l nacionalismo ha sido, a lo largo de la historia, la enseña de las más disímbolas y contrastantes posiciones ideológicas y políticas. Fue el emblema de El príncipe, de Maquiavelo (capítulo 26), para proclamar el nacimiento de la Italia moderna. Ha sido también el credo demoniaco de las fuerzas más retrógradas, reaccionarias y violentas en muchísimos países. Incontables movimientos revolucionarios, sobre todo los de los pueblos que luchan por su independencia, nacieron y se desarrollaron como movimientos nacionalistas. La Revolución Mexicana fue profundamente nacionalista.
Resulta extraño, aunque comprensible, pero el nacionalismo en México jamás ha sido una característica definitoria de las fuerzas políticas y sociales de derecha, conservadoras o reaccionarias. Éstas, respecto del exterior, siempre han sido fuertemente entreguistas. Y no sólo en el pensamiento, sino y sobre todo en la acción. Desde la época de la Independencia hasta nuestros días, nuestros derechistas y reaccionarios nos han soñado como una parte de España o de Estados Unidos. Para la reacción mexicana lo mejor de nuestra historia es el entreguismo al extranjero en el que ven un símbolo de la civilización.
El nacionalismo está íntimamente ligado, en cambio, a casi todos los movimientos progresistas, patrióticos y de izquierda de toda nuestra historia moderna. Desde la Independencia no hay causa que busque el progreso y la defensa de la patria que no esté inspirada en alguna forma de nacionalismo. Nuestra idea de nación es elaborada justamente en aquella gesta, en particular por las redefiniciones de Morelos de la América insurgente en busca de su independencia y por la creciente conciencia popular de pertenecer a un nuevo ente nacional, diferente de España, y la voluntad colectiva de lucha por el mismo.
Enmarcada en el movimiento reformista de mediados del siglo XIX, la intervención francesa, derrotada por las guerrillas juaristas, marcó tal vez el hito más importante en la edificación de la conciencia nacionalista de México que urgía a consolidar nuestra independencia y a colocar a nuestro país en el concierto de las naciones. La victoria fue reconfortante para las fuerzas progresistas y representó una derrota humillante para la reacción mexicana, entreguista y claudicante. Sobre la derecha entreguista triunfó el progresismo nacionalista.
La Revolución Mexicana fue una auténtica fragua nacionalista en la que se forjaron y templaron los valores colectivos que hoy todavía siguen inspirando lo que nos queda de una idea de nación y de sentimiento patriótico. La Doctrina Carranza, tan claramente formulada por el primer jefe del Ejército Constitucionalista en sus discursos de Matamoros (29 de noviembre de 1915), San Luis Potosí (26 de diciembre de 1915) y Celaya (16 de enero de 1916), constituye un momento emblemático del nacionalismo revolucionario: los extranjeros no pueden seguir siendo los bucaneros de nuestras riquezas nacionales. Pueden venir a hacer negocios en México, pero en paz y nunca más con la cañoneras de sus gobiernos tras de ellos.
La culminación de este proceso de elaboración teórico ideológica se dio con el artículo 27 de la Constitución de 1917. En él, por primera vez, la nación deja de ser un ente abstracto, para pasar a ser identificada como el conjunto de todos los mexicanos, independientemente de sus diferencias individuales.
Es el conjunto mayor en el que se forma un conjunto menor, el pueblo, formado por todos los mexicanos que son ciudadanos. La nación es el ente protector de los derechos de todos los mexicanos, en especial, del derecho de propiedad al que ella da origen.
Las relaciones de propiedad, con sus sectores nacional, privado y social, son decididas por la nación y ésta dicta las modalidades de su existencia de acuerdo con el interés de todos. El sector nacional es el patrimonio de la nación, vale decir, el patrimonio de todos los mexicanos. Su objetivo es salvaguardar y encauzar los intereses comunes a todos los sectores de la sociedad y asegurar un desarrollo sostenido y armonioso.
La nación está representada en todo momento por el Estado, el cual se conforma de acuerdo con los principios de la soberanía nacional inscritos en el artículo 39. El poder lo decide el pueblo y la constitución del Estado es asunto que compete sólo a los ciudadanos mexicanos.
El artículo 27 señala con toda claridad los bienes que constituyen el patrimonio de la nación; entre ellos está el subsuelo y, en éste, los hidrocarburos. La idea de la preservación del patrimonio nacional es una idea progresista: se instituye no sólo para conservar la riqueza que pertenece a todos los mexicanos, sino para hacerla producir y coadyuvar al desarrollo económico del país. Su núcleo es el concepto de que debe ser empleada, en todo caso, para el beneficio general y no de unos cuantos. De ninguna manera es una idea conservadora. A los conservadores les sale roña cuando piensan en el interés general.
La expropiación petrolera de 1938 es el último y más decisivo jalón experimentado por el nacionalismo mexicano. Es, además y como lo ha apuntado Lorenzo Meyer, la mayor victoria que México alcanzó en su historia sobre Estados Unidos. Fue, en particular, una victoria de la Doctrina Carranza. Fue la traducción a la realidad del nacionalismo mexicano. Una acción progresista que ni siquiera los más reaccionarios de los derechistas se atreven a negar. Y, además, funcionó muy bien durante algunas décadas. Sólo la corrupción inherente al régimen político mexicano la hizo fracasar en muchos de sus objetivos.
Defender hoy la industria petrolera y el nacionalismo que le dio origen sigue siendo sinónimo de progreso. Entregar nuestros energéticos a los privados como quieren la derecha y el gobierno derechista, no tiene nada que ver con el progreso del país (y que nadie se confunda: no estoy defendiendo la ambigua teoría del progreso). Tiene que ver con la destrucción del sector nacional que fue concebido para servir de base al desarrollo económico, social y político de México. Ahora la derecha, siempre en pos de los derechistas estadunidenses, tilda de conservadora
la doctrina constitucional nacionalista. Por qué no adoptan las medidas que en otros países han funcionado, se preguntan.
En primer lugar, no es axiomático que allí hayan funcionado. Los brasileños nos lo vienen a decir a cada rato. En segundo lugar, no es verdad que desde la perspectiva nacionalista no se postulen innovaciones y se quiera que todo siga como hasta ahora. Claro que se dan opciones, pero no son las del gobierno. Dejen de saquear Pemex, limpien de corrupción las empresas nacionales y metan a la cárcel a los ladrones. Abran más refinerías y metan más recursos a la industria petrolera en todos sus derivados. Si quieren, asocien a cuantos privados quieran, con tal de que no vengan a robar con el contubernio de nuestros gobernantes.
La fatuidad, como alguien ha acusado, no está en el nacionalismo, sino en la derecha ignara de la historia de su propio país.