l fauno y la doncella. Hay algo que recurrentemente decepciona en el llamado cine francés de calidad. A medio camino entre el cine comercial y la propuesta de autor, el cine de calidad confía demasiado en los beneficios de una ornamentación visual a menudo sin mayor sustancia. Tal es el caso de Renoir, la cinta más reciente del realizador Gilles Bourdos, que partiendo de una idea muy interesante (capturar los últimos cuatro años de la larga vida del pintor Pierre-Auguste Renoir), opta por la ambición peregrina y arriesgada de plasmar en la pantalla la esencia del impulso creador y la variedad estilística del artista impresionista.
Una empresa condenada al fracaso de antemano, así participe en ella el estupendo cinefotógrafo taiwanés Ping Bing Lee (Deseando amar/In the mood for love), de Wong Kar Wai. El problema es que la voluntad de restituir de lleno las atmósferas estivales del retiro de Renoir en su última residencia mediterránea, devora buena parte de la organización de un relato que se ve obligado a comprimir al máximo el tramo final de la biografía posible, dejando por tanto demasiados cabos sueltos. Se precisa ser un gran conocedor de la vida y obra de Renoir para ir llenando esos paréntesis y para dar mayor coherencia a las relaciones entre el padre y su hijo Jean, y a la pretendida rivalidad sentimental de ambos frente a ese elemento de inspiración y discordia que es Andrée, la última modelo en la vida del pintor.
Pierre-Auguste Renoir bien pudo elegir vivir muy al margen de un conflicto bélico que en el año 1915 devastaba a Europa, pero a los guionistas de este esbozo biográfico no les habría estorbado enriquecer el relato, volverlo más ágil e interesante, precisando un poco más el contexto histórico. Elegir el formalismo y la mirada contemplativa era competir, con enorme desventaja, con empresas artísticas más meritorias en el cine contemporáneo (El sol del membrillo, del español Víctor Erice, o La bella latosa, del recién fallecido Jacques Rivette, por mencionar sólo dos ejemplos).
Centrarse, por otra parte, en el forzado triángulo amoroso entre un septuagenario aquejado de artritis degenerativa; su hijo Jean, de 30 años, herido de guerra y parcialmente lisiado, y la sensual latosa adolescente Andrée Heuschling, emblema de vitalidad y rebeldía, era elegir una narrativa de telefilm salaz y pintoresco, repleto de clichés, cuando lo importante era profundizar en la compleja personalidad del pintor y su nervioso presentimiento de la muerte.
Los personajes aparecen así unidimensionales. El pintor anciano es caprichoso y tiránico; su modelo, no es menos veleidosa en su arrogancia juvenil de supuesto feminismo avant la lettre; mientras el joven Jean Renoir, golpeado por la guerra, ostenta un perfil taciturno y triste que nada deja vislumbrar del brío genial del futuro realizador de La gran ilusión o de Las reglas del juego. La intención de fidelidad a la posible vida real de los protagonistas está ahí, a la vuelta de cada escena, y es indudable que Michel Bouquet encarna de modo convincente al Renoir que cabe imaginar en su plácido retiro crepuscular, rodeado de mujeres solícitas, modelos sensuales y una naturaleza deslumbrante. Los otros dos actores (Christa Théret, Vincent Rottiers), sin embargo, no están de modo alguno a la altura del veterano protagonista.
Un año después de la muerte de Renoir padre, en 1919, Andrée, su modelo ninfa adolescente, se casaría con el futuro cineasta Jean Renoir y sería, a partir de 1924, su actriz fetiche en las primeras seis de sus nueve realizaciones silentes bajo el nombre artístico de Catherine Hessling. Cualquier espectador que la haya visto en Naná o en La pequeña vendedora de cerillas, adverti- rá la dimensión del miscast de Christa Théret, belleza convencional de sensualidad afanosa.
Hay indudablemente en el Renoir de Gilles Bourdos un elogio del arte y también el de una vacilante pasión amorosa vivida en medio de la enfermedad, el dolor físico y la amargura. Sin embargo, el primer elogio es demasiado respetuoso y poco imaginativo, apenas el impulso de ilustrar decorosamente algo de la grandeza artística presentida; en el segundo elogio, la aproximación es más intensa en buena medida, cabe insistir, debido a la interpretación de Michel Bouquet como un Renoir físicamente derrotado y espiritualmente ennoblecido.
En cuanto a Renoir hijo, quien sería el realizador más prolífico y estimulante del cine francés clásico, sólo cabe esperar que ninguna biografía fílmica, del propio Bourdos o de cualquier otro artesano del cine francés de calidad, venga en un futuro próximo a rendirle un homenaje parecido, tan superficial como bien intencionado.
Twitter: @CarlosBonfil1