n 1840 Alexis de Tocqueville señaló que una de las causas que explicaban la estabilidad de la democracia en Estados Unidos era que no tenía vecinos. Según él, gracias a sus fronteras con vastos océanos o con el vacío territorial no necesitaba un gran ejército, tampoco tenía que lidiar con la iracundia o la codicia de militares ávidos, ni con generales victoriosos que reclamaran el poder civil. Siete años después de la publicación del segundo volumen de su extraordinaria Democracia en América, Estados Unidos fabricó una guerra contra México para acrecentar su territorio. Hizo exactamente lo mismo que tanto criticaba a los europeos que se hacían la guerra unos a otros, por territorios que cambiaban de manos como si fueran billetes de lotería.
Es para mí un misterio por qué Tocqueville, siempre agudo y perspicaz, en este caso se equivocó tan rotundamente. En realidad, lo que me interesa es recuperar la geografía en la discusión de los problemas internacionales, porque la globalización, las redes sociales, la electrónica y, en general, el avance tecnológico en materia de comunicaciones y de transporte, han alterado las nociones de tiempo y espacio, que, sin embargo, siguen siendo indispensables para que podamos situarnos en el mundo. Si lo hiciéramos, veríamos cuál es la verdadera posición de México en la escala de prioridades de Estados Unidos, que una evaluación comercial suele disimular; podríamos incluso debatir nuestro valor estratégico para ese país. Tratar este tema abiertamente fortalecería la posición mexicana en la mesa de negociaciones con los estadunidenses.
Un mapa es un buen punto de partida para entender el tono y el estado de las relaciones entre México y Estados Unidos hoy; en todo caso, es mucho más útil y revelador que un cuadro con información de la balanza comercial entre los dos países, entre otras razones porque el mapa refleja las posibles dificultades que habrán de enfrentar en el futuro estos países vecinos, resultado de tendencias de largo plazo, dado que la geografía es inalterable.
Por ejemplo, la contigüidad territorial entre los dos países determina que millones de personas que aspiran a una vida mejor estén dispuestas a viajar los más de 2 mil 500 kilómetros entre Tihuatlán, Puebla, y San Diego, California. Es probable que muchos de los que emprenden esa travesía consideren que no es un imposible porque sólo hay que cruzar una línea. Esta supuesta facilidad es uno de los factores que estimulan la emigración al norte. Además, la cercanía permite mantener los vínculos con los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen, y no son pocos los trabajadores indocumentados que sin grandes obstáculos van a Atlanta, por ejemplo, y vienen a México a los 15 años de la ahijada, al bautizo del nieto o (cosa más extraña) al aniversario de confirmación de la hija. Los estadunidenses podrán construir cinco murallas chinas: no habrán de detener ese flujo, porque no van a levantar un muro de 3 mil kilómetros de largo. Es muy poco lo que el gobierno mexicano puede hacer para frenar este movimiento.
Más todavía, la ola migratoria que se ha levantado en México y en Centroamérica en dirección de Estados Unidos es una respuesta al mercado de mano de obra de ese país, que es un poderoso imán económico; pero es indiscutible que los migrantes ejercen presiones sobre ciudades fronterizas cuyos servicios públicos, por ejemplo, la educación, están desbordados. Esta situación genera problemas sociales que pueden ser interpretados como los síntomas de una crisis urbana de grandes proporciones. Si esto llegara a ocurrir nos encontraríamos con que un asunto que para unos es de orden económico, para otros es un tema de seguridad, un problema de defensa territorial. Así piensan grupos ultraconservadores que pretenden cerrar las puertas de su país, sin siquiera mirar un mapa.