l delegado pontificio para la reforma de los legionarios de Cristo, Velasio de Paolis, señaló ayer que esa congregación reconocerá públicamente las responsabilidades por los abusos sexuales cometidos por algunos de sus miembros –sin especificar si se incluirán los de su fundador, Marcial Maciel Degollado–, como parte de un examen de conciencia
para determinar cuál debe ser el empeño que debemos asumir para superar estas dificultades
.
El pronunciamiento constituye un giro positivo y novedoso en el discurso de la orden religiosa, que durante años se mantuvo renuente a aceptar las acusaciones contra varios de sus miembros, e incluso las calificó de ataques contra la Iglesia
. Dicho giro resulta, sin embargo, insuficiente y tardío para corregir un agravio cometido contra cientos o quizás miles de víctimas, y en un contexto en que persisten los señalamientos sobre el patrón de encubrimiento e impunidad para estos crímenes en el seno de la Iglesia católica.
Si efectivamente existe un empeño penitencial
por corregir ese daño y por renovar la legión
, el reconocimiento público de los casos de abuso sexual cometidos por legionarios debiera ser acompañado de acciones conducentes a la reparación del daño a las víctimas, no sólo en lo que se refiere a la indemnización económica, sino también en cuanto a la rehabilitación y el otorgamiento de ayuda sicológica y legal.
Por lo demás, las disculpas públicas anunciadas por De Paolis tendrían que ser extensivas al conjunto de la opinión pública de nuestro país, en su momento sometida a una campaña masiva y sistemática de desinformación con el fin de acallar a los medios y a los periodistas que difundieron y dieron seguimiento a las denuncias de pederastia clerical en contra de Maciel y de otros integrantes de su congregación. Esa política de engaño y calumnia no se circunscribió al ámbito religioso, sino que estuvo respaldada por un poder empresarial dispuesto a encubrir la trayectoria delictiva del fundador de los legionarios y que, para tal efecto, ejerció presiones económicas, políticas y comerciales indebidas. Por tanto, la disculpa pública debiera incluir un pronunciamiento y un deslinde claro con respecto al apoyo recibido por esos poderes fácticos.
Finalmente, resulta inevitable establecer un vínculo entre el giro observado en la postura de los legionarios y el arribo de Jorge Mario Bergoglio a la cúspide de la jerarquía vaticana y los intentos de éste por insuflar a su papado de un espíritu aperturista y reformador. Esa consideración da cuenta, por contraste, del grado de descomposición que ha marcado a la jerarquía católica en décadas recientes, del designio de impunidad que caracterizó los apostolados de Karol Wojtyla y de Joseph Ratzinger en lo que respecta a los casos de pederastia clerical, y del lastre que ello supuso para la moralización y la modernización de la Legión de Cristo y de la Iglesia católica en su conjunto.
Por ahora, el gesto anunciado ayer por De Paolis permite ver cuando menos una voluntad de superar esos lastres, pero es necesario que, como complemento a ello, las máximas autoridades del catolicismo emprendan un deslinde histórico y sin precedentes de los agresores sexuales que medran en las filas de la Iglesia, que entreguen a los sacerdotes responsables a las autoridades competentes y que avancen a la reparación cabal del daño a las víctimas. De lo contrario, declaraciones como la de ayer no dejarán de ser vistas, en el mejor de los casos, como meros gestos de relaciones públicas.