La contingencia climática aleja a Peña de la fiesta VIP
Martes 17 de septiembre de 2013, p. 11
Se ve, se siente, Chiconautla está presente, con sus playeras rojas hechas una sopa. Con sus plásticos de tres colores repartidos también en las cabezas de Tultitlán, Ecatepec y anexas. La porción delantera del Zócalo es mexiquense y, adentro, la banda militar toca Zacazonapan.
Acarreo y agua marcan el primer Grito de Enrique Peña Nieto. Un río de gente que llena el limpísimo Zócalo, un huracán y una tormenta tropical, le dan al presidente del retorno del PRI un 15 de septiembre perfecto para la imagen.
Tras la ceremonia propiamente dicha, Peña Nieto tarda en bajar. Un prolongado aplauso corona su entrada al patio central, al son del Huapango de Moncayo. Pero Peña pasa de largo por la mesa de honor dispuesta a un lado de la Fuente del Pegaso.
Camina hasta una tarima de alfombra gris, que los despistados creyeron escenario para el mariachi. Peña se planta frente a los invitados –que no comensales, pues las viandas son magras–, agradece su presencia y se excusa, además de expresar su solidaridad con las familias de los fallecidos a causa de los fenómenos naturales.
Un observador hace notar el calderonazo, pues al Presidente lo flanquean los secretarios de la Defensa, Salvador Cienfuegos, y de Marina, Vidal Soberón. No obstante las prisas, el mandatario se da tiempo para explicar que ha dado instrucciones a los titulares de varias dependencias para acudir a las entidades afectadas y atender la emergencia.
‘‘Me veo en la obligación y en la necesidad de retirarme para atender esta contingencia e instruir las acciones pertinentes, que ya se están llevando a cabo, y supervisar las mismas.’’ Nuevo aplauso.
‘‘Aún viene lo peor’’
Peña toma rumbo a la salida y en el camino saluda y sostiene breves intercambios con varios invitados. Adelanta, en breve charla con este diario, lo que la Secretaría de Gobernación informará la mañana del lunes:
‘‘Tengo el reporte de una situación crítica, lluvia intensa en la zona del Pacífico, pero viene lo más difícil, que es el huracán que va a entrar por el Golfo. Estamos preparados. Mi preocupación es Acapulco, porque además está allá mucha gente de vacaciones de fin de semana y prácticamente en este momento no hay forma de comunicarse.
‘‘Vamos a ver cómo pasamos la noche y cómo bajan los niveles de agua. Ya disminuyó la lluvia. Mañana temprano tendremos un reporte más preciso. Yo voy a estar en el desfile, pero el gabinete estará en los lugares trabajando. Pero quédense, no se vayan. Es algo muy breve, es una convivencia.’’
Los meseros son echados a las orillas por miembros del Estado Mayor y en las mesas cercanas a la de la familia Rivera, altos funcionarios apuran pequeñas porciones de chiles en nogada y minitortas de chorizo, aguas de tamarindo y limón, tequila y mezcal. En algunas mesas se colocaron objetos que representan el alma nacional, como molcajetes, flores y banderitas.
Manuel Mondragón, comisionado de Seguridad Nacional, y por ende responsable del Zócalo ‘‘blindado’’ para la fiesta, se levanta y sale con el grupo que acompaña al Presidente. Cuatro mesas quedan vacías. En sus lugares permanecen seis estatuas vivientes que representan a Miguel Hidalgo, a Josefa Ortiz de Domínguez y otros héroes, así como los diplomáticos, rectores, líderes empresariales y sindicales, así como artistas convidados. Pero la fiesta ha terminado y las dos rondas de popurrís a cargo de una banda militar reciben sólo aplausos cumplidores.
Afuera, los mexiquenses traídos en autobuses escapan del aguacero, pero adentro no se sufren la lluvia ni los gritos de los inconformes que pudieron sortear hasta seis filtros de seguridad de la plaza ‘‘recuperada’’.
Pero la capital no es la excepción. A tono con estos tiempos, de Sonora a Yucatán los medios informan la víspera que las plazas del país están listas para el Grito. No, listas: blindadas. Si otrora se destacaba la mexicana alegría, desde los bombazos de Morelia son los operativos de seguridad los que se llevan las primeras líneas de la información.
La primera conmemoración de la Independencia a cargo de un integrante del clan político mexiquense se ha ajustado al ritual. Enrique Peña hace tañer la campana nueve veces y no lanza un grito de más ni uno de menos. Baja la vista al menos cuatro veces para leer los nombres que ha de pronunciar: Hidalgo, Josefa, Allende, Aldama, Galeana y Matamoros. ‘‘¡Viva México!’’, cierra, mientras puntitos luminosos de láser le maquillan el rostro (el ‘‘blindaje’’ no es perfecto).
Los invitados salen con caras largas y con hambre. ‘‘Allá arriba ni agua nos dieron’’, dice uno. Los autobuses se llevan su cargamento de peinados de tres pisos, tacones altísimos, vestidos largos, abrigos peludos y corbatas rojas. Un retén tras otro avanzan en la noche vacía del centro.