L
as costuras del mundo se reventaron por el júbilo
dice la voz narradora en uno de sus cuentos en Odio, amistad, amor, noviazgo, matrimonio, y me parece que tal podría ser el júbilo por la designación del premio Nobel de Literatura para Alice Munro.
No creo que se trate de una cuota por región, por país, por género, por política. El premio es por un recorrido minucioso que explora la condición humana a través de personajes de vidas sencillas que dejan de serlo mediante la disección de su pluma sagaz y sensible. Hombres y mujeres de diversas edades, profesiones, regiones son desplegados frente a los ojos del lector probablemente lejano a las circunstancias del relato, al clima y geografía donde se desenvuelve éste, pero cercanos, muy cercanos, a la geografía interior, a la arqueología de las sensaciones, pulsiones, pasiones en las que todos acabamos por reconocernos. A aquello que nos refleja más allá de cualquier circunstancia concreta.
Alice Munro tiene alrededor de quince libros de relatos escritos con maestría, la maestría que hace que la pequeña porción de una provincia sea muestra indudable de lo universal. Yo no he sido pescador de Newfoundland, Canadá, y sin embargo sí lo soy al leerla. Esa capacidad suya y ese cuidado literario, que ella nunca resalta, para escarbar en las grietas de lo que impulsa a las personas, hace que el lector común (the common reader de Virginia Woolf) acabe comprometido con la historia. Esa historia de amor, desamor, ambición, incomunicación, deseo será suya por haberla, el lector, vivido de otra manera. Por verse en el espejo de la grandeza y mezquindad humanas.
A Alice Munro se le ha comparado con Chejov en el sentido de que quienes protagonizan sus cuentos no son dictadores o héroes patrios o grandes traidores, como tampoco lo fueron en la escritura incomparable de Chejov. Son simplemente parte de la raza humana, la que puebla el mundo y no la excepción. Y tampoco necesita sumergirse en la sordidez de muchos de los libros actuales para que cautive con su escritura. Y como Munro incide en las circunstancias poco extraordinarias con maestría ejemplar, quienes se acercan a sus libros, además de sus pares, además de los académicos, además de la porción culta de lectores, lo hace la gente que camina por la calle para comprar una hogaza de pan o para visitar a un vecino o para acudir a una cita de amor. Es decir, Alice Munro nos habla a todos desde una voz tanto contenida como apasionada, que a la vez puede retratar la espera de un mejor futuro o la vista de un presente problemático o de un pasado doloroso o secreto o feliz. Y con todas las diferencias del caso, consigue en el lector lo mismo que extrajo Juan Rulfo fuera de las fronteras. Aquello que, bajo una primera mirada de extrañeza, lleva a un lector, digamos finlandés, a verse reflejado en los cuentos de El llano en llamas.
Y si bien la autora se ha asomado finamente a cuestiones de mujeres, no en balde lo es ella, y ha tenido la posibilidad de darles voz, su punto de vista no se circunscribe a ello, ya que las peripecias de la vida no se circunscriben a un solo género, como se sabe bien. Aquello que conmueve o altera al ser humano es objeto probable de su interés.
Alice Munro nació en Wingham, Ontario en 1931 donde vivió con sus padres en una granja en una situación económica no fácil. Estudió, costeando ella su carrera, en la Universidad de Western Ontario, donde, al cabo de los años, fue invitada como escritora en residencia
. Y desde hace tiempo reside en Clinton, Ontario.
A partir de la obtención de su primer premio en 1966, y a pesar de ser poco proclive a la autopromoción, ha recibido un buen número de reconocimientos por su destacado talento. Quizá el más importante sea el Man Booker International de 2009, otorgado al conjunto de su obra. Y, aunque anunció que se retiraba del oficio, publicó un nuevo libro de relatos en 2012, Querida vida, del cual ella comentó que era el libro donde había empleado más datos personales suyos.
El premio Nobel de Literatura 2013 será entregado a una persona que ha logrado extraer el oro profundo escondido en las grutas de la condición humana.