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Un indigente frente a un mural del artista Ruben Soto en una calle de Los Ángeles. Se espera que el informe de gobierno que rendirá mañana Barack Obama se centre en la desigualdad económica en Estados UnidosFoto Ap
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na mujer joven está sentada en la banqueta con un bebé en brazos y otra hija de unos cuatro o cinco años, con coletas y la cara triste mirando hacia abajo; la madre sostiene una cartulina en la que pide ayuda, por favor. Detrás de ella, en el muro, está un cartel de las fuerzas de seguridad pública con el lema oficial antiterrorista inaugurado después del 11-S y que se repite por todas partes: si ve algo, diga algo. Ese dibujo en blanco y negro publicado por el New Yorker casi captura el momento.

Sin embargo, no es que nadie los vea, ni que nadie diga nada. El punto es justo que lo ven, lo dicen, pero no hacen nada.

De hecho, este martes, el tema de la desigualdad económica, eso de los cada vez más pobres y los cada vez más ricos, será eje del informe anual del presidente Barack Obama. Ya había dicho que la desigualdad es el desafío definitorio de nuestros tiempos y se espera que hablará de ampliar la oportunidad para que todos los que trabajan duro puedan “participar en el sueño americano” o algo así. Pero nadie espera que proponga un reajuste económico a fondo para generar empleo, anular la deuda aplastante (incluida la de las hipotecas, que obligó a millones a perder sus viviendas) o elevar los ingresos que, para la gran mayoría, han quedado estancados durante décadas.

O sea, nada que por ahora logre cambiar el hecho de que este país registra el peor nivel de desigualdad económica desde la gran depresión. Algunos cálculos sugieren que solo 400 familias captan lo mismo que el 50 por ciento de la población de ingresos más bajos; entre 80 a casi 90 por ciento de la riqueza en Estados Unidos pertenece a 20 por ciento de la población.

Al parecer, a ese 20 por ciento, y más bien el 1 por ciento que concentra más de 35 por ciento de la riqueza nacional, no le dan nada de pena anuncios como el de JPMorgan Chase la semana pasada, de que casi duplicará la remuneración de su ejecutivo en jefe Jamie Dimon a un total de 20 millones de dólares. Esto, poco después de que el banco acordó pagar 13 mil millones para resolver un litigio con el Departamento de Justicia y admitir que había engañado a inversionistas sobre paquetes de inversión respaldados por hipotecas de alto riesgo, parte de los instrumentos financieros que se desplomaron en 2006 y 2007, con lo cual detonaron la peor crisis financiera desde la gran depresión.

Para algunos, todo esto fue nada menos que el fraude más grande de la historia, pero ningún ejecutivo financiero responsable ha acabado en la cárcel. De hecho, casi todos han sido recompensados, mientras Wall Street y las ganancias empresariales han registrado nuevos índices récord, y mientras millones quedan desempleados y hay más gente que padece hambre que nunca. De hecho, casi el total de los beneficios de la recuperación económica desde 2009 han sido capturados por el 1 por ciento más rico.

Mientras tanto, en Davos, Suiza, los ricos y poderosos del mundo se congregaron para su cumbre anual donde uno de los grandes temas fue la desigualdad económica. A los responsables no les daba pena expresar su preocupación y hasta lamentar la creciente desigualdad económica mundial (seguramente estaban ahí algunos de los 85 multimillonarios que, según un informe de Oxfam, concentran riqueza equivalente a la que tiene la mitad de la humanidad).

En Miami se registran ventas récord de autos de super lujo Lamborghini (algunos cuestan 400 mil dólares) y resulta que los clientes no son nada más estadunidenses, sino casi todos en tiempos recientes son aquellos inmigrantes súper ricos de México, Venezuela, Brasil, Rusia y China.

Hoteles de lujo ofrecen habitaciones que cuestan 15 mil dólares la noche, o los acaudalados compran departamentos que cuestan 90 millones en Nueva York.

Y las cifras de la miseria –hambre, desempleo, sin techo, sueños anulados– se reportan. Bueno, casi siempre es más noticia por cuántos puntos subió o bajó la Bolsa de Nueva York que cuántas familias pobres pernoctaron en la calle en medio de un invierno feroz.

Todo mundo ve esto. Una encuesta reciente del Centro de Investigación Pew y USA Today registró que 65 por ciento creen que la brecha entre los ricos y todos los demás se ha incrementado en la ultima década. La mayoría, 54 por ciento, apoyan incrementar impuestos a los ricos para ayudar a los pobres.

No resulta sorprendente que los ciudadanos no tengan gran confianza en su gobierno. Según una encuesta de Gallup, 65 por ciento (dos tercios) de los estadunidenses dicen estar descontentos con el sistema de gobernancia (se refiere más bien a cómo opera el gobierno) en Estados Unidos, nivel récord. En otra encuesta, de Gallup, sólo 17 por ciento creen que la mayoría de legisladores actualmente en el Congreso merecen ser relectos, el nivel más bajo registrado; sólo 46 por ciento creen que su representante legislativo merece ser relecto, el nivel más bajo desde 1992.

El economista premio Nobel Paul Krugman argumenta que la desigualdad económica ayudó a generar las condiciones para la crisis pasada, y más aún, esa desigualad empeora ahora por la alta tasa de desempleo y niveles salariales estancados. El también economista premio Nobel Joseph Stiglitz, el reconocido analista y ex secretario de Trabajo Robert Reich, entre tantos otros, suenan la alarma de que todo esto necesita acción urgente, que la democracia misma está en riesgo por la desigualdad.

Todos ven, todos dicen. Todos saben.

No es tan complicado. No pierdas tu tiempo en cuestiones sociales. El problema con los pobres es la pobreza; el problema con los ricos es su inutilidad, afirmó George Bernard Shaw.