ras sostener una reunión en la Casa Blanca con legisladores republicanos encabezados por el líder de la Cámara de Representantes, John Boehner, el presidente Barack Obama rechazó la propuesta formulada por ese partido de ampliar el techo de endeudamiento de Estados Unidos por seis semanas más, como medida para evitar una eventual suspensión de pagos que podría derivar en un nuevo colapso de la economía mundial; la razón de dicho rechazo, según explicó un portavoz presidencial, fue que la propuesta republicana no consideraba la reactivación total de las actividades gubernamentales, suspendidas parcialmente desde principios de mes debido a la falta de un acuerdo sobre la Ley de Presupuesto para 2013 y 2014.
Pese a que la negativa presidencial mantiene hasta el momento la incertidumbre mundial por la posibilidad de una suspensión de pagos del gobierno estadunidense, la reunión de ayer fue calificada por ambas partes como un acercamiento en las posturas respectivas, y se ha percibido como una oportunidad de viraje para lograr un acuerdo en días próximos. Por su parte, el ofrecimiento de ampliar durante seis semanas el techo de endeudamiento para negociar los impuestos, el déficit y el gasto público se ha visto como una moderación de la postura inicial del Partido Republicano: resolver la crisis presupuestaria a cambio de la cancelación de la reforma de Obama al sistema de salud pública, popularmente conocida como Obamacare.
El hecho de que esos virajes aparentes en la fracción republicana se den en coincidencia con la difusión de sondeos que colocan a ese partido como responsable de la actual situación de incertidumbre, confirma los señalamientos de que el fondo del actual conflicto entre las bancadas del Capitolio no es de naturaleza económica y fiscal, sino de índole política o, mejor dicho, politiquera.
Lo anterior pone en evidencia la profunda inequidad e inmoralidad que se derivan de la aplicación del modelo neoliberal y especulativo aún vigente en buena parte del mundo. Según puede verse, la condición de primera potencia económica mundial conlleva responsabilidades que no siempre son asumidas por legisladores y funcionarios en Washington; antes bien, éstos parecen dispuestos a medrar con la precaria estabilidad de los mercados financieros y con el destino económico y social de otras naciones en función de intereses políticos facciosos. De otra forma no se explica la decisión de uno y otro bandos de mantener en vilo, durante tantos días, a la población de su país y del mundo.
Independientemente de que el gobierno de Obama y sus opositores consigan un acuerdo en horas y días por venir –y cabe esperar que así sea, a efecto de evitar escenarios de pesadilla–, la circunstancia descrita refuerza la necesidad de cumplir con la tarea que debió ser emprendida por Obama hace un lustro: reorientar un paradigma económico que opera por medio de burbujas financieras y que privilegia la especulación sobre la producción y que, para colmo, es susceptible de colapsar como consecuencia de rebatiñas partidistas domésticas.