Recuento interior
n lo interno, 2013 marcó en Rusia la consolidación del liderazgo de Vladimir Putin, al precio de recortar las libertades y los derechos humanos, más allá de amnistías y otros gestos para mejorar la imagen del mandatario.
Ya desde mayo de 2012, apenas asumió la presidencia del país para un tercer periodo, se hizo evidente el fin de la falacia que –durante los cuatro años precedentes– el Kremlin denominó tándem gobernante, integrado por un presidente nominal, Dimitri Medvediev, supeditado en la toma de decisiones a Putin, formalmente su segundo como primer ministro.
Poco tiempo necesitó Putin, tras el enroque, para revertir las únicas iniciativas que los medios de comunicación locales asociaron de alguna manera con Medvediev sin importar si eran viables o utópicas.
A raíz de las manifestaciones multitudinarias contra el Kremlin, originadas por el cuestionado ajuste de resultados electorales que mantiene en el poder a los mismos grupos de influencia que conforman la élite gobernante, surgió una oposición política extraparlamentaria que no ha podido concretar un proyecto alterno que resulte, para la mayoría de los rusos, más atractivo que la relativa estabilidad que les ofrece Putin.
Los inconformes, muy fragmentados en una amplia variedad de tendencias del espectro ideológico, coinciden en reclamar un cambio en las reglas del juego democrático y su voz de protesta, dados los resultados en las elecciones para alcalde de Moscú de su líder más carismático, Aleksei Navalny, no puede ser desdeñada.
Para contrarrestar este emergente movimiento de rechazo a un gobernante que lleva, con un cargo u otro, 14 años al frente de Rusia y que, en teoría, si opta por la relección en 2018, podría despachar en el Kremlin 10 años más, Putin trata de nulificar a sus potenciales rivales con una incesante persecución judicial y, hacia el exterior, quiere ganar simpatías al dejar en libertad a algunos famosos presos condenados por motivos más políticos que delictivos.
Putin se presenta ahora como defensor de los valores tradicionales de la sociedad rusa, ferviente creyente en la religión ortodoxa y seguidor en política de las ideas conservadoras.
Los opositores denuncian que el nuevo discurso de Putin sólo sirve de tapadera para cosechar éxitos al arremeter contra enemigos imaginarios, como son –por poner dos ejemplos– los homosexuales o los agentes extranjeros
, miembros de ONG que reciben donaciones foráneas.
Los problemas reales –como la corrupción endémica, el deterioro de la política social que afecta a los más necesitados y otras lacras– se agravan, mientras las autoridades prefieren el lucimiento que dan derroches como el realizado en organizar los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, los primeros que comenzarán, dentro de tres semanas, en un clima subtropical y a un costo de 50 mil millones de dólares.