l principio de esta crisis de presupuesto parecía que Barack Obama estaba atrapado en su incongruencia y en su confusión, acaso deliberada, entre sus propias promesas electorales y el afán pragmático de satisfacer a los poderes fácticos, los que realmente gobiernan en Estados Unidos. Ahora eso es irrelevante: si en un inicio el estira y afloja presupuestal entre demócratas y republicanos fue una farsa politiquera de la que cada cual esperaba poder sacar dividendos electorales y perjudicar la causa del adversario, ahora la parálisis del aparato federal estadunidense empieza a afectar severamente la credibilidad de ambos y a proyectar sombras trágicas para la economía mundial, de por sí vapuleada por la irrefrenable sed de los capitales de ganancias rápidas y enormes.
El hecho es que la mayor economía del mundo está a unas horas de declararse en moratoria de pagos, no porque no tenga dinero, sino porque su sistema político es tan disfuncional que permite a legisladores demócratas y republicanos apostar con la viabilidad del gobierno y con el bienestar básico de la gente para dirimir sus diferencias provincianas y mezquinas. De esa manera, además, los adustos encorbatados del Capitolio y de la Casa Blanca se llevan entre las patas la estabilidad, o cuando menos la parodia de estabilidad, de las economías del planeta.
Mientras nos enteramos de si la catástrofe se evita o no, y del tamaño que habrá de tener, el aparato mediático mundial nos entretiene con las historias de la acumulación de basura en Washington DC, del cierre a las visitas de la Estatua de la Libertad –porque el recinto se mantiene con fondos federales– y de la heroica decisión del gobernador neoyorquino de sacar del presupuesto de su administración los 61 mil dólares diarios que cuesta mantenerla, a fin de no perder los 548 mil de utilidad que produce el turismo en ese monumento.
Qué bueno. ¿Pero y qué hay de los servicios migratorios? ¿Y los de salud? ¿Y las embajadas y consulados? ¿También está paralizada la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) u opera con fondos especiales para espiarnos incluso cuando el gobierno del que depende se encuentra en paro? ¿Hay dinero de emergencia para que los drones estadunidenses sigan descuartizando civiles en el lejano Afganistán? ¿Quién le da de comer a los presos políticos que hay en las cárceles del país vecino, incluida Chelsea Manning? ¿Hay acuerdos para seguir dando, a pesar de las circunstancias, respiración artificial a las conspiraciones desestabilizadoras contra Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador desde las respectivas embajadas u oficinas de intereses?
Qué paradoja: el Tea Party, los libertarios y las demás corrientes ultraconservadoras del país vecino pueden descansar, en estos días inciertos, de la mayor parte de las expresiones de un gobierno federal al que básicamente odian, independientemente de que se encuentre en manos de demócratas o de republicanos. Pero parece ser que el resto del mundo no.
En esta circunstancia de desastre, Obama sigue deslizándose a la condición de un administrador cualquiera del control corporativo sobre el gobierno. Ya sólo le falta rendir su última carta –el programa de seguridas social, el Obamacare
, único galardón de sus dos mandatos– ante los republicanos. Es una pena que la situación financiera de su gobierno haya eclipsado en las noticias el documento del Comité de Protección a Periodistas (CPJ) sobre la opacidad y las amenazas a la libertad de expresión que florecen en esta administración que arrancó con promesas de transparencia y de respeto al trabajo de los informadores.
Obama ha quedado rehén de su propia incoherencia, de sus ambiciones y de sus claudicaciones. Ahora sus detractores de la derecha están en condiciones de afirmar que el país sigue funcionando sin él y que, una vez reabierta la Estatua de la Libertad, el problema principal es que no hay quien recoja la basura en Washington DC. Se lo buscó. La mala noticia es que esto no representa nada bueno para el resto del mundo.
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