on mucho acierto Vania Rojas Solís, directora, y Guillermo Santamarina, curador del Museo Carrillo de Arte Gil, respectivamente, propusieron al artista Carlos Aguirre, retomar una tradición que ha sido constante en este recinto consistente en hacerse cargo de exposiciones por parte de especialistas a partir de obras del propio acervo.
En el caso vigente hasta mediados de enero, el artista productor reúne el papel del curador a tal grado que las dos misiones se unifican, cosa que no sucede con el común de las curadurías.
Se advierte que no es esta la primera vez que Carlos Aguirre se ocupa de un reciclamiento crítico y estético de José Clemente Orozco y de otros integrantes del muralismo.
El tema le interesa sobremanera y la exposición actual se basa en un aspecto elocuente de las arquitecturas de Orozco que tantos hemos admirado en dibujos, estampas y en menor medida pinturas, aspecto que llama la atención quizá por encima de otras creaciones suyas.
El museo Carrillo Gil cuenta en su haber con algo más de 150 obras de Orozco. La selección de aquellas que comparecen en la muestra, titulada Notas contra notas, o Sainete, drama y barbarie, como reza el título que da ingreso a la sala –frase extraída de la autobiografía que ya ha dado lugar a publicaciones y al menos a una exposición–, fue realizada por Carlos Aguirre, como igual la invitación por parte suya a otras personas que quedan incluidas en la consecución de la muestra.
Incluye a su hijo el reconocido artista conceptual Carlos Amorales, a Renato González Mello, como especialista consumado que es en José Clemente Orozco, al arquitecto Felipe Leal, a la principal teórica mexicana del feminismo, Marta Lamas, al coordinador de Artes Visuales de la Universidad Autónoma Metropolitana, Víctor Muñoz, al videasta Adrián Regnier, y a Carlos Palacios, como cocurador. Dos de estas personas tuvieron a su cargo monólogos tipo entrevista que fueron grabados por Regnier y los demás contribuyeron con obras y acciones.
En sentido inverso a como se acostumbra ingresar a una muestra en esa sala del Carrillo Gil, hay que hacerlo en este caso por el lado izquierdo. El visitante se topa en primer término con una de las pinturas de José Clemente Orozco que han marcado indeleblemente a todo aquel que la conoce: Los muertos, 1935, sigue manteniéndose como obra muy actual. Fue tomada por Amorales para la realización de un despliegue dibujístico en mampara que intenta recrear su geometría digamos que interna, mediante una serie de cuadrados que, triangulados, van desplegándose como un abanico o un acordeón. Uno no les encuentra de primer golpe visual analogía con el cuadro, ya que aquí no se trata de una variación como sí sucede con las grafías y las obras que ofrece Carlos Aguirre a partir de otra obra señera: Pueblo mexicano, 1929. Los vanos y las sombras, igual que como acontece con la llamada pintura metafísica, se le convirtieron en una primera intervención que ocupa una mampara completa, convertida en símil de un muro atacado y vulnerado por el tiempo.
A eso sigue todo un ámbito recubierto de una trama que sirve como soporte a otras variantes de ésta y de otras obras, cada una con valor autónomo y algunas en volumen a modo de figuras recortadas, como dibujos volumétricos, con suma precisión, tanto las planas como las sólidas las hay que glosan sólo algún fragmento o corte corporal a modo de silueta.
Después de observar ese conglomerado el visitante prosigue con la secuencia iniciada por Amorales. Para mi sorpresa, me encontré de alguna manera citada en el siguiente conglomerado, que trata de lo femenino, bajo la litografía que según recuerdo realizó Orozco y que ofreció a Nellie Campobello, como ilustración para Las manos de mamá.
Se tomó un fragmento mío, acuciosamente acreditado, no de alguno de mis textos orozquianos, sino de una recolección onírica publicada por el Fondo de Cultura Económica en 2000. Es material público, cualquiera puede hacer uso de lo que circuló como un librito al alcance de todos, pero la verdad creo que por elemental deferencia, debieron al menos haberme avisado que se retomaría, sobre todo atendiendo al hecho de que me he ocupado bastante de Orozco y el fragmento elegido, que glosa un sueño en el que Orozco es mi coprotagonista, es ajeno a mis escritos orozquianos. Confieso que la litografía con las dos manos, un poco vinculada a Renoir. está muy bien elegida a ese propósito, máxime porque tiene que ver con Campobello.
Marta Lamas plantea muy en serio algo en lo que ya otras personas hemos pensado sin explicitarlo abiertamente, sobre todo cuando nos paramos ante el mural Catarsis, en el Palacio de Bellas Artes. ¿Era Orozco misógino?