os acontecimientos del 11 de septiembre de 2013 en Cataluña pasarán a la historia. Cuando un pueblo es capaz de organizarse de la manera como lo han hecho los catalanes para reivindicar el derecho a su autodeterminación, se hace merecedor de un reconocimiento histórico a nivel internacional. La cadena humana, llamada vía catalana, que recorrió 400 kilómetros del territorio catalán, con la participación estimada de un millón 500 mil personas, ha sido calificada como la movilización más concurrida que ha conocido Europa en años recientes, además de haber sido un éxito de convocatoria, un ejemplo de organización, de logística y de comunicación como declaró el mismo ministro de Asuntos Exteriores
Hace mucho que en Europa se está viviendo la crisis de los estados nacionales, aquellos que en el siglo XVII fueron concebidos como estados naturales y que en la realidad terminaron en su mayoría, conformándose en torno al poder de los grandes imperios colonizadores. En este siglo, se hace evidente la necesidad de dar paso a una nueva configuración de nuestra geografía política, que entienda y atienda las reivindicaciones de las minorías dentro de un estado nación y el deseo que atraviesa a toda narración identitaria.
Si algo hemos aprendido en estos siglos de historia es que no existen fronteras identitarias naturales. La identidad cultural es una narración que se construye no por imposición, sino por identificación. Identificaciones múltiples que surgen de experiencias históricas compartidas, que hacen que cada sujeto sea singular y diferente, pero que también permiten constituir, dentro del ámbito de lo común, identidades colectivas, ahí donde el deseo de muchos se entrecruza conformando un juego de lenguaje, basado en la tradición, el uso y la costumbre. Juego que se entreteje a través de una lengua propia que sirve para nombrar, pero sobre todo para significar la realidad.
El éxito de la movilización de la vía catalana, no puede reducirse a la crisis económica. El independentismo catalán es tan antiguo como su historia de sometimiento y si hay algo que lo ha fortalecido en los últimos tiempos, no es sólo la cuestión económica, sino la misma política de España, intransigente y amenazante, como diría Maalouf.
Los historiadores sabemos que la perspectiva temporal arroja luz a la realidad pero también sabemos que los acontecimientos son frágiles y vulnerables, que los intereses políticos e ideológicos son capaces de desfigurarlos, con o sin perspectiva temporal. La prensa internacional ha dado un importante reconocimiento a la Vía Catalana, pero por desgracia la noticia ha llegado a algunos países, distorsionada y empobrecida. El gobierno del PP, ejerce la violencia del silencio, ignora los hechos e intenta minimizarlos.
Soy mexicana y vivo en Barcelona desde hace 25 años. Seguramente la historia de México y de Latinoamérica, me hace especialmente sensible a las reivindicación independentista de Cataluña. ¿Cómo no entender lo que significa la lengua del poder
la que domina y se apropia de una cultura, del nombre de sus calles, de sus pueblos y hasta de su historia?
En Cataluña no hay una mayoría silenciosa, como lo ha dicho la vicepresidenta del gobierno español. La Vía Catalana sumó a muchos no catalanes. No sólo a los inmigrantes representantes de diferentes comunidades que participan cada año en el acto institucional, sino a muchos otros que nos sumamos porque creemos que se trata de una reivindicación que no nos excluye. Cataluña ha sabido dar respuesta a la diversidad cultural, no con prohibiciones, no con restricciones, sino con una negociación inteligente y creativa. La misma que hoy espera de España. Y con ello está dando cuerpo y vida a un nuevo tipo de nacionalismo, no excluyente, no fundamentalista, no violento.
Sobre la mesa hay una propuesta razonable, lógica y necesaria: una consulta en el que todos los ciudadanos podamos manifestar nuestra postura frente al proceso de independencia.
*Profesora investigadora de la Universidad Ramon Llull en Barcelona