yer fue enterrado en Israel el militar, político y ex primer ministro Ariel Sharon, fallecido el sábado pasado tras ocho años de permaner en estado de coma a consecuencia del derrame cerebral masivo que sufrió a comienzos de 2006. Al informar sobre su muerte fueron pocos los medios occidentales que destacaron su papel de responsable de masacres de civiles palestinos, como destructor del proceso de paz emprendido por Yitzhak Rabin y Yasser Arafat en 1993 y como uno de los principales culpables políticos de que el pueblo israelí no haya conseguido, hasta la fecha, el estatuto de paz que anhela con sus vecinos.
La propaganda oficial estadunidense logró tender un manto de neutralidad sobre la imagen de este hombre que en su momento fue hallado corresponsable de crímenes de lesa humanidad y posteriormente absuelto y encubierto por las autoridades israelíes, las de Europa occidental y las estadunidenses. En eso desembocaron, política y legalmente, los esfuerzos por hacer justicia tras las masacres perpetradas en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en septiembre de 1982, en Líbano, en las que entre 350 y mil 500 civiles –adultos, niños, mujeres, ancianos– fueron asesinados por las milicias cristianas de Elie Hobeika, apoyadas e incitadas, a su vez, por las fuerzas invasoras israelíes que comandaba Ariel Sharon. Veinte años más tarde, cuando Hobeika anunció que revelaría el papel desempeñado en ese crimen por el ahora difunto político israelí, murió en un atentado en Beirut y ya no pudo rendir testimonio.
Para 2001 Sharon ya había logrado atizar el conflicto palestino-israelí con una provocación gratuita: ir a pasear, a sabiendas del repudio que causaba entre los palestinos, a la explanada de las mezquitas, en la Jerusalén árabe. Y, aprovechando la escalada de tensiones y el deterioro de los acuerdos de paz de Oslo como marco del diálogo palestino-israelí, llegó a la primera magistratura, desde donde emprendió un acoso sistemático e injustificado contra la Autoridad Nacional Palestina, encabezada entonces por Yasser Arafat; fortaleció y aceleró la consrucción de asentamientos judíos en tierras palestinas e inició la erección de la muralla infame que se extiende hoy por una vasta zona de Cisjordania.
Como militar, como político y como gobernante, Sharon apostó siempre por la provocación, por la violencia y por la polarización, y logró mantenerse impune a lo largo de su vida. Pero su belicismo racista no sólo causó sufrimientos incalculables entre la población palestina, sino dañó gravemente las perspectivas de paz y armonía del pueblo israelí. En este aspecto es pertinente recordar, por último, las palabras de Naomi Klein sobre Sharon: Cuando el antisemitismo crece, al menos en parte como resultado de sus acciones, es el propio Sharon el que recolecta los dividendos políticos
. En estas horas, serán muy pocos los medios que las reproduzcan.