l desplome económico estaba más que anunciado y desde varias perspectivas e intereses. Otra historia, paralela y de naturaleza conflictiva, ha crecido entre aquellos que resisten los efectos de las recientes leyes aprobadas a contrapelo de los intereses y aspiraciones de una buena parte de la población.
La narrativa de la actualidad se ha ido integrando con varios ingredientes simultáneos pero, ciertamente, coincidentes en los datos y augurios que la informan. Unos inciden en ella basados en individuales averiguaciones sobre la mermada cadencia del mercado interno, documentada por los datos del primer trimestre de 2013. Otros, especialistas en los mercados globales, y su complicada cual dispareja conducta, delinearon las repercusiones en México del entorno mundial, con especial acento en la débil recuperación de la economía de Estados Unidos. Pero muchos también extrajeron sus conclusiones observando el día con día del acontecer político nacional que bandea entre protestas, violencia y descontento. No faltaron los que, preocupados siempre por lo que sucede en la nutrida base social del país, concluyeron que las decisiones gubernamentales acarreaban serias afectaciones al bienestar y las posibilidades de mejoría de las clases populares.
Faltando tres meses para que termine el año, primero del priísmo que se predica renovado, la sentencia se matiza con pesimismo: no la saben hacer. La carencia de concreciones en el accionar gubernativo es una parte central de tan lastimera conclusión. El resto se delinea al analizar las consecuencias que, para la economía y el bienestar de las mayorías, se implican en las reformas legislativas en curso.
Ninguna de ellas, salvo la anunciada energética, tiene visos de ser una de las catalogadas como estructurales. Y ésta (la propuesta por el presidente Peña) acepta tal categoría sólo desde una perspectiva apegada a los propósitos de control y dominio que, sobre la industria energética mexicana, tiene el entorno dominante del poder americano.
El resto de ellas son de menor calado (educativa) y, en mucho, copias de las que se han implantado en otras naciones (laboral). Algunas más tratan en realidad de proteger a los grupos internos de presión (telecomunicaciones) o quedan sólo en la demagogia de las promesas incumplidas (transparencia)
Lo cierto es que, a falta de un volumen de inversión (pública y privada) suficiente, el mercado interno del país no ha podido convertirse –durante las pasadas décadas con mediocre desempeño– en el motor del crecimiento anunciado con frecuencia desde las cúspides decisorias del país.
La confluencia de inexperiencia del grupo recién llegado de priístas con sus inveterados afanes de control burocrático centralizador, alteraron el flujo de recursos públicos en un momento harto delicado para la planta industria propia.
Las fundadas expectativas de terminar la época de liquidez abundante (anunciada por el señor Bernanque, jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos) fue otro de los aspectos no considerado por las altas autoridades hacendarias y financieras del Banco de México. Tampoco se hicieron intentos por aprovechar el periodo de capital barato y disponible en los mercados externos. De esta tonta manera se llega al increíble pronóstico público de lograr un aumento del PIB de sólo 1.8 por ciento. Posteriores alegatos de enterados ponen en entredicho tan optimista cifra y previenen contra una posible recesión.
Ahora, frente a una creciente oposición activa del magisterio y el rechazo que se viene formando hacia la planeada reforma energética, se visualiza un fenómeno emergente que movilizará, tras sus impulsos, las energías colectivas. De esta inesperada manera se condicionará la marcha regular de la vida organizada.
A este panorama desalentador hay que agregarle varios aspectos adicionales: uno, el más temible, es la precaria situación en que quedarán amplias zonas del país que fueron azotadas por las lluvias recientes y cuyos afectados no encontrarán el respaldo requerido en las autoridades y sus mermadas capacidades.
Los demás coadyuvantes del sombrío panorama son ya conocidos. Está la continuada y hasta hoy incontrolada plaga del crimen organizado. El plazo solicitado por la misma cúpula del oficialismo para dar resultados efectivos para su combate se agotará con el próximo fin del calendario anual. Pero por si todo esto no fuera de por sí una mezcla explosiva, la recaudación programada en la llamada reforma hacendaria conllevará límites a un gobierno con escasos recursos para fondear sus pretensiones transformadoras.
Además de los recortes que se harán en muchos de los renglones impositivos de nuevo diseño, habría que añadir el escaso crecimiento de la economía para 2014.
El artificio propagandístico desplegado, tan intenso como frágil y engañoso, no podrá soportar, por más tiempo, el cuento del inminente progreso por venir. El desengaño se apodera de amplios sectores de la ciudadanía. Bastantes más tupidos que aquellos que, desde un principio, manifestaron sus desacuerdos con las propuestas y los desplantes del priísmo cupular.
Se han terminado las treguas y las facilidades gratuitas. Ahora sobrevendrán las rijosidades y las exigencias de buen gobierno y bienestar. Los tapujos demagógicos, con todo y sus flamantes escenarios, no podrán taponar las necesidades imperiosas de una población cada vez más precarizada y con los horizontes quebrados.