ólo pensamientos negros al llegar a la Plaza México. Los rumores hablaban de que José Emilio Pacheco, nuestro poeta, estaba gravísimo. Más que nunca combinaba el coso la belleza y la muerte. Sombras fugaces que se quedaban, se quedaron y se alargaban hasta perderse para iluminar su ser enlazado en nuestros orígenes. Revelaciones misteriosas que no desparecerán y serán siempre novedosas. Lava que surge de variados colores que vienen de arriba, muy arriba, y llegan al hoyo negro que el poeta buscaba y eran magia musical oculta.
Tarde con imágenes sacudidas por sonidos negros, transparentes. Memorias de sobrevivencia de una sociedad que se expresaba en su pluma. Magia de rumores, burbujeo de pájaros, zumbido de insectos, desesperar lento del arte mexicano, clamor de palabras a la mujer, cabellos fuegos de luz.
La poesía de José Emilio fue más allá de lo consciente y del yo, un pozo endemoniado de representaciones que lo llevaban a la palabra indescifrable. Jeroglífico misterioso que traspasaba la ternura en un abismo insondable. Vida-muerte, sólo tiempo, sueños y lenguaje.
No en balde viendo torear a El Pana recordaba su frase de los toreros aprendí que dicen que se van y nunca se van
, él pudo afirmar que los poetas dicen que se van, pero al igual nunca se van: se quedan
. Al escribir esta nota de regreso a casa las estaciones de radio anunciaban su muerte. Mis condolencias a Cristina, su esposa.
De la corrida casi el mismo ritmo de toda la temporada: toros de Villa Carmela parados, un puyacito por no dejar, sin emoción, sin transmisión, imposibles para realizar el toreo. Uno de los toros se estrelló contra un burladero y sospechosamente se rompió un pitón ¡qué raro! Salvó la tarde el toro soñado de Montecristo de don Germán Mercado que le tocó en suerte a un Joselito Adame enrachado, que no cree en nada. Un toro que se comía la muleta, planeaba, fijo, encastada nobleza, y el torero de Aguascalientes se hartó de torear. Ayudados por abajo en un palmo de terreno que enloquecieron al tendido. Desde el capote había iniciado el calor de los aficionados. Para el que escribe una mácula: trató de torearlo por pasos naturales y no pudo. Lo cual enfrió en alguna forma el faenón que remató con estocada y nueva salida triunfal a hombros.
Lo dicho, la fiesta brava nos enfrenta a la belleza y al mismo tiempo al dolor y la muerte…