iene razón el comunista cubano y ex diplomático de su país Pedro Campos cuando dice que el sentido profundo de la actual política económico-social cubana se expresa en el proyecto de Código del Trabajo, presentado por la dirección de la Central Obrera como imposición, sin discusión previa con la base, y cuyo contenido aumenta el poder de patrones, gerentes y administradores y anula toda posibilidad de control obrero sobre sus decisiones. Como se recordará, fue también la dirección de esa central –que es una correa de transmisión del gobierno hacia los asalariados– la que les comunicó a éstos, en vez de defenderlos, que 2 millones de ellos serían despedidos…
En Cuba, como en Vietnam, la veloz construcción de una clase capitalista nacional asociada al capital extranjero combina un control burocrático de la economía y de toda la vida nacional por un partido único ultracentralizado y dirigido desde el vértice, con el libre desarrollo de la acción del mercado capitalista. Todo eso recibe el inmerecido calificativo de socialista
, aunque conduce a un rápido agravamiento de las diferencias sociales, excluye la intervención plena, democrática y protagónica de los trabajadores (los supuestos sujetos de un cambio socialista real) y desmoraliza y despolitiza a vastas capas, sobre todo urbanas, de la juventud y de los asalariados que ven las crecientes desigualdades, la brutal contradicción entre las declaraciones y las acciones de los dirigentes socialistas
y el aumento de la corrupción. Los que durante más de medio siglo pusieron sus esfuerzos y su vida al servicio de la defensa y desarrollo de Cuba y de la construcción del socialismo y del logro de una mayor igualdad social se sienten hoy frustrados y, en cambio, aquellos que crecieron y maduraron durante los últimos casi 30 años de profunda crisis económica y de crisis también de la ideología oficial, y que han tenido que arreglarse
individualmente a costa de todo y de todos, no creen en nada ni en nadie. El gobierno gobierna
así sobre un terrible vacío y su única carta es el arraigado sentimiento nacional de los cubanos, que se niegan en su inmensa mayoría a que su país vuelva a ser colonia de Estados Unidos.
El bloqueo estadunidense es criminal, viola la legalidad internacional y causa gravísimas dificultades para Cuba, pero la responsabilidad de la crisis económica, política y moral actual recae principalmente sobre el paternalismo y el burocratismo del partido-Estado, en su educación estalinista, antidemocrática y en el voluntarismo y veleitarismo de la dirección del proceso revolucionario, culpables de tantos errores y despilfarros.
Los trabajadores fueron y son tratados como menores de edad por los esclarecidos
, que los excluyen de los procesos de toma de decisiones sobre su propia vida y la del país. Eso es lo que hay que cambiar si se quiere que Cuba salga de su crisis no por la vía rusa, china o vietnamita sino por la de una democracia radical audaz apoyada en la intervención masiva de los trabajadores de todo tipo que, con su ejemplo, sea capaz de resucitar el apoyo político que tuvo la Revolución cubana en los primeros años 60 en toda América Latina. No hay mucho tiempo para ese cambio pues la protesta social es generalizada, como lo refleja, entre otros síntomas, el éxito de Leonardo Padura, cuyo audaz y excelente El hombre que amaba los perros abrió brecha a su libro Herejes, profundamente escéptico y crítico que, guardando todas las distancias, lo pone en el papel de un nuevo Beaumarchais, o sea de un intelectual integrado en el régimen pero que es su crítico popular, denunciante de sus deficiencias y falacias y precursor de la probable caída del mismo.
Hay actualmente una intensa discusión en los sectores muy minoritarios pero valientes y revolucionarios que, como Pedro Campos, siguen siendo socialistas y quieren detener la marcha hacia la transformación de los apparatchiks en neocapitalistas como pasó en Rusia, o hacia el nacimiento de una clase de millonarios capitalistas comunistas
y miembros del partido como en China. Ellos plantean la necesidad de estudiar seriamente la historia del estalinismo en Cuba, desde la participación de los comunistas en el gobierno de Batista hasta sus posiciones frente al movimiento dirigido por Fidel Castro y su actuación en los primeros años de la Revolución, así como de hacer un balance de las relaciones entre la Revolución cubana y la entonces Unión Soviética y los partidos comunistas de todo el mundo. En efecto, el gobierno revolucionario sólo después del estallido del barco Le Couvre en el puerto de La Habana y del desembarco de mercenarios en Playa Girón, en 1961, fue empujado por los ataques de Estados Unidos hacia una alianza con la Unión Soviética, que lo había reconocido muy tardíamente pues hasta entonces era un gobierno nacionalista antimperialista pero no seguidor de la línea de Moscú, ni menos aún socialista. La opción pragmática a partir de 1961 de aplicar la teoría falsa de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo
y de retribuir la compra de azúcar por la URSS y la venta de armas, declarándose marxista leninista
, o sea adoptando las posiciones de la URSS, no era la única posible y el pueblo cubano no fue consultado sino que fue colocado por Fidel Castro ante un hecho consumado cuando éste repentinamente declaró por radio que Cuba era socialista, sin definir qué socialismo sería el de la isla. Ninguna de las políticas posteriores era tampoco la única opción, porque nunca hay una sola opción y porque en Cuba nunca los revolucionarios antimperialistas en el poder recurrieron a la intervención plena y democrática de los trabajadores, provistos de la información necesaria, en las decisiones políticas, o sea, a la base misma de la construcción del socialismo. Eso es lo que hay que cambiar antes de que sea tarde.