Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aquí y ahora
P

or la cautivada forma en que la leí sé que la correspondencia de John Coetzee y Paul Auster, recogida en libro, ha sido una lectura más que significativa para mí. Me interesó de principio a fin; la envidié, también de principio a fin, por múltiples causas. La recorrí en unos pocos días, en momentos dedicados y en otros que robé de aquí y de allá. ¡Qué rico es leer! Concentrada, tomando notas, diría que apasionada, si no supiera que es de sabios no decir nunca toda la verdad, o no manifestar nunca toda la emoción, buena o mala, que nos provoca la vida y sus cosas, aun menos cuando uno mismo es escritor y una de estas cosas que nos provocan emoción es un libro, que no ha sido precisamente uno quien lo escribió... Sentimientos en conflicto y los responsables de que empiece por señalar lo malo que encontré en el epistolario (Here and Now, en la versión que leí, que es la original) y sólo después, si acaso, lo bueno.

Me pareció extraño y molesto que dos autores justificadamente reconocidos, como son los de Here and Now, no presentaran su correspondencia con una introducción, conjunta o dos individuales, en la que refirieran cómo se les ocurrió la idea de empezar un epistolario con miras a su publicación. O informar quién lo ideó, quizás alguno de sus editores –a los dos los publican en todo el mundo, en todas las lenguas. Presentación en la que además contaran cuál o cuáles fueron las intenciones de embarcarse en semejante quehacer, cuando los dos son tan conocidos y reconocidos que ninguno necesita del otro para darse a conocer o ser reconocido, y cuando los dos tienen suficientes proyectos propios en marcha, que requieren de todo su tiempo y de toda su energía, como para distraerse en uno extra que, en apariencia, no persigue ningún fin.

Lo mínimo que como lectora esperaría de epistolarios, sobre todo, pero no necesariamente, entre corresponsales de algún modo destacados, sería una nota que me indicara qué relación existe entre los que se cartean, de qué manera surgió esa relación específica, en fin: por qué deciden escribir un conjunto determinado de cartas para publicarlas. En la historia de las recopilaciones de cartas no es común que los autores mismos definan el periodo que abarcará su ¿juego?, ¿plan? Lo usual es que la recopilación sea póstuma al par de autores, o a cuantos fuera que intervinieran en la situación, o al menos a uno de ellos. En síntesis, considero la ausencia de una presentación propiamente dicha (que podía deberse al editor), un grave error o un desatinado truco que, si no fuera porque me ha dado pie a señalarlo (con el consecuente triste placer que tan pobre acción conlleva), a mis ojos habría invalidado el libro al grado de cancelar mi interés en leerlo.

Al lado de este error, los otros que destacaría resultan menores. Coetzee y Auster, ¿idearon una temática, a grandes rasgos o bien definida? ¿Quién decidió, o fue casual, que fuera Coetzee quien tuviera la iniciativa para ir proponiendo el tema que echar a andar? El libro, a pesar de que abarca creo que tres años, parece escrito de manera espontánea, en el sentido de que parecería que ninguno de los dos autores hubiera hecho nada por inscribirlo en la tradición de su género, o referirse a ella, aunque hubiera sido de pasada. ¡Qué alusiones a lecturas finas dejaron pasar! ¡Qué posible riqueza cultural quedó soterrada!

Ofrecen mucho y logran transmitirlo, desde su cotidianeidad y su vida familiar, hasta su desenvolvimiento en la sociedad literaria y las reflexiones sobre la situación mundial de su tiempo, todo lo que personajes como ellos genuinamente no podían dejar pasar.

Y ahora más bien quisiera destacar al menos algo de lo mejor que los autores plasmaron en sus cartas. Y el paradójico intercambio al que aludiré parte de un reportaje que Auster hizo del funámbulo Philippe Petit, y que lo llevó a definir su idea de lo que es el arte (entregarse a algo inútil, sin ningún sentido, por lo cual incluso arriesgar la vida, sólo por el placer de hacerlo pero con toda disciplina) y cómo su contemplación a él le provoca orgullo de pertenecer al género humano, a lo que Coetzee, aun de acuerdo, responde que él no tiene fe en lo que hace, o apenas la suficiente para lograr hacerlo, para esperar que si le dedica suficiente tiempo y atención funcionará y no será un absoluto fracaso. Pero no cree que su trabajo llegue a perdurar.