Viernes 11 de octubre de 2013, p. 8
Yo la vi a lo lejos, sentada en la sombra
con cien macehuales, que no conocía.
Pero su mirada se posó en la mía
y brincó a mi pecho, como un huitzilin.
Tlayudas con tasajo comimos esa noche,
y en pleno Xicoténcatl un beso le pedí.
Pero Huitzilopochtli no estaba de mi parte
llegando a Azcapotzalco de nuevo la perdí.
Se hundió en aquella sombra, como Tezcatlipoca,
y en el noveno infierno se la tragó el Mictlán.
Sólo aquel apapacho se me quedó en la boca
y Ehécatl de un soplo me lo hace recordar.
Señora Tlazoltéotl: te pido que regrese,
te entrego mi basura por única ocasión.
No importa que con otra coma cacahuazintle
hincada en el metate te pido su perdón.
Que vuelva, que regrese, que de nuevo la bese.
Señora Chalchiuhtlicue, ¡apágame esta sed!
Espero su retorno como el de Quetzalcóatl
¡ay!, serpiente emplumada, devuélveme su ser.
Volvió con el quexquémetl encima del huipil,
mojados los huaraches y en el Nahui Ollin.
No sé cómo he podido vivir por tantos años
lejos de Xiuhtecuhtli, lejos de su calor.
Me dijo y encendimos al viejo Huehuetéotl
y fuimos al Tlalocan, al patio del verdor.