El miércoles hubo 22 manifestaciones en otros 22 estados de la República, todas a causa de la llamada reforma educativa, y ningún gobernador se lanzó a reprimirlas. Eso tiene un valor político mucho mayor; nadie quiere terminar en el muy saturado basurero de la historia del país.
Entonces, ¿qué se pretendía dilatando la aprobación completa de tal reforma? Parece que la situación se le fue de las manos. La rebelión de los maestros, hasta ahora prácticamente pacífica, no estaba en la agenda del gobierno federal, pero hay algo seguro, se quería al DF como el escenario de la gran represión, y con eso vacunar a otras entidades, pero no fue así.
Ahora Mancera se hace cargo, con toda responsabilidad, de no convertir el Zócalo capitalino en teatro del horror; enfrenta las críticas y sin más ordena operativos de contención, aunque los chupasangre sigan a dieta, y mientras las manifestaciones en contra de la reforma educativa continúen de manera pacífica, no habrá por qué cambiar los protocolos de actuación de las fuerzas policiacas.
Los maestros, por su parte, han decidido seguir en el Zócalo. Ayer caminaron sobre el filo de la navaja. Algunos profesores arrancaron la malla ciclónica que separa los carriles de flujo vehicular, en la avenida que lleva a la terminal uno del aeropuerto, y eso es una falta que hubiera podido provocar la intervención de la policía preventiva, pero nada sucedió, afortunadamente.
Hasta la entrega de esta colaboración, con todo y todo el gobierno de la ciudad pasó la gran prueba del ácido; ha garantizado la paz en la ciudad y las horas y horas que han pasado en conversaciones los maestros con el secretario de Gobierno, Héctor Serrano, y con el jefe de la policía, Jesús Rodríguez Almeida, parecen dar el mejor resultado: la tranquilidad.
Pero en fin, si lo que se pretende es que se reprima a los profesores, hay instancias más allá de las capitalinas que pueden dar la orden, y a ellos no se les piden cuentas. ¡Que barbaridad!
De pasadita
En el foro sobre políticas públicas en materia de drogas que organizó la Asamblea Legislativa del Distrito Federal se concluyó, entre otras cosas, que el gran problema de esta ciudad no es el consumo de drogas, sino de bebidas embriagantes, pero el asunto es que contra los cárteles del entretenimiento embriagante no se hará nada. Así va el marcador. Ni modo.