asi es un lugar común decir que en México resulta obvia la debilidad de la izquierda o de las izquierdas. Y tal cosa se proyecta a la elección presidencial de 2018. El argumento esencial radica en la división de la izquierda partidaria: PRD, PT, Movimiento Ciudadano, Morena, Movimiento Progresista (y ¿cuáles más?). Es verdad y, por tanto, es un argumento fuerte.
En contraste, la derecha oligárquica y más general, que no siempre es unitaria, conserva un conjunto de intereses que la llevan a unirse políticamente cuando es necesario. Para no ir más lejos, lo anterior ocurrió contundentemente en 2006 (secundando al PAN de Felipe Calderón) y en 2012 (detrás del nuevo
PRI de Enrique Peña Nieto). Y, más ampliamente, demostrando su peso e influencia permanente en el país digamos desde el fin de la Segunda Guerra, después de la presidencia de Lázaro Cárdenas. Es verdad que los regímenes políticos posteriores, salvo momentos excepcionales (por ejemplo, la represión de Gustavo Díaz Ordaz en 1968), no tomaron el camino mayoritario de las dictaduras latinoamericanas durante las últimas cuatro décadas del siglo anterior, sino que supieron mantener un cierto balance político que, sin embargo, sacó adelante claras políticas de la derecha del tiempo, que culminaron con la imposición del neoliberalismo más desnudo. Tal vez esto se logró, digamos, en una transición no tan apresurada y que comprendió los periodos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, y ahora aflora nuevamente con toda su fuerza en la política de Enrique Peña Nieto (específicamente a través de las llamadas reformas estructurales
que fueron aprobadas por un Legislativo subordinado el año pasado).
La derecha, pues, con un horizonte importante de logros y con una amalgama política y social nada despreciable, en lo que han contribuido poderosamente los medios masivos de comunicación, en manos de prominentes representantes del capital nacional e internacional. La derecha se ha fortalecido extraordinariamente en las últimas décadas, y no sólo desde el punto de vista económico, sino también político, si por tal entendemos que incluso en las coyunturas potencialmente difíciles para la derecha (en los último años el arrastre popular y social de Andrés Manuel López Obrador), ésta ha sido capaz de cerrar filas y de presentar un frente unido exitoso (aun mediante los muy probables fraudes electorales de 1988 contra la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, y en 2006 y 2012 contra Andrés Manuel López Obrador).
Esta capacidad de acción y reacción solidaria se ha logrado a pesar de la penuria de ideas de la derecha mexicana, que más bien ha estado motivada, como decíamos, por la coincidencia de sus intereses económicos. Comparativamente, la izquierda ha sido, a lo largo de las últimas décadas, mucho más creativa; sin embargo, la riqueza en el plano teórico está lejos de ser contundente como fuerza de la izquierda para acceder al poder, que por una razón u otra (incluso la fraudulenta) no ha ascendido a los peldaños más altos del sistema (no obstante su dominio político en la ciudad más importante del país). Durante buen número de sexenios la presencia no tan remota de la Revolución Mexicana, con su carga ideológica que a veces fue contradictoria, no obstante frenó muchas de las tentaciones más desmesuradas de la derecha. Ahora, en ocasiones, tal vez la gran ciudad de izquierda
sea capaz de jugar un papel análogo. Aunque no se vio muy efectiva a lo largo de 2013, en que las reformas estructurales triunfaron. Pese a todo, no puede dejar de reconocerse que esta ciudad sigue siendo el marco de las mayores manifestaciones y protestas de la oposición.
Por supuesto que en la política nacional tiene una importancia superlativa la elaboración teórica de las izquierdas y sus análisis críticos, digamos de la coyuntura. Tal cosa sensibiliza la conciencia nacional y ejerce influencia, y en más de un sentido trasciende la división y a veces el alejamiento partidario. Tal ha sido tradicionalmente, tal vez en todos los países, la tradición de la izquierda que convierte frecuentemente en gigantes sus diferencias y en acontecimientos descomunales sus divisiones. Sin embargo, el hecho que me parece contundente es que, también en los momentos más peligrosos y resbaladizos, la izquierda es capaz de volver a la unión y a la coincidencia electoral y aun política en la lucha. Un momento siniestro de la historia en que esto no fue posible fue la división entre comunistas y socialistas alemanes que permitieron la llegada al poder de Adolfo Hitler.
Sí, varias formaciones sociales y políticas de izquierda hoy desintegradas en la política mexicana. Varios partidos y otros seguramente en la cuenta futura, por ejemplo Morena. Sin embargo, este caudal de las fuerzas progresistas en México son capaces de coincidir (tal vez no de aliarse formalmente en cada momento) y de construir un bloque histórico hegemónico, como decía Gramsci, que pueda triunfar en próximas justas electorales. Es decir, capaz de imponer democráticamente en el país una perspectiva, un destino que sea en verdad nacional, popular y social. Todo ello supone, también es obvio, una permanente movilización y militancia, y una educación, capaces de ganar terreno y a la postre imponerse al bloque hegemónico de la derecha que ha ganado hasta ahora (en general de manera arbitraria y no democrática).
Por supuesto, la cuestión de los liderazgos en México y en todas partes resulta fundamental. En México, ahí tenemos cuando menos, por fortuna, a Cuauhtémoc Cárdenas, a Andrés Manuel López Obrador y a Marcelo Ebrard. Capaces de formar el necesario bloque histórico, político, social y cultural que lleve a la izquierda mexicana a los altos peldaños del Estado mexicano. Cada uno con sus virtudes y limitaciones (en alguno o algunos pueden intervenir hasta la edad y otras limitaciones físicas), pero capaces sin duda de llevar a cabo la tarea.
Mientras la ciudadanía, que al final de cuentas es el elemento decisivo en esta lucha, debiera siempre estar pronta a sumar esfuerzos en favor de un objetivo común. Y esto ocurrirá masivamente en 2018, si no antes.