Tamara de Lempicka y Frida Kahlo
us cenizas las esparcieron en las faldas del Popocatépetl, cumpliendo así su voluntad. Vivió sus últimos años olvidada y con salud endeble en Cuernavaca, donde murió en 1980, muy lejos de donde finalmente se supo que había nacido, en Moscú en 1890. Y no como tantas veces dijo, en Varsovia en 1898.
Este año ha sido pródigo en homenajes a Tamara de Lempicka. Dos nuevos libros se ocupan de analizar su obra pictórica, su trabajo como ilustradora de casas de modas, su amistad con la decadente nobleza rusa que la Revolución de Octubre mandó al exilio y quiso revivir en París sus días de esplendor y dispendio.
Por su belleza, despertó admiración en los dueños de la riqueza, en los ostentosos millonarios de principios de siglo pasado, algunos de los cuales hicieron fortuna con el comercio de armas. Con dos de ellos contrajo matrimonio. Sólo del primero, Tadeusz Lempicki, hizo un retrato. Fue un hombre traicionado que protestó durante los años de su vida común con Tamara en París, porque lo ponía en evidencia pintando a sus amantes, y no le gustaba el papel de cornudo. Fue precisamente en los años 20 y 30 del siglo pasado y en esa ciudad, donde labró su fama de pintora, que se extendió después a Nueva York y Los Ángeles.
Es la época del art decó que Tamara mejor que nadie representó en sus cuadros. Y lo es también de una etapa en que la liberación femenina se expresa abiertamente, con toques de frivolidad y esnobismo. Es ella la mejor representante de ese estilo de vida que magnifica gracias a sus encantos físicos y su poder de seducción. Sonados son los escarceos amorosos que tuvo con Marlene Dietrich y Greta Garbo. Y también con Gabriel D’Annunzio, destacada figura de la literatura italiana.
La obra de Tamara está en poder de grandes coleccionistas y museos. Su más famoso desnudo, La bella Rafaela, lo tiene una estrella de Hollywood. Pero otra se desconocía, la temprana, y es gracias a una exposición organizada por la Pinacoteca de París que el público pudo conocerla. Al lado de los lienzos donde demuestra por qué la llaman “La reina del art decó”, o de los que expresa sensualidad y erotismo, naturalezas muertas, los retratos de sus dos hijas pequeñas.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial Tamara se trasladó a Estados Unidos, donde no siempre fue aceptada por la crítica, pero sí por el gran mundo del dinero y el lujo. Pero esa gloria se fue apagando a la par que su belleza. Y cayó en el olvido. Sólo renace en 1972 con la muestra de sus más famosos cuadros en París. Otra más, en Londres, la rescató de nuevo en 2004. Ambas mucho más completas que la de la Pinacoteca.
Frida y Tamara, con mundos, formas de vida y estilos pictóricos muy diferentes, son las dos mujeres que este año llaman más la atención de público, crítica especializada y medios parisinos.