Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza VII

Fue espantoso…

R

ecién llegaba Carlos a Aranjuez, después de su congelado viaje en la caja de un camión de carga, se inició un tupido bombardeo aéreo y nuestro biografiado, el conductor, sus ayudantes y un nutrido grupo de transeúntes se tiraron debajo del vehículo, mientras las bombas no dejaban de caer y los proyectiles de las ametralladoras hacían impacto muy cerca del improvisado refugio; al poner las naves rumbo a Madrid, Carlos no cesaba de pedirle a su Apoderada que nada les pasara y que le ayudara a ser un gran torero para ganar dinero y poder compensar a su familia de tantos sufrimientos, privaciones, angustias y dolores.

Una vez cesó el ataque, tomó el tren para Alcázar de San Juan y Valencia; cientos de personas querían abordarlo en medio del caos, ya que hoy salía el tren pero mañana… Carlos se las arregló y con sus espadas y su añejo veliz pudo llegar a Valencia, que estaba más o menos tranquila, pero el intranquilo era nuestro biografiado, ya que únicamente le quedaban 80 pesetas y con ese capital tenía que llegar a París. Por fortuna, en las estaciones la gente regalaba naranjas y de ellas hizo buen acopio, guardando todas las que pudo y, según contaba, durante tres días se atiborró de su jugo. Al día siguiente partió para Barcelona con un boletito de tercera que le costó 42 pesetas, con lo que la lana se redujo a menos de la mitad, sin imaginar que, años más tarde, él sería el primer matador que cobraría la increíble cantidad de medio millón de pesetas por corrida.

Vuelta a la realidad.

Antes de partir de Madrid, habían telegrafiado a doña Cristina para que girara algo de dinero y un pasaje en el Orinoco o en el Iberia a la embajada de México en París, pero París estaba muy lejos y él únicamente tenía 38 pesetas en el bolsillo, así que vuelta a rezarle a su Apoderada que, una vez más, fue su auxilio.

Con un milagro.

Desesperado, fue a visitar las dos plazas de toros que entonces tenía la Ciudad Condal, cuando, de pronto, se encontró con su tío, el poeta León Felipe, quien, pa’ pronto, le sustituyó el jugo de las naranjas por un delicioso filete con papas que fue su salvación.

El tío tampoco estaba muy boyante que digamos, pero le dio lo suficiente para el viaje de Port Bon a la frontera con Francia y de ahí a la capital gala, previo pago de 35 pesetas, lleno de ilusiones y rezando porque su mamá le hubiera girado tanto el dinero como el pasaje, tal y como fue.

Doña Cristina calculó que lo girado le alcanzaría para 15 o 20 días, pero el barco partía en tres, así que Carlos decidió darse vida de millonario, con una estupenda cena y hasta mandó a lavar su ropa, después de tantas peripecias y privaciones y se gastó la mayor parte de los francos, ya que no le iban a servir para nada, reservándose únicamente lo necesario para las propinas.

Y a torear.

Después de tantos días de inactividad taurina, Carlos dióse a entrenar en cubierta y al verlo, varios pasajeros se picaron de la araña y comenzaron a embestirle, muy descompuestos.

En fin, algo fue algo.

+ + +

Feliz encuentro.

Apenas llegó el buque a Veracruz, el alma se le llenó de alegría cuando divisó a su madre y al estrecharla al desembarcar, la emoción de las lágrimas lo dejaron sin habla y por su preocupación por don José y Manolo; un peso abrumador.

Antes de seguir adelante, permítasenos hacer un breve paréntesis: cuánto sufrió y seguía sufriendo doña Cristina, ejemplar mujer en todos sentidos que tanto supo dar a su familia con una nobleza que le fue propia a lo largo de toda su vida ¡Gran señora!

Y a la capital llegaron ansiando Carlos torear y, una vez más, comenzó otro largo calvario.

Transcurrían días, semanas y meses y ¡nada!

No faltó quien le dijera que Ricardo Aguilar Chico Pollo andaba por Monterrey y para allá se fue Carlos, convenciendo a su mamá que iba a torear una novillada –que no encontró– así que, tomando el toro (novillo) por los cuernos, se fue a probar fortuna por algunos pueblos, donde las cosas se le dieron bien y, por fin, le llegó la ansiada oportunidad para torear en la Sultana del Norte.

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Ay, con el tirano.

Cortemos, pues.

(AAB)