ú no eres mi huerto la pagana
rosa de los ardores juveniles;
te quise como a una dulce hermana
y gozoso dejé mis quince abriles
cual ramo de flores de pureza
entre tus manos blancas y gentiles.
Humilde te ha rezado mi tristeza
como en los pobres tempos parroquiales
el campesino ante la Virgen reza…
Soy débil, y al marchar por entre escombros
me dirige la fuerza de tu planta
y reclino las sienes en tus hombros.
Nardo es tu cuerpo y tu virtud es tanta
que en tus brazos beatíficos me duermo
como sobre los senos de una Santa.
López Velarde y Fuensanta musicalidad mexicana que no busca poder y vive aguda ansia de amor, eterna marcha bebiendo una copa de espanto. Cantar que descubre lenguajes que integran y siguen integrando lo campirano y provinciano considerado como carácter, con lo capitalino; el erotismo y la ternura; lo español y lo mexicano; el pecado y la virtud; los buenos modales y lo vulgar; el pelo engomado y las cabelleras blondas.
Poesía verdad radiografía mexicana da luz a fragmentos latentes de nacionalidad escindida que tratamos de encubrir y permanentemente nos desborda: Necesidad de idealizar para negar carencias, promoviendo nuevas escisiones pasando de la omnipotencia a la degradación.
López Velarde música que suaviza la vida dura y cruel, agobiadora y desesperada, de la gran mayoría de mexicanos y nítidamente retrata. Lucha entre sombras, resignada y callada, impenetrable y sin quejas. Todo ello con tonos y ritmos de fiesta y cachondeo.
López Velarde se salva en perpetua fiebre por crear la palabra que tenga ritmo e integre genes pecaminosos y puros, en la musicalidad campirana: Danza, y gesticulación reflejo de un carácter en el caminar, girando, rozando, volando, rodando, zangoloteando el cuerpo al compás de mímicas que llevan a vivir en permanentes ballets del cuerpo y la cara.
Musicalidad que representa las dos vidas que escindido vivió; de poeta entre su maternal Fuensanta (Zacatecas), poliedro de luz tallada, que tanto amó, y de la que nunca se separó hasta quererse fundir con ella en torno al rumor silencioso del aire, el repiquetear de campanas, el sonido del resbalar de los rosarios en manos del mujerío, paso reposado a las misas matinales y los sones de la ciudad, vida farandulera y grilla, chillar de frenos y ruido de cláxones y gritos de pregoneros, voceadores y merolicos. Música que anticipa un lenguaje mexicano.
Notas sueltas que se integran armoniosamente, cada una con tono propio y sentimiento especial, algunos graves y otros agudos, que exhalan el ¡ay! lastimero de nuestras canciones, en prolongadas vibraciones que flotan por el espacio como largos sollozos.
Variaciones sobre un tema, versos que se reúnen unos con otros, como se reúnen las ideas latentes de un sueño, y ya reunidas forman un inmenso y doloroso poema, en el que cada voz canta su dolor disfrazado de júbilo, y todas juntas se integran por medio de palabras que son ritmo mexicano; pensamiento que hierve callado, en el ser de ese mexicano común y corriente que fue López Velarde, que en la musicalidad de la palabra encontró el canto que exorciza las culpas. Esa culpa tan mexicana provocada por relaciones en que no hemos aprendido a vivir el encuentro con la pareja, y menos continuarla, cifrando nuestra vida en las idealizadas relaciones madre-hijo, que nos llevan a esperar encontrar a una madre, en cada relación que establecemos.