omo parte de los trabajos preparatorios a la tercera asamblea general extraordinaria del sínodo de obispos que se realizará en octubre de 2014, el Vaticano publicó ayer una lista de 38 preguntas sobre temas tradicionalmente polémicos en el seno de la Iglesia católica (entre ellos el divorcio, el matrimonio y la adopción por parejas no heterosexuales y el control de la natalidad), a fin de que sean respondidas por obispos, órdenes religiosas y grupos católicos de todo el mundo.
Aunque el documento referido no es en rigor una consulta pública, la jerarquía católica ha dejado abierta la posibilidad de que cualquier persona envíe sus opiniones a la secretaría general del sínodo, encabezada por el arzobispo italiano Bruno Forte. Significativamente, este último afirmó ayer que si bien esa Iglesia “no toma decisiones basadas en la mayoría de la opinión pública (…) sería un error del sínodo ignorar el resultado si gran parte de la opinión pública siente de una cierta manera”.
El ejercicio comentado constituye un hecho sin precedente en la historia del catolicismo, por transitar en sentido contrario al principio, vigente hasta ahora, de una autoridad papal vertical e infalible –la cual reduce a sacerdotes y feligreses a la condición de siervos que deben obediencia absoluta a la autoridad eclesial–, y promueve en cambio la participación horizontal de los integrantes de esa institución en la discusión de temas tan sensibles como los mencionados.
En lo formal, dicha apertura es un punto de quiebre ante la visión dogmática, excluyente y autoritaria que caracterizó a los recientes papados, pero plantea, además, la posibilidad de un cambio de fondo: que el Vaticano emprenda de una vez la renovación de concepciones teológicas y pastorales anacrónicas, arbitrarias, misóginas y reaccionarias, cuya persistencia constituye –junto con el encubrimiento estructural a sacerdotes responsables de delitos sexuales– una razón principal de la grave pérdida de feligreses en el mundo en el curso de décadas recientes.
En efecto, la oposición tradicional de la Iglesia católica al matrimonio entre personas del mismo sexo, su condena radical al aborto y al pleno ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos –incluido el uso de preservativos– y, en general, su resistencia al avance de los valores laicos en las sociedades contemporáneas pudieran verse severamente trastocadas en caso de que el ejercicio comentado arroje una postura mayoritaria distinta, e incluso contraria, a la que han sostenido hasta ahora la jerarquía católica y en particular la curia romana.
Cabe desear que el mismo espíritu aperturista que muestra el Vaticano al publicar y difundir el cuestionario referido prevalezca en el momento de informar sobre los resultados de ese ejercicio y, sobre todo, a la hora de definir las líneas de acción institucionales que se desprendan del mismo. La sensibilidad y la transparencia son condiciones necesarias para que el catolicismo se acerque a acercarse a sus fieles y recupere la autoridad moral que ha perdido en décadas recientes.