La voz oída
l poema es voz del oído; voz, también –¿se trata de lo mismo?– de lo oído.
El poema acontece en su sonar, y a través de su sonar promueve imágenes, siempre más sugeridas que implantadas, imágenes que al final del poema (pero eso se presiente desde el principio) dejarán una impresión de totalidad, de hecho logrado, de cabal dicción.
Dicción que siendo claramente ajena es oscuramente nuestra; se trasvasa de autor a lector (o de intérprete a escucha); se experimenta como una transfusión lingüística: cierta corriente de lenguaje que no corría antes en nuestro sistema circulatorio, de pronto a él se integra, indisolublemente forma parte de nuestro latir, de nuestra oxigenación, de nuestro accionar en esta vida.
Quizá esto sea más fácil notarlo en novelas, que de poesía por supuesto no están exentas, nombremos Los pasos perdidos, Rayuela o Pedro Páramo: la experiencia de su lectura es una experiencia de vida; su lenguaje (su sentido, no necesariamente unívoco) habla, luego de ser leídas, en nuestro lenguaje, nuestro sentir.
Ejemplos de poemas donde tal hecho se evidencia verificable son el soneto que comienza “No me mueve, mi Dios, para quererte…”, atribuido a Fray Miguel de Guevara; otro texto de corte religioso, Ciego Dios, de Alfredo R. Placencia, y el Poema 20 de Pablo Neruda. Habrá diferencia, quién lo duda, en la facilidad de la asimilación, pero ésta se da de modo contundente.
Tres monumentos de la poesía mexicana del siglo pasado también podrán mostrar diversidad en sus exigencias de peaje, Muerte sin fin, Piedra de sol y Algo sobre la muerte del mayor Sabines, mas ¿quién que leído los haya pretenderá que no le son consustanciales?
Hablábamos de la voz y nos fuimos por las ramas de las imágenes –que en la voz se originan. Demostración por la (¿cuasi?) obviedad: no hay literatura sin voz. La voz sugiere imágenes que se van desarrollando sin perder conexión con esa fuente, con ese centro –herido, trémulo, expectante. ¿El poeta es un músico? Sin duda (melopea). Y un artista plástico (fanopea). Y alguien que –al menos sobre la forma, sobre lo eidético– debe reflexionar (logopea).
Aludimos entre paréntesis a Pound, expositor de esos tres tipos de imágenes, que desde mi ángulo, seguramente limitado, se originan y confluyen en una sola: la acústica, la vibración del aire que aun leída en silencio toda palabra es.